Relaciones entre
narrativa y argumentación: una breve aproximación teórica
Relationships
between narrative and argumentation: a brief theoretical approach
Guillermo
Sierra Catalán
Facultad de
Filosofía, Universidad de Granada
Granada, España
Fecha de
recepción: 12-05-20
Fecha de
aceptación: 07-11-20
Sierra Catalán, G. (2020).
Relaciones entre narrativa y argumentación: una breve aproximación teórica.
Quadripartita Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 5(9), 7-25. ISSN: 2448-6485
[07]
Resumen: El objetivo principal de este trabajo
es presentar una clasificación de las diferentes relaciones entre narrativa y
argumentación. Para ello definimos los conceptos de narración y argumentación
como cierto tipo de actos de habla, y de texto narrativo y texto argumentativo
como conjuntos en los que predominan actos de habla de uno u otro tipo. Nuestra
clasificación de los tipos de relaciones que puede haber entre narrativa y
argumentación están basadas en estas caracterizaciones, y se organiza según dos
criterios. El primero, de carácter estructural, se basa en considerar las
diferentes formas en las que un acto de habla argumentativo puede aparecer en
un texto narrativo, atendiendo al sujeto que lo emite: un personaje, el
narrador o el autor. El segundo, de carácter funcional, considera los distintos
roles que puede desempeñar un acto de habla argumentativo dentro de un texto
narrativo, o un acto de habla narrativo dentro de un texto argumentativo. Las
clasificaciones presentadas se compararán y analizarán con respecto a las
aportaciones de Paula Olmos (2013) y Gilbert Plumer
(2015).
Palabras clave: Acto de habla de argumentar; Texto
argumentativo; Acto de habla de narrar; Texto narrativo; Pragmática.
Abstract:
The main aim of this paper is to
present a classification of the different ways in which narrative and
argumentation may be related. In order to do so, we are going to define some
concepts: narration and argumentation as certain types of speech-acts and
narrative and argumentative texts as sets which are
mainly composed by speech-acts of one type or another. The presented
classifications will be based in this account, and will be defined according to
two different criteria. The first one, of a structural type, distinguish
different ways in which an argumentative speech act can appear into a narrative
text by considering the nature of the addresser: a character, the narrator or
the author. The second classification refers to the role performed by an
argumentative speech act [08] inside a narrative text or by a narrative speech
act inside an argumentative text on the other hand. The presented classifications
will be compared and analyzed with respect to the accounts by Paula Olmos
(2013) and Gilbert Plumer (2015).
Keywords: Argumentative speech-act;
Argumentative Text; Narrative speech-act; Narrative text; Relationships between
narrative and argumentation; Pragmatics.
1. Narrativa y argumentación
A primera vista,
es sencillo pensar que las narraciones y las argumentaciones son objetos
comunicativos de naturaleza bien distinta. En las narraciones se describen
acontecimientos y se relatan historias, mientras que en las argumentaciones se
exponen razones para justificar ciertas conclusiones. Por ello, tendemos a
relacionar lo narrativo con el uso de la imaginación y lo argumentativo con el
uso de la razón.
Observemos, sin embargo, este fragmento extraído del
relato “El búho que quería salvar a la humanidad”, del escritor guatemalteco
Augusto Monterroso:
De modo que algunos años después se le desarrolló
una gran facilidad para clasificar, y sabía a
ciencia cierta cuándo el León
iba a rugir y cuándo la Hiena se iba a reír, y lo que iba a hacer el Ratón
del campo cuando visitara al de la ciudad, y lo que haría
el Perro que traía una torta en la boca cuando
viera reflejado en el agua el rostro de un Perro que traía
una torta en la boca, y el Cuervo cuando le decían
qué bonito cantaba.
Y así, concluía:
“Si el León no hiciera lo
que hace sino lo que hace el Caballo, y el Caballo no hiciera lo que hace sino
lo que hace el León; y si la Boa no hiciera lo
que hace sino lo que hace el Ternero y el Ternero no hiciera lo que hace sino
lo que hace la Boa, y así hasta el infinito, la
Humanidad se salvaría, dado que todos vivirían en paz y la guerra volvería
a ser como en los tiempos en que no había
guerra.” (Monterroso, 1998: 33)
En este texto hay insertada una argumentación
entrecomillada al final del texto, a pesar de su claro carácter narrativo.
Asimismo, existen obras narrativas que presentan
argumentaciones no entrecomilladas. Un ejemplo puede apreciarse en el siguiente
fragmento, extraído del capítulo I, II (De la inconstancia de nuestras
acciones) de los Ensayos de Montaigne:
Observamos que, en su relato, Montaigne presenta ciertos
hechos, relativos a “el joven Mario”, el papa Bonifacio VIII y Nerón, que
actúan como razones mediante las que trata de mostrar que su tesis (los hombres
se contradicen de manera extraña) es cierta.
Otro ejemplo de narración con funciones argumentativas es
la siguiente fábula, “La zorra y las uvas”, atribuida a Esopo:
[09] Mas no pudiendo alcanzarlos, se alejó diciéndose:
— ¡Ni me agradan, están tan verdes...!
Moraleja: Nunca traslades la culpa a los demás de lo que
no eres capaz de alcanzar. (Esopo, 2015: 32)
En esta fábula, la narración de los hechos
se presenta como razón para la conclusión que establece la moraleja, de modo
que forma parte de una argumentación.
Así, no es
extraño hallar situaciones en las que la distinción entre narrativa y
argumentación se difumina. Se han presentado ejemplos de ciertos fragmentos que
presentan simultáneamente características de estos tipos de distintas
categorías. Aunque es importante señalar
que esto ocurre de formas diferentes: es claro que el fragmento de Monterroso
es distinto en su naturaleza al de Montaigne y a la fábula de Esopo.
En este trabajo nos proponemos estudiar qué tipos de
solapamientos pueden darse entre narrativa y argumentación y proporcionar una
clasificación sistemática de estos según ciertos criterios que consideramos de
relevancia. Para ello definiremos los conceptos de argumentación y narración,
así como los de texto narrativo y argumentativo. Este será el contenido de la
sección 2. En la sección 3 se propone una clasificación que responde a dos
criterios: un criterio estructural que atiende al modo en que narrativa y argumentación
pueden solaparse en un texto y un criterio funcional que considera las
funciones que esos solapamientos pueden cumplir. En la sección 4 se comparará
esta propuesta con dos de las propuestas actuales más conocidas para mostrar
que la clasificación que proponemos engloba a estos y añade información que
consideramos relevante. Finalmente, en la sección 5 se exponen las conclusiones
del trabajo.
2. Argumentación y narración: actos de habla
vs. textos/discursos
Entendemos la
argumentación como un tipo de acto de habla compuesto por el constatativo de
segundo orden de aducir (esto es, la razón) y el constatativo de segundo
orden de concluir (esto es, la conclusión) (Bermejo-Luque, 2011: 60-62). La fuerza
ilocutiva del acto de habla de argumentar consiste en tratar de mostrar
que la conclusión es correcta, y su efecto perlocutivo característico está
basado en invitar al receptor a inferir la conclusión a partir de las razones.
Si, con su acto de habla de argumentar, el hablante efectivamente logra mostrar
que la conclusión es correcta, lo cual requiere del cumplimiento de ciertas
condiciones semánticas de corrección (que tienen que ver con el uso de
calificadores ontológicos y epistémicos) y ciertas condiciones pragmáticas
sobre lo que significa “mostrar correctamente” (explicitadas en Bermejo-Luque,
2011: 186-194 en términos de las máximas del Principio de Cooperación [Grice,
1975]), lo que el hablante hace es justificar la conclusión.
En este modelo, los argumentos no son más que
representaciones de las propiedades sintácticas y semánticas de las inferencias
que subyacen, ya en las argumentaciones, ya en los razonamientos asociados. Así
pues, la relación que consideramos entre los conceptos, a menudo confundidos, de
argumentación, argumento, inferencia y razonamiento es la siguiente: tanto los
razonamientos (procesos mentales) como las argumentaciones (procesos
comunicativos) son inferencias que consisten en la adopción/afirmación de unas
creencias/juicios/afirmaciones a partir de otros. Las propiedades semánticas y
sintácticas de estas inferencias se representan mediante argumentos.
