La falsa historia del origen de las falacias

The fake history of the origin of fallacies

 

Gerardo Ramírez Vidal

Investigador Titular “B” de Tiempo Completo

Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM

Centro de Estudios Clásicos

 

Fecha de recepción: 17-04-21

Fecha de aceptación: 22-06-21

 

Ramírez Vidal, G. (2021) La falsa historia del origen de las falacias.

Quadripartita Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 6(11), 2-16. ISSN: 2448-6485

[2]

Resumen. Los estudiosos modernos de la lógica acostumbran dar el nombre de “falacias” a los trece silogismos aparentes que Aristóteles expone en las Refutaciones sofísticas (SE) y a otros argumentos falsos o engañosos que se exponen en las obras de ese filósofo y de otros autores griegos antiguos. Esta denominación parece bien fundamentada, porque se piensa que Aristóteles creo la teoría de las falacias y que el filósofo Boecio (siglo VI d. C.) identificó esa teoría y describió las fallaciae que el filósofo griego estudió en sus obras. Sin embargo, la palabra fallacia es poco frecuente en el latín clásico y no se emplea para designar algún tipo de argumentos falsos. En consonancia con lo anterior, Boecio recurre muy poco a la palabra fallacia en sus traducciones y comentarios de los textos aristotélicos, y la aplica para designar ciertos errores en relación con las opiniones o enunciados contrarios, pero no para referirse a silogismos aparentes o falsos en Aristóteles. Este empleo debió darse en el siglo XII, por obra de Jacobo de Venecia, quien escribió un libro ahora perdido a partir de las glosas a los argumentos falsos o falaces en las obras de Aristóteles. En este trabajo se estudia el empleo de la palabra fallacia del latín clásico y su uso en las traducciones y comentarios de Boecio a los textos aristotélicos con la finalidad de mostrar que ni en Aristóteles ni en Boecio se expone ninguna teoría de las falacias ni se ofrece ninguna lista de falacias.

Palabras clave. Falacias; Aristóteles; Boecio; Argumentos.

 

Abstract. Modern students of logic usually give the name of 'fallacies' to the thirteen apparent syllogisms that Aristotle exposes in the Sophistic Refutations (SE) and to other false or misleading arguments that are exposed in the works of that philosopher and other ancient Greek authors. This denomination seems well founded, because it is thought that Aristotle created the theory of fallacies and that the philosopher Boethius (6th century AD) identified that theory and described the fallaciae that the Greek philosopher studied in his works. However, the word fallacia is rare in classical Latin and it is not used to designate some kind of false argument. In keeping with the above, Boethius makes very little use of the word fallacia in his translations and commentaries on Aristotelian texts and applies it to designate certain errors in relation to contrary opinions or statements, but not to refer to apparent or false syllogisms in Aristotle. This use must have been given in the 12th century, first in the work of Jacobo of Venice, who wrote a now lost book from the glosses to false or fallacious arguments in the works of Aristotle. This paper studies the use of the word fallacia in classical Latin and its use in Boethius' translations and commentaries on Aristotelian texts in order to show that neither Aristotle nor Boethius exposes any theory of fallacies, nor both offer some list of fallacies.

Keywords. Fallacies; Aristotle; Boethius; Arguments.

 

 

1.     Las falacias en la tradición aristotélica

La palabra española falacia (en inglés fallacy) proviene del término latino fallacia (en francés, sophisme, erreur).[1] Los estudiosos modernos, en general, están de acuerdo en que esa palabra latina fallacia es una traducción de la palabra griega sophisma[2] y la mayoría coincide también en que fue el filósofo Boecio quien la introdujo por primera vez en su comentario al libro De interpretatione de Aristóteles. Se supone que este filósofo estableció una teoría de las falacias y sistematizó dos listas de falacias.

En su célebre libro sobre las falacias, publicado en el ya lejano 1970, el filósofo australiano Charles Leonard Hamblin resumía en unas cuantas líneas la historia de las falacias:

 

Aunque común en el mundo antiguo, en Atenas, Alejandría y Roma [el estudio de las falacias] se “pierde” en Europa occidental, durante varios siglos, en el periodo monástico [hasta el siglo XI]; pero fue redescubierto con entusiasmo hacia el siglo XII, cuando empezó a formar parte como una sección del plan de estudios de la lógica en las universidades recién fundadas. Desde ese entonces hasta nuestro siglo, los libros de texto de lógica que no contengan un breve capítulo sobre falacias han sido la excepción. (Hamblin, 1970: 9)

 

La primera historia habrá de relatarla nuestro autor de manera pormenorizada en el capítulo 3 (1970: 89-134) de su obra sobre las Falacias: “La tradición aristotélica”.

De Rijk (1962) y Sten Ebbesen (1981) presentan los textos de la vetus logica y trazan su desarrollo en los autores antiguos, en los comentadores griegos y romanos, en Boecio y en escritores posteriores, sobre todo de los siglos XII y XIII. De esta manera, los testimonios en la dialéctica y lógica griegas y romanas se amplían de manera significativa.[3]

Así, se ha estado de acuerdo, de manera unánime, en que los autores antiguos fundaron la doctrina de las falacias y que Boecio y otros pensadores establecieron listas de falacias a partir de Aristóteles (Ebbesen, 1987: 110). Con estas bases, los tratados del siglo XIII