Con respecto a la definición de narración, Garrido
Domínguez (1996) señala que:
Las dificultades
para ofrecer una definición adecuada del texto narrativo se complican todavía más cuando se toman en consideración
las producciones del siglo XX. Sabido es que en ellas —especialmente, en
aquellas en que se opera un cambio en los modos de narrar como Ulises, La
montaña mágica
o En busca del tiempo perdido— se cumple plenamente el ideal romántico de la mezcla de géneros
[…]. En su interior conviven elementos dramáticos,
líricos y argumentativos al lado de los
estrictamente narrativos, entrelazados de tal manera que ningún
intento de aislamiento puede prosperar sin atentar contra la propia esencia de
este tipo de relatos. (Garrido Domínguez, 1996: 2)
[10] Sin pretender
ofrecer una definición exhaustiva, Genette
(1980) aporta algo de luz al concepto: “Podría definirse la narrativa sin
dificultad como la representación de un evento o una secuencia de eventos”[1]. En este sentido, Prince (2003), en su A dictionary
of Narratology, afina
un poco más: “la narrativa es la representación de al menos dos eventos reales
o ficticios en una secuencia de tiempo, de modo que ninguno presupone o implica
el otro”. O incluso: “Cualquier representación de eventos no contradictorios
tales que uno de ellos ocurre en un tiempo t0 y el otro en un tiempo
t1, posterior a t0, constituye un ejemplo de narrativa
(que puede ser trivial)”.
Podemos decir, pues, que la narrativa[2] es una representación de cierta
cantidad de eventos, reales o ficticios, en una secuencia de tiempo. Dicha
representación se llevaría a cabo mediante la ejecución de actos de habla que
constituyen la narración o relato de los hechos en cuestión.
Consideremos el siguiente cuento, titulado “La Oveja
negra”, de Monterroso:
En un lejano país
existió hace muchos años una Oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una
estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras
eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de
ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura. (Monterroso,
2014: 47)
Consideremos ahora la siguiente oración declarativa: “En
un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra”.
En condiciones normales, la proferencia
de cualquier oración declarativa (cualquier enunciado declarativo) sirve para
hacer una aserción. Según Timothy
Williamson, (1996), un enunciado es asertivo si y sólo si cumple la condición
KTR (Knowledge Transmission
Rule): el emisor del enunciado pone a su pretendido auditorio en posición
de conocer una cierta proposición o idea (aquella expresada en la oración
asociada). De este modo, si comunicamos a un niño de cinco años, en disposición
de creer lo que le contemos, que “en un lejano país existió hace muchos años
una Oveja negra” estamos emitiendo un enunciado declarativo que cumple la KTR,
es decir, estamos realizando un acto de habla asertivo. Sin embargo, la proferencia por parte de Augusto Monterroso de la misma
oración, al escribir su cuento “La Oveja negra”, no cumple la KTR. En efecto,
Monterroso no está poniendo a sus lectores en posición de conocer el hecho que
subyace en la oración anterior. Monterroso no está realizando una aserción,
está ficcionando. De este modo, García-Carpintero
(2016) considera ficcionar como proferir una
proposición (o el enunciado asociado a esta) mediante algún medio (pronunciar,
redactar, pintar, hacer que ciertos actores actúen en un escenario…) con la
intención comunicativa de poner a un auditorio determinado en posición de
imaginar dicha proposición. Siguiendo a Currie (1990),
García-Carpintero (2016) sostiene que ficcionar
constituye un acto de habla con unas características muy peculiares en cuanto a
la verdad o falsedad de las proposiciones que expresa.
Por su parte, Romero
Álvarez (1996) realiza un análisis acerca del acto de habla consistente en
narrar hechos no ficticios, basándolo en el relato propio del Nuevo Periodismo.
En su artículo, repara en que, para poder realizar una adecuada interpretación
pragmática, los actos de habla han de considerarse no solo atendiendo al
contexto de realización, sino también al conjunto de actos de habla precedentes
y sucesivos del propio hablante. De esta forma, una sucesión de actos de habla
constituye también un acto de habla, que Romero Álvarez denomina macroacto, siguiendo a van
Dijk (1996). En
consecuencia, al ser los relatos periodísticos, y por [11] extensión las narrativas de no
ficción, sucesiones de actos de habla, estos pueden ser considerados actos de
habla en el nivel macro.
Según Romero Álvarez, los actos de habla de narrar no
ficción presentan características que los distinguen claramente de los actos de
habla de ficcionar. Por ejemplo, además de la
evidente característica semántica de referencia al mundo real (en
contraposición con los actos de habla de ficcionar),
Romero Álvarez destaca, en relación con el efecto perlocutivo que “[s]e espera
que el público acepte la información proporcionada como si hubiera sucedido
efectivamente en la realidad” (p. 15). De este modo, para que el acto de habla
sea satisfactorio desde un punto de vista pragmático (esto es, para que logre
sobre el receptor la finalidad que pretende el emisor) es necesario que las dos
partes acuerden tácitamente ser los participantes adecuados, lo cual se
consigue mediante ciertos recursos, tales como el uso de la primera persona por
parte del narrador, la subjetividad explícita, la descripción del contexto de
creación de la propia obra, la presentación del texto en la forma física de
libro o la inclusión de citas literales de personajes de la historia.
Para ilustrar este fenómeno, veamos un ejemplo de este
tipo de acto de habla. El fragmento está extraído del texto “Bruma: el campo de
batalla”, del libro recopilatorio de artículos periodísticos El lugar más
feliz del mundo, escrito por el corresponsal del diario El Mundo David
Jiménez (2013):
Al mirar al genocidio o a la guerra, nos sorprende la
capacidad para el mal de sus participantes. […]
Velupillai Prabhakaran cree tener cerca una victoria que ofrezca a su
pueblo un estado independiente en Sri Lanka. Su mente funciona como la de los
grandes criminales de la historia: ninguna acción […] es mala si se hace en
nombre de un principio mayor. […] Los cuidadores de los campos de refugiados cuentan
que los guerrilleros vienen de noche con furgonetas, cargan a los muchachos que
ven con edad suficiente para empuñar un arma y se los llevan, tengan o no
familia.
[…] Ahila fue reclutada a los
doce años. Tras escribir al comandante pidiéndole que la escogiera, se preguntó
si realmente quería volarse por los aires abrazando a un funcionario de Colombo
o si sólo había sido convencida de que eso era lo que quería.
—Me di cuenta de que todo era un engaño —dice—. Escapé.
En el texto podemos apreciar algunos de los recursos
mencionados, tales como el uso de la primera persona por parte del narrador, la
subjetividad explícita o la inclusión de citas literales de personajes de la
historia.
De este modo vemos que la característica esencial de la
narrativa no es que esté constituida por un único tipo de acto de habla, que
como hemos visto es variable hasta el punto de que pueden coexistir actos de
habla de ficcionar y de relatar hechos no ficticios
en una misma narrativa[3], como
García-Carpintero analiza en otro de sus trabajos (2016). Asimismo, estos actos de habla
pueden aparecer acompañados de otros tan diversos como los dramáticos, líricos
o argumentativos a los que se refiere Garrido Domínguez (1996) en la cita que
incluimos anteriormente.
En definitiva, al poder ser los hechos narrados o
relatados tanto hechos reales como hechos ficticios, hemos de considerar que
los actos de habla en los que consiste una narración de ficción son diferentes
de los actos de habla en los que consiste una narración de hechos verídicos[4].
[12] En cuanto a las expresiones
“texto/discurso argumentativo” y “texto/discurso narrativo”, siguiendo este
enfoque pragmático proponemos entender por texto/discurso argumentativo aquel
llevado a cabo, principalmente, mediante actos de habla de argumentar.
Análogamente, un texto/discurso será narrativo cuando esté construido mediante
la proferencia de, mayormente, actos de habla de ficcionar o de narrar hechos no ficticios. Identificaremos
de este modo los conceptos “narrativa”[5] y “texto/discurso
narrativo”. De esta forma, los textos narrativos pueden construirse mediante
actos de habla de narrar o relatar (hechos de ficción o no) y de otros tipos
diferentes, lo cual es especialmente frecuente en las producciones de los
últimos siglos.
3.1. Relaciones estructurales entre narrativa y argumentación
Consideramos que
existen básicamente tres formas de solapamiento entre narrativa y
argumentación. La más evidente es aquella en la que un texto narrativo
involucra, entrecomillada, una argumentación (1). Es el caso de la
argumentación del Búho en la fábula de Monterroso.
También hay solapamiento cuando un texto narrativo
incluye, sin más, argumentación no entrecomillada (2). Un
ejemplo de este tipo de solapamiento sería el fragmento de los Ensayos de Montaigne (I, II: “De la
inconstancia de nuestras acciones”) citado también en la introducción.
Por último, existe solapamiento
entre argumentación y narrativa cuando un texto narrativo forma todo él parte
de una argumentación (3). Este es el caso típico de las fábulas con moraleja,
pero también, como vamos a ver, el de otras narraciones cuya conclusión pueda
ser menos explícita.
Nuestra propuesta de considerar
las narraciones y las argumentaciones como actos de habla, y los textos
narrativos y los argumentativos como conjuntos de actos de habla en los que
predominan actos de habla de un tipo u otro, nos permite analizar cada uno de
estos tres tipos de solapamientos del siguiente modo:
Si en un texto narrativo
encontramos argumentación entrecomillada (1), lo que tenemos es la
representación de un acto de habla de argumentar llevado a cabo por alguno de
los personajes (reales o de ficción) que aparecen en los hechos narrados o ficcionados.
Por otra parte, si en un texto
narrativo encontramos partes que constituyen argumentación (2), lo que tenemos
es un acto de habla de argumentar realizado por el narrador junto con el resto
de actos de habla que constituyen su narración. Por último, cuando una
narración constituye toda ella parte de una argumentación (3), lo que tenemos
es un acto de habla argumentativo complejo en el que el autor aduce una
narrativa para después extraer una cierta conclusión, explícita o no.
Como decíamos, los ejemplos más
claros de este último tipo de solapamiento son la mayoría de las fábulas
clásicas con moraleja. Pero veamos un ejemplo algo distinto. La recopilación de
relatos El cuaderno rojo, del escritor norteamericano Paul Auster
(1994), recoge algunas historias vividas por el autor a lo largo de su
vida. A modo de ejemplo presentamos un
fragmento del capítulo 7.
Hace doce años, la hermana de mi mujer se fue a vivir a Taiwán. […]
Un día, mi futura cuñada estaba hablando con una amiga norteamericana,
una joven que también había
ido a Taipei a estudiar chino. La conversación
tocó el tema de sus familias en Estados Unidos, lo que dio pie al
siguiente diálogo:
—Tengo una hermana que vive en Nueva York —dijo mi futura
cuñada. —También
yo —contestó su amiga.
—Mi hermana vive en el Upper
West Side.
—La mía también.
[13]—Mi hermana vive en la calle 109 Oeste.
—Aunque no te lo creas, la mía
también.
—Mi hermana vive en el número
309 de la calle 109 Oeste.
—¡La mía también!
—Mi hermana vive en el segundo piso del número 309 de la calle 109 Oeste.
Su amiga suspiró y dijo:
—Sé que parece un disparate, pero la mía también.
[…] Mientras las dos jóvenes
se maravillaban en Taipei de la sorprendente conexión que acababan de descubrir, cayeron en la
cuenta de que sus dos hermanas probablemente dormían
en aquel instante. En el mismo piso del mismo edificio del norte de Manhattan,
cada una dormía en su apartamento, ajena a la conversación que, acerca de ellas, tenía lugar en el otro extremo del mundo.
Aunque eran vecinas, resulta que las dos hermanas de
Nueva York no se conocían. Cuando por fin se
conocieron (dos años después),
ninguna de las dos seguía viviendo en el mismo
edificio.
[…] Una tarde, camino de una cita, nos paramos a echar un
vistazo en una librería de Broadway. […] Un segundo después,
una mujer se nos acercó corriendo. “Ustedes son
Paul Auster y Siri Hustvedt, ¿verdad?”, dijo.
“Sí, exactamente”, contestamos. “¿Cómo lo
sabe?” La mujer nos explicó entonces que su
hermana y la hermana de Siri habían estudiado
juntas en Taiwán.
El círculo se había
cerrado por fin. Desde aquella tarde en la librería,
hace diez años, esa mujer ha sido una de
nuestras mejores y más fieles amigas. (Auster, 1994:
55)
En la entrevista que Roberto Careaga realizó al autor en
el periódico argentino La Tercera, Auster declaraba “por eso escribí El
cuaderno rojo: para mostrar con ejemplos de mi vida cuán extraña es la
vida. Tendríamos que ser estúpidos y ciegos para decir que el azar no juega un
rol […] Hay consecuencias felices, otras terribles. Pero también tenemos la
habilidad de razonar, tomar decisiones, tener metas y planes. Estoy interesado
en esa tensión.” (Careaga, 2014). Es decir, Paul Auster habría narrado una serie
de hechos en su libro aduciendo lo narrado como razón para concluir que la
influencia del azar es clave en el desarrollo de nuestra vida.
Por otra parte,
el hecho de que las voces del autor y del narrador a menudo coincidan en una
obra hace que los solapamientos del tipo 2 y 3 se confundan a veces. Observemos
el siguiente ejemplo extraído de los Ensayos de Montaigne. En cada
capítulo de esta obra, el autor plantea un tema a tratar y sugiere una
conclusión a justificar mediante el relato de ejemplos, citas y fragmentos de
otras obras. El fragmento siguiente corresponde al capítulo I, XXXI (De los
caníbales):
Hasta aquí,
observamos un texto narrativo. Montaigne, al escribirlo, únicamente realizó
actos de habla de narrar. Sin embargo, el texto prosigue: “Esto prueba que es
bueno guardarse de abrazar las opiniones comunes, y que hay que juzgar según la
razón y no por la opinión corriente”.
Es decir, el Montaigne narrador aduce el fragmento
narrativo expuesto anteriormente como razón para concluir que “es bueno
guardarse de abrazar las opiniones comunes, y que hay que juzgar según la razón
y no por la opinión corriente”. Es decir, concatena actos de habla de forma
consecutiva y anidada: narra, y después utiliza su narración para argumentar
(usando como razón lo que ha narrado antes). En el caso de esta obra, no hay
distancia entre lo que el Montaigne narrador y el Montaigne autor proponen como
conclusión, pero esto no siempre es así. En la medida en que el autor de la [14]
obra puede tener intenciones retóricas y argumentativas que van más allá de lo
que su narrador dice, será importante no confundir estas dos figuras ni sus
correspondientes actos de habla. Hallamos un ejemplo de este fenómeno en el
capítulo 13 de Lolita, de Vladimir Nabokov (1975).
Cuando hizo un
esfuerzo para arrojar el resto de la manzana a la chimenea, su joven cuerpo,
sus inocentes piernas sin pudor se movieron sobre mi regazo tenso, torturado,
subrepticiamente laborioso, y de súbito un cambio misterioso ocurrió
en mis sentidos. Ingresé en el nivel de existencia donde nada importaba,
salvo la infusión de goce que fermentaba en mi
cuerpo. Lo que había empezado como una distensión deliciosa de mis raíces
más íntimas, se
convirtió en una rutilante comezón
que ahora llegaba al estado de una seguridad, una confianza, una firmeza
absoluta inhallables en la vida consciente. […]
El sol cómplice latía en los álamos; estábamos fantásticamente,
divinamente solos. Yo la observaba —rósea,
cubierta de polvillo dorado— a través del velo
de mi deleite gobernado, ignorante de él, ajena
a él, y el sol estaba en sus labios, y sus
labios aún parecían
formar las palabras de la cancioncilla, que ya no llegaba a mi conciencia. Ya
todo estaba listo. Los nervios del placer estaban al descubierto. El menor
placer bastaría para poner en libertad todo paraíso. Había dejado
de ser Humbert el Canalla, el gusano degenerado de
ojos tristes aferrado a la bota que lo echaría
de un puntapié. Estaba por encima de las
tribulaciones del ridículo […] (Nabokov, 1975:
59)
Observamos cómo Nabokov juega con la mencionada dualidad
autor-narrador. Partiendo del hecho, estructural, de que Nabokov es el autor y Humbert el narrador y personaje principal (sujetos
diferentes), el autor trata de hacer disminuir la percepción de esa distancia.
Al hacer a Humbert proferir los argumentos citados
(presenta una serie de hechos: Lolita se movió en su regazo al lanzar la
manzana, el cambio de sensaciones que le sucedió, la contemplación de Lolita
distraída en un ambiente íntimo…, que, a su vez, tratan de justificar la
conclusión: “Estaba por encima de las tribulaciones del ridículo […]”), no nos
pretende hacer creer que Humbert está justificado en
sentirse por encima de las tribulaciones del ridículo, sino crear una suerte de
ambivalencia entre la intimidad que podemos crear con Humbert
al seguir sus razonamientos y vivencias, y el rechazo que puede provocar
conocerlos.
Por otra parte, también es posible confundir
solapamientos del tipo 1 y 2 cuando sucede que el narrador es, a su vez, uno de
los personajes de la narración. En este caso, el narrador representa una argumentación
que él mismo, en tanto que personaje de su narración, ha reproducido, como
parte de la historia. Incluso podría representar como personaje al autor y
reproducir argumentaciones suyas —o falsamente atribuidas a él. En este juego
de espejos, la literatura encuentra recursos expresivos muy interesantes. En la
medida en que personaje, narrador y autor pueden coincidir en una misma obra,
puede generarse cierta confusión respecto del tipo de solapamiento entre
argumentación y narrativa que, según nuestra tipología, se está produciendo.
Sin embargo, si mantenemos la distinción tradicional en
literatura entre estos tres sujetos y permanecemos fieles a nuestra
clasificación en términos de quién realiza los correspondientes actos de habla,
la tipología es clara: tendremos solapamientos de tipo 1 cuando el sujeto que
argumenta es un personaje al que le suceden los hechos narrados o ficcionados. En cambio, tendremos solapamientos de tipo 2
cuando quien argumenta es el narrador de los hechos. Por último, tendremos
solapamientos de tipo 3 cuando quien argumenta es el autor mismo.
3.2. Relaciones funcionales entre narrativa y argumentación
3. 2. 1. Función de los actos de habla narrativos en un texto
argumentativo
Partiendo de la
definición de texto o discurso argumentativo como aquel que consta
principalmente de actos de habla argumentativos, discutimos las funciones que
pueden desempeñar los actos de habla narrativos al ser insertados en este.
En tanto que acto de habla, la argumentación posee no solo
una fuerza ilocutiva, que tiene que ver [15] con su capacidad de justificar
(esto es, de lograr mostrar que una conclusión es correcta), sino también una
fuerza perlocutiva que tiene que ver con su capacidad de inducir las
correspondientes inferencias en los oyentes. Dichas capacidades están
íntimamente conectadas, pues al argumentar, el hablante trata de persuadir a su
oyente de lo que sostiene aduciendo razones que lo justifiquen. Ahora bien,
para lograr este efecto perlocutivo, el hablante ha de lograr que,
efectivamente, el oyente acepte la razón aducida y, en virtud de ella, infiera
la conclusión avanzada. Los actos de habla narrativos en un texto argumentativo
pueden actuar como elementos retóricos, aportando variedad, dinamismo o
verosimilitud al discurso argumentativo y haciendo más vívidas las razones
aducidas a favor de la conclusión[6]. Una historia
que presente un ejemplo sobre lo que se está discutiendo puede asegurar la
existencia de algo al mostrarla, o bien proporcionar un contraejemplo. Por
ejemplo, en una discusión entre madre e hijo sobre la hora de bañarse, si la
madre aduce “pues tu prima se bañó nada más terminar de comer y le dio un corte
de digestión”, probablemente hará que el niño sea más cauto con el baño.
De nuevo, podemos
observar el uso de este recurso en los Ensayos de Montaigne. Como se
comentó previamente, el autor plantea
al comienzo de cada capítulo el tópico que se va a tratar, el cual apunta a la
conclusión que el autor pretende justificar con su relato. Ahora bien, se dan
casos en los que el tópico es la argumentación y el razonamiento mismos, de
modo que lo que se aduce es el relato de ejemplos y citas de argumentaciones.
Observemos el siguiente fragmento del capítulo I, XXXII (De la conveniencia
de juzgar sobriamente de las cosas divinas):
El más adecuado
terreno, el que se encuentra más sujeto a error e impostura, consiste en
discurrir sobre cosas desconocidas; pues en primer lugar,
la singularidad misma del asunto hace que les concedamos crédito, y luego, como
esas cosas no forman la materia corriente de nuestra reflexión, no disponemos
de medios para abordarlas. […]
En un pueblo de las Indias existe esta laudable
costumbre: cuando pierden algún encuentro o batalla, piden públicamente perdón
al sol, que es su dios, de su culpa, como si hubieran cometido una acción
injusta, relacionando su dicha o desdicha a la razón divina, y sometiéndole su
juicio y sus acciones. […]
Ocurre lo propio con nuestras guerras de religión; los
que ganaron la batalla de Rochelabeille, metieron
gran algazara por semejante accidente, y se sirvieron de su fortuna para probar
que era justa la causa que defendían; luego tratan de explicar sus descalabros
de Montcontour y de Jarnac,
diciendo que esos fueron castigos paternales [...] (Montaigne, 2014: 71)
En este caso, en el título se da un avance del tema a
tratar, que en el primer párrafo se plantea de forma argumentativa. Este tema
podría reformularse como: “dado que la singularidad misma del asunto hace que
le concedamos crédito, y dado que esas cosas no forman la materia corriente de
nuestra reflexión, no disponemos de medios para abordarlas, entonces no es
conveniente discurrir sobre cosas desconocidas”. Y dicho argumento se ilustra
mediante los ejemplos presentados posteriormente, de carácter narrativo[7].
Por otra parte, existen dos concepciones diferenciadas
sobre la relación entre la fuerza retórica y la argumentación. La concepción
clásica se centra en la capacidad persuasiva de esta, y entiende el valor
retórico de cualquier texto o discurso en términos de su capacidad de persuadir
al oyente o lector. Se trata de una concepción puramente instrumental de lo
retórico, y ha sido criticada por autores como Kock (2009) o Bermejo-Luque (2011: 158-162), al ocultar
el modo en el que los elementos retóricos de la argumentación pueden servir no
sólo a fines persuasivos sino también justificatorios.
[16] La
concepción más actual, según se presenta también en Bermejo-Luque (2011: 148-157), defiende que
las propiedades retóricas de cualquier objeto comunicativo no dependen de los
efectos que produzca en individuos particulares, sino de lo que pueda considerarse
una respuesta cognitiva estándar o normal. De este modo, el importe retórico
(efectos producidos en un auditorio “normal”) de una pieza narrativa podrá ser
diferente tanto de las intenciones comunicativas del autor como de reacciones
producidas en auditorios concretos (efectos retóricos de segundo orden).
Ilustremos este efecto mediante el siguiente texto de Monterroso “El Rayo que
cayó dos veces en el mismo sitio” (2014: 52): “Hubo una
vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la
primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió
mucho”.
¿Cuál podría ser el importe retórico “normal” de este
relato? En principio, la narración del hecho habría de producir cierto malestar
en relación a un daño realizado dos veces sobre un mismo objeto. Sin embargo,
la personificación del Rayo y su posterior tristeza son susceptibles de
producir en el lector cierta sensación humorística, en relación con la
situación, imposible y cómica, dibujada. No obstante, si nos preguntamos cuál
pudo ser la intención primera de Monterroso al escribir el fragmento, puede que
no tengamos una respuesta tan definitiva. Como él mismo declaró en una
entrevista al ser preguntado por la función que buscaba en la fábula: “Yo, ninguna, ni didáctica, ni moral, ni ejemplar.
Simplemente me he divertido haciéndolas. Si los lectores quieren hallar algo más
allá de esto, la cosa me gusta, pero es su aportación, su afán de encontrar
algo en donde ese algo tal vez no exista”. (Campos, 2001).
3. 2. 2. Función de los actos de habla argumentativos en un texto
narrativo
En cuanto al papel que pueden
representar los actos de habla argumentativos en textos narrativos,
distinguimos dos funciones: mediante esta construcción, el autor puede
pretender inducir al lector a realizar ciertas inferencias, o puede pretender
representar argumentaciones con fines retóricos no argumentativos. Este último
es el caso típico de la representación de la argumentación de algún personaje
que sirve para retratarlo como un villano o como débil, etc. Un ejemplo de este
suceso es el capítulo 6 de La montaña mágica, de Thomas Mann (2012):
—La enfermedad es
perfectamente humana —replicó de inmediato Naphta—, pues ser
hombre es sinónimo de estar enfermo. En efecto, el hombre es esencialmente un
enfermo, pues es el propio hecho de estar enfermo lo que hace de él un hombre;
y quien desee curarle, llevarle a hacer las paces con la naturaleza, «regresar
a la naturaleza», cuando, en realidad, no ha sido nunca natural —todos esos
profetas de la regeneración del cuerpo, los alimentos crudos, la vida naturista
y los baños de sal, en cierto modo herederos del pensamiento de Rousseau—, no
buscan otra cosa que deshumanizarlo y animalizarlo. ¿Humanidad? ¿Nobleza? […]
Es, pues, en el espíritu y la enfermedad donde radican la dignidad del hombre.
[…] (Mann, 2012: 674)
Observamos cómo Thomas Mann introduce una argumentación
proferida por Naphta, no con la intención de
convencer de aquello que sostiene el personaje, sino de que el lector se forme
una idea acerca de cómo debe ser Naphta: enrevesado,
morboso, cínico, etc.
Por
otra parte, como hemos visto con el ejemplo de los Ensayos de Montaigne,
pueden darse casos en los que el narrador es efectivamente el autor y, de ese
modo, este se permite argumentar directamente en la obra. En los casos en los
que los actos de habla argumentativos no se representan, sino que se realizan,
estos conservan su fuerza perlocutiva típica, a saber, la de ser medios para
inducir al oyente/lector a realizar la inferencia que el propio autor realiza
con su acto de habla. Esa inferencia es básicamente en lo
que consiste el importe retórico del texto, como sucede también en los casos en
los que es el autor, no el narrador, quien argumenta mediante la narración de
hechos, tal y como veíamos con el ejemplo del texto de Auster o, de nuevo, en
las fábulas de Monterroso:
Incapaces de comprender lo que había pasado, pues la
racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la racionalidad, se separaron
presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían hecho durante
su triste existencia. (Monterroso, 2014: 56)
En esta fábula, titulada “El Burro y la Flauta”,
Monterroso nos invita a plantearnos diversas preguntas: ¿por qué sopló el Burro
la Flauta?, ¿por qué se hace referencia a la capacidad de comprensión de la
Flauta?, ¿por qué se separaron presurosos?, ¿por qué su existencia era triste?
Al hipotetizar respuestas para estas preguntas, extraemos las conclusiones que
el propio autor estaría presentando si interpretamos su narración como un acto
de habla argumentativo: “dado que el sonido de la Flauta es lo mejor que tanto
el Burro como la propia Flauta han hecho durante su vida, y eso no es gran
cosa, entonces sus vidas han de ser algo tristes”, etc.
Las inferencias que una narración puede inducirnos a
realizar son de varios tipos. En primer lugar, según la distinción presentada
por Graham Williamson (2014), en
cualquier acto comunicativo hemos de diferenciar entre dos significados: por un
lado, el significado convencional del acto de habla (sentence
meaning), que será decodificado por el “módulo de
comprensión” y mediante el código gramatical de la lengua en la que venga
expresado (Sperber, 2000); y por otro lado, el
significado pragmático que el emisor pretende transmitir (speaker’s
meaning), el cual se decodifica (o infiere)
mediante las condiciones contextuales, factores de comunicación no verbales y
conocimientos compartidos entre el emisor y el receptor del mensaje.
Denominaremos a este tipo de inferencias como inferencias contextuales.
Un ejemplo de este tipo de inferencia en relación con el último texto podría
ser algo como “al ser común en las fábulas la aparición de animales
personificados, el Burro debe tener capacidades humanas como poder soplar una
flauta o sentirse avergonzado, sin que esto sea sorprendente ni extraño”.
Por otro lado,
puede suceder que si en una narración el autor deja
detalles sin ultimar, el lector pueda sentir curiosidad y se plantee preguntas,
las cuales le conduzcan a realizar inferencias. Estas inferencias participarán
en la reconstrucción del mensaje que presenta el autor, y no serán
comunicativas, dado que el autor no ha proporcionado medios para que el lector
complete los huecos en blanco[8]. Un ejemplo de
este fenómeno se presenta en relación con el relato —durante un tiempo, el más breve
de la literatura universal— “El dinosaurio”, de Augusto Monterroso:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
En este caso, se invita a realizar inferencias
explicativas, no comunicativas: ¿quién despertó? ¿dónde lo hizo?
¿cuándo? ¿por qué había un dinosaurio allí?, etc. Al dar respuesta a estas
preguntas, completamos el significado del relato de una forma personal y
subjetiva. Sin embargo, las inferencias realizadas no son comunicativas en el
sentido de que Monterroso no nos ha dado ninguna pista para responderlas: son
producto propio de cada lector.
Recordemos de
nuevo el texto “El búho que quería salvar a la humanidad”, que ahora
presentamos íntegro:
En lo más intrincado de la Selva existió
en tiempos lejanos un Búho que empezó a preocuparse por los demás.
En consecuencia se dio a meditar sobre las evidentes
maldades que hacía el
León con su poder; sobre la debilidad de la
Hormiga, que era aplastada todos los días, tal
vez cuanto más ocupada se hallaba; sobre la
risa de la Hiena, que nunca venía al caso;
sobre la Paloma, que se queja del aire que la sostiene en su vuelo; sobre la Araña que atrapa a la Mosca y sobre la Mosca que con
toda su inteligencia se deja [18] atrapar por la Araña, y
en fin, sobre todos los defectos que hacían
desgraciada a la Humanidad, y se puso a pensar en la manera de remediarlos.
Pronto adquirió la
costumbre de desvelarse y de salir a la calle a observar cómo
se conducía la gente, y se fue llenando de
conocimientos científicos y psicológicos
que poco a poco iba ordenando en su pensamiento y en una pequeña
libreta.
De modo que algunos años después se le desarrolló una gran facilidad
para clasificar, y sabía a ciencia cierta cuándo el León iba a
rugir y cuándo la Hiena se iba a reír, y lo que iba a hacer el Ratón
del campo cuando visitara al de la ciudad, y lo que haría
el Perro que traía una torta en la boca cuando
viera reflejado en el agua el rostro de un Perro que traía
una torta en la boca, y el Cuervo cuando le decían
qué bonito cantaba.
Y así, concluía:
“Si el León no hiciera lo
que hace sino lo que hace el Caballo, y el Caballo no hiciera lo que hace sino
lo que hace el León; y si la Boa no hiciera lo
que hace sino lo que hace el Ternero y el Ternero no hiciera lo que hace sino
lo que hace la Boa, y así hasta el infinito, la
Humanidad se salvaría, dado que todos vivirían en paz y la guerra volvería
a ser como en los tiempos en que no había
guerra.”
Pero los otros animales no apreciaban los esfuerzos del Búho, por sabio que éste
supusiera que lo suponían; antes bien pensaban
que era tonto, no se daban cuenta de la profundidad de su pensamiento y seguían comiéndose
unos a otros, menos el Búho, que no era comido
por nadie ni se comía nunca a nadie (Monterroso,
1998: 33).
La función asociada a la representación de una
argumentación en un texto narrativo, como la que Monterroso hace proferir al
Búho, está relacionada con los efectos perlocutivos que produce en el lector.
Veamos, de este modo, cómo el fragmento arriba citado induce a realizar
inferencias. En primer lugar, inferencias contextuales: un escenario ha sido
dibujado y unos personajes definidos, aparte de que, como lectores occidentales
familiarizados con la literatura del guatemalteco, contamos con ciertos
conocimientos en común con él. De este modo, por ejemplo, cuando se menciona “sabía a ciencia cierta [..] cuándo
la Hiena se iba a reír” no nos
extrañamos: sabemos que la historia transcurre en la Selva en la que según, el
universo de personajes y escenarios que Monterroso emplea, habitan todos los
animales. Asimismo, sabemos que las hienas emiten un sonido característico que
suele identificarse con la risa. De este modo, podemos reconstruir parte de la
historia.
Asimismo, al leer el relato realizamos inferencias
explicativas (recordemos que son personales): ¿Por qué se esforzaba el Búho?
¿por qué suponía que los demás lo consideraban sabio?, etc.
Por otro lado, en la historia se presenta una
argumentación. La realiza el Búho y es la siguiente: “Si
el León no hiciera lo que hace sino lo que hace el
Caballo, y el Caballo no hiciera lo que hace sino lo que hace el León; y si la Boa no hiciera lo que hace sino lo que
hace el Ternero y el Ternero no hiciera lo que hace sino lo que hace la Boa, y así hasta el infinito, la Humanidad se salvaría, dado que todos vivirían
en paz y la guerra volvería a ser como en los
tiempos en que no había guerra.”
(Monterroso, 1998: 33).
Como señalábamos al principio de esta sección, la
representación de una argumentación puede servir para realizar una inferencia
distinta de la que se realiza en la propia argumentación. De este modo, la
argumentación representada cuenta como input cognitivo de la inferencia
que realiza el lector. En el caso que nos ocupa, la argumentación del Búho nos
invita a inferir que era sabio y que se preocupaba por sus congéneres. Pero
esta no es la conclusión de la argumentación que nos invita a realizar dicha
inferencia.
Por último, es importante distinguir entre narrativas en
las que el autor argumenta y, por tanto, tienen como importe retórico la
invitación a realizar la inferencia que el propio autor realiza en su acto de
habla y narrativas en las que, pese a que se induce al oyente a realizar
inferencias, no cabe atribuir al autor ningún acto de habla argumentativo. Un
ejemplo de este último tipo de importe retórico serían los cortos publicitarios
que la marca de cerveza Estrella Damm ha venido publicando durante los últimos
veranos. En estos, se muestra a un grupo de gente realizando diversas
actividades y disfrutando del verano, a [19] la vez que beben botellines de
Estrella Damm. En estos anuncios no se argumenta que si se bebe esta cerveza
entonces se disfrutará del verano y, por tanto, deberíamos beber esta cerveza,
pues tal argumentación resultaría demasiado poco convincente como para
atribuírsela al autor. Sin embargo, sí se induce a inferir que deberíamos beber
esta cerveza al poner al espectador en disposición de identificar dicha cerveza
con un verano divertido y placentero, al representar esta situación como parte
de una pretendida argumentación incompleta, entimemática.
Finalmente, en
esta sección se tratará de enriquecer la propuesta de clasificación presentada
mediante su comparación y cotejo con otras similares.
En su artículo
“On Novels and Arguments”, Gilbert Plumer (2015)
presenta un tratamiento de las relaciones entre narrativa y argumentación con
el que pretende justificar su propuesta acerca del proceso de lectura de una
novela. Esta podría describirse de la siguiente forma: al comenzar una novela,
ya albergamos concepciones acerca de la naturaleza humana que se ven
confirmadas o refutadas a lo largo de su lectura, de la mano de los hechos
narrados. Esto ocurrirá si la estructura interna de la novela es coherente
(coherencia interna) y si los hechos descritos son verosímiles en el contexto
planteado (coherencia externa). De este modo, las intuiciones de los lectores
sobre la naturaleza humana son avaladas o transformadas.
A pesar de que concentra su interés en un tipo particular
de texto narrativo —la novela—, Plumer distingue dos
interpretaciones del concepto de “argumento narrativo”, extraídas de la obra de
Ayers (2010).
Son los siguientes:
(P.1) Una historia que ofrece un argumento.
(P.2) Un tipo estructural de argumento.
Plumer explica que el
tipo P.1 estaría basado en narraciones mediante cuya creación el autor
argumenta, y defiende que el argumento que constituye el producto de dicha
argumentación puede extraerse de la novela. En cuanto al tipo P.2, se trataría
de narraciones que, pese a ser estas y los argumentos objetos de naturaleza
diferente, sus estructuras externas coincidirían.
Pasemos a explicar con más detalle estos dos tipos de
solapamientos.
Bajo el enfoque planteado en este trabajo, la
clasificación podría interpretarse de modo que el tipo P.1 se corresponde bien
con historias en las que el narrador argumenta tomando como razones los hechos
narrados (solapamiento tipo 2, tal como lo hemos caracterizado en la sección
2.2.1), bien con un texto narrativo en el cual un personaje argumenta:
literalmente, la historia ofrece un argumento (solapamiento tipo 1 de la
sección 2.2.1).
En relación con el tipo P.1, Plumer
plantea un primer estadio en cuanto al análisis de la existencia de argumentos
dentro de novelas. Es este el enfoque basado en la denominada crítica ética.
Según dicho enfoque, desarrollado por Nussbaum
(1992), la calidad de una novela está en función de su corrección moral, es
decir, de en qué medida la obra contribuye a estimular nuestra “imaginación
comprensiva”, y así hacernos capaces de reconocer la humanidad de las demás
personas y crearnos respeto por ellas. Bajo dicho enfoque, las novelas
presentan un cierto “punto de vista ético”, que el desarrollo de los hechos ha
de justificar. Aunque Nussbaum no contempla que la narrativa haya de ser
argumentativa, Plumer señala la similitud, y justifica
así el considerar esta opción. Además, cita a Fisher y Filloy, que en
términos similares sí defienden que la narrativa pueda ser argumentativa: “De
hecho, algunas obras literarias y dramáticas argumentan […]” (Fischer y Filloy, 1982: 343) y además indican un procedimiento para
determinar el argumento de la novela. De este modo, Plumer
sostiene que hay novelas —narraciones— que ofrecen argumentos. Ejemplos
de este tipo podrían ser El cuaderno rojo de Auster, así como los
fragmentos de los Ensayos de Montaigne que hemos citado.
En relación al tipo P.2, Plumer
explora dos tipos de estructuras en cuanto a argumentos narrativos: la
analógica, propuesta por Hunt (2009)
en relación a las fábulas, y otra propuesta por primera vez en el mismo
artículo, denominada estructura de tipo [20] argumento trascendental.
Según Plumer, ciertas narraciones presentan las
mismas características estructurales que los argumentos analógicos y que los
trascendentales. Desde un punto de vista pragmático, podemos entender las
narraciones de este tipo como aquellas que, pese a estar constituidas
eminentemente por actos de habla de narrar (sin que los de argumentar tengan
relevancia o ni siquiera lugar), pueden reescribirse como argumentaciones si
añadimos alguna premisa que se encuentra implícita.
La propuesta presentada de Hunt —que Plumer
suscribe— considera que la fábula trata sobre una situación concreta X,
mientras que el mensaje o moraleja está referido a una situación más genérica,
denominada Y. Se tiene que X e Y son relevantemente similares, de modo que
tiene sentido creer el mensaje general, pese a que esté introducido mediante la
situación concreta. La situación se puede presentar como sigue:
X tiene las propiedades p1, p2, p3, …
y f.
Y tiene las propiedades p1, p2, p3, …
Luego Y tiene la propiedad f.
Hunt sostiene que
en principio no hay razón para creer que dos colecciones de propiedades
compartidas por dos objetos constituyen una evidencia para creer que también
comparten una propiedad cualquiera de uno de los dos objetos. Debe haber algo
más entre esos dos objetos que las simples propiedades compartidas. Hunt afirma
que, de hecho, ha de existir un principio que nos permita pasar de la
historia concreta a la situación análoga general. Aunque dicho principio pueda
no estar explícito o siquiera indicado. Ilustremos la situación mediante el
siguiente fragmento del ensayo “Desobediencia civil”, de H.D. Thoreau (2011):
La masa de hombres sirve pues al Estado, no como hombres
sino como máquinas, con sus cuerpos. Son el ejército erguido, la milicia, los carceleros, los
alguaciles, posse comitatus,
etc. En la mayoría de los casos no hay ningún ejercicio libre en su juicio o en su sentido
moral; ellos mismos se ponen a voluntad al nivel de la madera, la tierra, las
piedras; y los hombres de madera pueden tal vez ser diseñados
para que sirvan bien a un propósito. Tales
hombres no merecen más respeto que el hombre de
paja o un bulto de tierra. (Thoreau, 2011: 18)
Thoreau está
presentando una analogía entre una suerte de máquinas con forma humana y los
seres humanos que sirven al Estado ciega y obedientemente. La analogía se
podría representar como:
Las máquinas trabajan sin ejercicio libre en su juicio o
en su sentido moral, y no merecen respeto.
Los humanos que
sirven al estado trabajan sin ejercicio libre en su juicio o en su sentido
moral.
Luego los humanos
que sirven al Estado no merecen respeto.
Podemos intuir el principio que Thoreau emplea. El
fragmento “En la mayoría de los casos no hay ningún ejercicio libre en su juicio o en su sentido
moral; ellos mismos se ponen a voluntad al nivel de la madera, la tierra, las
piedras” nos proporciona la idea por la que los seres humanos que sirven
al Estado no merecen respeto. El principio podría enunciarse como “las
conductas humanas no merecen respeto si no incluyen alguna clase de ejercicio
libre en su juicio o en su sentido moral”. Una vez que hemos desentrañado este
principio, la analogía queda aclarada. Y una vez esta queda aclarada, es
sencillo establecer el argumento asociado, estableciendo las premisas de
acuerdo con el esquema.
En cuanto a la estructura trascendental, Plumer presenta un esquema que expresa su funcionamiento.
En primer lugar, contamos con una narración tal que los hechos relatados son
creíbles (plausibles, coherentes interna y externamente). Dicha historia es
creíble sólo si determinados principios operan en el mundo real. Así, dado que la historia es creíble, los
principios mencionados operan en el mundo real.
Los dos tipos, P.1 y P.2, que Plumer
presenta no forman una partición de todos los posibles solapamientos entre
narrativa y argumentación. Si [21] identificamos, como hemos comentado
anteriormente, el tipo P.1 de Plumer con los
solapamientos 1 y 2 de la sección 2.2.1 —teniendo además en cuenta que ya se
pierde la distinción entre estas dos opciones—, faltaría aún por identificar
nuestro tipo 3 con el tipo P.2 que propone Plumer.
Sin embargo, pese a sí poder incluir las argumentaciones analógicas e incluso
trascendentales bajo este enfoque (se aducen razones en forma de narrativas, y
se concluye a partir de estas), hay numerosos tipos de narrativas tipo 3 no
analógicas y no trascendentales. Un ejemplo claro es el El
cuaderno rojo de Auster, antes citado. Según un desarrollo similar al
planteado por Govier y Ayers (2012), la
argumentación en estos casos podría considerarse un caso de instanciación, dado
que el relato de ciertos hechos concretos trata de justificar un principio más
general.
Asimismo, Plumer no considera
las funciones que pueden cumplir los actos de habla narrativos en la
argumentación y viceversa, tal como la clasificación funcional presentada en
este trabajo permite. En el episodio 5 de la cuarta temporada de la serie de
televisión Mad Men
(Weiner, 2007), emplazada
en una agencia de publicidad neoyorkina durante la década de los sesenta, los
dueños de la empresa están discutiendo la posibilidad de firmar un contrato
para gestionar la publicidad de la marca japonesa de motocicletas Honda. Uno de
los miembros más mayores de la junta está tratando de convencer al resto de no
hacerlo. Alega que firmar con Honda puede perjudicar la imagen de la agencia de
publicidad ante inversores norteamericanos —tengamos en cuenta el notable
racismo de la época—, así como disminuir el número de trabajadores empleados en
otras campañas. Al observar que sus razones no producen el efecto deseado en
sus socios, alega una historia: él estuvo en la campaña del Pacífico en la II
Guerra Mundial y vio cómo muchos amigos suyos murieron a manos de los
japoneses. El relato de esta historia sirve como una razón mucho más potente
para sus compañeros. Un solapamiento de este tipo, en el que un acto de habla
de narrar se lleva a cabo dentro de un sub-texto
argumentativo que, a su vez, es parte de un texto narrativo no tendría cabida
en la clasificación propuesta por Plumer.
Por otra parte, Plumer emplea
una noción platónica de argumento: para él, los argumentos son entidades
preexistentes cuya naturaleza es independiente del uso que se les pueda dar:
Entiendo ‘argumento’ en el sentido lógico de un objeto
platónico, en oposición a la creación histórica o retórica que depende de forma
esencial de las circunstancias o intenciones de la audiencia o del autor. La
noción lógica o filosófica de argumentos tomados como secuencias abstractas de
proposiciones puede ser la noción ordinaria, al menos cuando pensamos con
claridad […] (Plumer, 2015: 2).
El rechazo a una concepción platónica de los argumentos
es la principal seña de identidad de nuestra propuesta frente a la mayoría de
planteamientos en la actualidad, incluido el de Plumer.
Como hemos intentado mostrar, un tratamiento de la noción de argumentación como
acto de habla permite clasificar los tipos de solapamiento entre argumentación
y narración teniendo en cuenta quién realiza el acto de habla de argumentar en
un relato, y esto habilita una clasificación más completa de las posibles
relaciones entre argumentación y narrativa, incluyendo las distintas funciones
que los actos de habla argumentativos puedan cumplir en las narraciones y
viceversa.
Pese a compartir
con Plumer un concepto de argumento en la línea
platónica, Olmos (2013) distingue distintos tipos de relaciones entre narrativa
y argumentación siguiendo un enfoque más pragmático:
Estos factores
contextuales, que consideramos de vital importancia para poder llevar a cabo un
análisis exhaustivo, no aparecen en el trabajo de Plumer.
De este modo, Olmos explora las posibles formas de atribuir carácter
argumentativo a determinadas [22] narraciones. El primer tipo de relación entre
narrativa y argumentación propuesto es: O.1 narraciones en las que, si bien no
de forma explícita, en ocasiones ciertos argumentos son presentados. Se
presentan en un contexto formado por una cierta idea que se pretende defender y
una suerte de razones que la apoyan, constituidas por la propia secuencia
narrativa del texto y cuya calidad depende de la plausibilidad de los hechos
relatados. Olmos las denomina narraciones primarias o tipo core.
El concepto de narración primaria parece asemejarse bastante —si bien Plumer no menciona los factores contextuales que Olmos
requiere para que un cierto fragmento del texto pueda considerarse como
argumento— al tipo P.1 ya mencionado. Un ejemplo de estas podría venir dado en
el siguiente relato, titulado “Sansón y los filisteos”, de Augusto Monterroso:
Hubo una vez un
animal que quiso discutir con Sansón a las patadas. No se imaginan cómo
le fue. Pero ya ven cómo le fue después a Sansón con
Dalila aliada a los filisteos.
Si quieres triunfar contra Sansón,
únete a los filisteos.
Si quieres triunfar sobre Dalila, únete
a los filisteos.
Únete siempre a los filisteos. (Monterroso, 1998: 67)
Podemos ver que se presentan una serie de hechos
relativos a un cierto animal, a Sansón, a Dalila y a los filisteos. Como
consecuencia de estos hechos, el autor deduce primero una conclusión (Si
quieres triunfar contra Sansón, únete a los filisteos), después otra (Si quieres
triunfar sobre Dalila, únete a los filisteos) y
finalmente, la que puede considerarse conclusión final del texto (Únete siempre a los filisteos). Se intuye un contexto
emplazado en el Israel del Antiguo Testamento, enriquecido por las historias
presentadas en él.
El segundo tipo,
O.2, que Olmos considera, se refiere a narraciones en las que, habiendo hechos
bajo discusión, la única evidencia presente para una cierta versión de estos es
la ocurrencia de la secuencia narrativa. Las denomina narraciones
secundarias. Este tipo se refiere a narraciones en las que se presentan
historias que, aparentemente, no apoyan nada que se haya puesto en cuestión y
en las que, posteriormente, se deja ver que estas historias se relacionan con
una cierta conclusión introducida (explícitamente o no) a posteriori. La
estructura de estas narraciones es similar a la de los argumentos analógicos,
por ejemplos o por precedentes (Walton, Reed, y Macagno, 2008). Un ejemplo de
este tipo de narraciones serían las fábulas clásicas con moraleja, en las que
se explicita mediante esta, la conclusión final que se ha justificado. Pongamos
como ejemplo la siguiente fábula de Esopo, “La zorra y la liebre”:
Dijo un día una
liebre a una zorra:
— ¿Podrías decirme si realmente es cierto
que tienes muchas ganancias, y por qué te llaman la "ganadora"?
— Si quieres saberlo — contestó la zorra—,
te invito a cenar conmigo.
Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a casa de
doña zorra vio que no había más cena que la misma liebre. Entonces dijo la
liebre:
—¡Al fin comprendo para mi desgracia de
donde viene tu nombre: no es de tus trabajos, sino de tus
engaños!
Moraleja: Nunca le pidas lecciones a los tramposos, pues
tú mismo serás el tema de la lección. (Esopo, 2015: 135)
Observamos que los hechos justifican la conclusión
expresada en la moraleja, de forma explícita.
Olmos propone una aproximación al “carácter argumentativo
de algunas narrativas” mediante una clasificación de estas en dos categorías.
Sin embargo, no define qué entiende por carácter argumentativo y esto hace que
las categorías que propone ni sean excluyentes ni cubran todos los tipos de
solapamientos posibles entre narrativa y argumentación.
Según Olmos
(2013), existen narrativas en las que ciertos hechos expuestos funcionan como
argumentos. Recordemos la fábula “La Oveja negra”, de Monterroso, donde se
presenta una serie de hechos que pueden fácilmente funcionar como argumentos
implícitos acerca de la coincidencia [23] entre el discurso y la realidad,
identificando de forma metafórica a la sociedad de las ovejas con la humana.
Sin embargo, desde el punto de vista estructural es distinto a “El búho que
quería salvar a la humanidad”. Si consideramos los textos como
argumentaciones del autor (actos de habla proferidos por este, situación (1) de
la sección 2.2.1), en el primero además contamos con otra argumentación,
proferida por un personaje (situación (3) de la sección 2.2.1), y de la que se
reproduce el argumento asociado. Creemos que es importante distinguir estos
casos y no incluirlos en la misma categoría.
Por otro lado, si el autor se limita a reproducir un
argumento, ¿está argumentando? ¿O está invitando al lector a realizar algún
tipo de inferencia en relación al argumento representado? Como sucede con la
propuesta de Plumer, la propuesta de Olmos tampoco
permite articular la distinción entre presentar argumentos e invitar a inferir.
Del mismo modo, ni Plumer ni Olmos consideran el uso
de la narrativa como un recurso retórico dentro de textos argumentativos, de
modo que situaciones como la de Mad Men antes mencionada no tendrían cabida en su
clasificación.
Este trabajo se
ha escrito con la finalidad de presentar una clasificación lo más sistemática
posible de las relaciones entre narrativa y argumentación. Esto se ha llevado a
cabo en varias fases: en primer lugar, hemos caracterizado los conceptos de
argumentación, narrativa, texto argumentativo y texto narrativo. No es extraño
ver usos variables para estos conceptos y hemos estimado necesario estandarizar
la nomenclatura mediante una aproximación que permita realizar una tipología de
tipos de solapamientos entre unos y otros.
Posteriormente, hemos desarrollado una clasificación de
las relaciones entre narrativa y argumentación que incorpora dos criterios
diferentes. El primero está basado en la forma en la que puede encontrarse un
acto de habla de argumentar en un texto narrativo. Distinguimos tres
posibilidades, según el emisor del acto de habla: personaje, narrador o autor.
A continuación, hemos analizado esta tipología de manera funcional. Este
aspecto de nuestra clasificación es de especial importancia ya que muestra
recursos que las clasificaciones de Plumer (2015) y
Olmos (2013) no tienen en cuenta. Esta está referida a las funciones que puede
desempeñar un acto de habla argumentativo en un texto narrativo, o un acto de
habla narrativo en un texto argumentativo. Se explora la dimensión retórica con
la que se puede representar una determinada argumentación. Finalmente, hemos
comparado nuestra propuesta con las clasificaciones de Olmos y Plumer, con el fin de mostrar sus ventajas, al ser capaz de
englobar a estas, así como añadir elementos de análisis que tienen que ver,
principalmente, con la dimensión retórica de este tipo de actuaciones
comunicativas.
Ayers, L. (2010). Getting
arguments out of narrative. Manuscrito no publicado.
Compartido el 19 de octubre de 2010 en ARGTHRY, el listserv
de la Ontario Society for the Study of
Argumentation, Ontario, Canadá.
Bermejo-Luque,
L. (2011). Giving Reasons. A Linguistic-Pragmatic Approach to Argumentation
Theory. Argumentation, 26(2),
291-296.
Lázaro Carreter, F. (1987). La literatura
como fenómeno comunicativo. En van Dijk, T. A., &
Mayoral, J. A. (eds.), Pragmática de la comunicación literaria (pp.
151-170). Bibliotheca
Philologica. Serie Lecturas.
Arco/Libros.
Currie, G. (1990). The
Nature of Fiction. Cambridge: Cambridge University Press.
Dijk, T.
A. van (1996). Estructuras y funciones
del discurso. México: Siglo XXI.
Fisher, W.
y R. Filloy. (1982). Argument in drama and
literature: An exploration. En J. R. Cox y C. A. Willard (eds), Advances in
Argumentation Theory and Research (pp. 346-362). Carbondale: Southern
Illinois University Press.
Gadamer, Hans-Georg. (1975).
Truth and method (2 (1989)). London. Sheed and Ward
Ltd. https://doi.org/10.1086/486539
García-Carpintero,
M. (2016). Relatar lo ocurrido como
invención: una introducción a la filosofía de la ficción contemporánea.
Madrid: Cátedra.
Garrido
Domínguez, A. (1996). Teoría de la
literatura y literatura comparada: el texto narrativo. Madrid: Síntesis.
Genette, G. (1980). Narrative Discourse. Ithaca, New York:
Cornell University Press.
Govier,
T., y L. Ayers. (2012). Logic and Parables: Do These
Narratives Provide Arguments? Informal Logic, 32(2), 161-189.
Grice, H.P. (1975) Logic and
conversation. En P. Cole and J. Morgan
(eds) Syntax and Semantics 3: Speech Acts (pp.41-58). New York: Academic Press.
Hunt, L. H. (2009). Literature
as Fable, Fable as Argument. Philosophy and Literature, 33(2), 369-385.
Iser, W. (1979). The act of
reading. London: Routledge and Kegan Paul.
Kock, C. (2009). Choice is not
true or false: The domain of rhetorical argumentation. Argumentation, 23(1), 61-80.
Nussbaum, M. C. (1992). Love’s
knowledge: essays on philosophy and literature. Oxford: Oxford University
Press.
Olmos, P. (2013). Narration as
argument. En Mohammed, D. y M. Lewinsky (eds.), Virtues of Argumentation. Proceedings of the 10th International
Conference of the Ontario Society for
the Study of Argumentation (OSSA), 22-26 May
2013 (pp. 1-14). Windsor, Ontario: OSSA.
Plumer, G. (2015). On novels as arguments. Informal
Logic, 35(4), 488-507.
Prince, G. (2003). A dictionary of narratology.
Nebraska: University of Nebraska Press.
Romero Álvarez, M. L. (1996).
El relato periodístico como acto de habla. Revista Mexicana de Ciencias
Políticas Y Sociales, 41,
9-27.
Searle, J. (1979). A Taxonomy of Illocutionary
Acts. En Searle, J., Expression and Meaning: Studies in
the Theory of Speech Acts (pp. 1-29).
Cambridge: Cambridge University Press.
Sperber, D. (2000). Metarepresentations
in an evolutionary perspective. En Sperber, D. (ed.), Metarepresentations: a multidisciplinary perspective (pp.
117-137). Oxford: Oxford University
Press.
Walton, D., Reed, C., y F. Macagno.
(2008). Argumentation Schemes.
Cambridge: Cambridge University Press.
Williamson, G. (2014). Inference [artículo]. SLTinfo.
Recuperado de: https://www.sltinfo.com/inference/
[June 18, 2017]
Williamson, T. (1996). Knowing and Asserting. The Philosophical
Review, 105(4), 489-523.
Referencias
de obras literarias, periodísticas y cinematográficas
Auster, P. (1994). El cuaderno rojo. (Traducción
de Navarro, J.). Barcelona: Anagrama (Colección Quinteto).
Campos, M. A. (2001). Literatura
en voz alta: entrevistas con escritores. Costa Rica: Universidad Nacional
Costa Rica.
Careaga, R. (2014). Paul
Auster, escritor: “Escribir es como una enfermedad, el mundo real no es
suficiente.” La Tercera. Recuperado
de: https://www.latercera.com/noticia/paul-auster-escritor-escribir-es-como-una-enfermedad-el-mundo-real-no-es-suficiente/
Esopo. (2015). Fábulas de
Esopo. (Traducción de Sabaté Font, J.). Barcelona: Penguin
clásicos.
Jiménez, D. (2013). El lugar
más feliz del mundo. Madrid: Kailas Editorial.
Mann, T. (2012). La montaña mágica.
(Traducción de García Adánez, I.). Barcelona: Edhasa.
Montaigne, M. E. (2014). Ensayos.
(Traducción de Román y Salamero, C., Thiebaut, C., Marinas, J. M. y G. Torné). Barcelona: Penguin clásicos.
Monterroso, A. (1998). La oveja negra y demás fábulas.
Madrid: Alfaguara
_________ (2014). El paraíso
imperfecto: antología tímida. Barcelona: Debolsillo.
Nabokov, V. (1975). Lolita.
(Traducción de Tejedor, E.). Barcelona: Grijalbo.
Thoreau, H. D. (2011). Desobediencia civil y otros
textos. (Traducción de Cardona, F.L.). Barcelona: Ediciones Brontes. Weiner, M.
(productor). (2007). Mad Men [serie de TV]. California: AMC, Lionsgate
television.
[1] Traducción propia. A partir de este punto, se
traducirán al castellano todas las citas provenientes de artículos en inglés.
[2] Es
frecuente el uso de los términos “narrativa” y “narración” de forma indistinta.
Sin embargo, mientras que la primera hace referencia a la representación de los
eventos (el producto), la segunda se refiere al acto de habla de representarlos
(Garrido Dominguez, 1996).
En este trabajo consideraremos necesaria la distinción.
[3] Olmos
(2013: 10-11) admite que el carácter de ficción/no ficción de una narrativa no
es un criterio fundamental en el que basar una clasificación de estas en
relación con la argumentación. Pese a compartir este punto de vista, la
clasificación que propone presenta considerables diferencias con la aquí planteada,
como se analizará en la siguiente sección.
[4] En
cuanto al carácter ‘literario’ de estas narraciones, de si constituyen una obra
‘literaria’ o no lo hacen, no entraremos a estudiarlo. Esta distinción queda
algo alejada de los objetivos de este artículo, pese a su extraordinario
interés y posible análisis en términos de actos de habla. Como Lázaro Carreter
(1987) señala, “no hay valor literario, sino lector que lo aprecie como tal”
(p. 169), lo cual puede analizarse perfectamente en base a los efectos
perlocutivos de estos actos de habla de ficcionar o
relatar hechos no ficticios.
[5] Es
tentador definir narrativa en función de actos de habla como el producto de realizar
únicamente actos de habla de narrar, ya sea ficción o no ficción. Sin embargo,
dado el marco teórico presentado, esto no es correcto: la representación de
eventos a la que aluden Genette y Prince puede llevarse a cabo mediante otros
tipos de actos de habla: representativos (sugerir, describir), comisivos
(prometer, ofrecer), etc. La clasificación de actos de habla a la que nos
referimos está basada en (Searle, 1979).
[6] En
consonancia con las partes que la retórica clásica distingue en un discurso, ya
desde Corax y Tisias:
exordio, narración, argumentación, disgresión y
epílogo.
[7] Los
fragmentos referidos son, sin duda, ejemplos de textos narrativos. El texto de
Montaigne en su conjunto, por el contrario, es más difícil de adscribir a esta
categoría.
[8] Autores
como (Gadamer, 1975) o (Iser,
1979) restan importancia al papel que desempeña el supuesto “mensaje original”
que el autor convencionalmente desea expresar, poniendo énfasis en el acto de
leer como actividad constructiva de un significado particular para el lector.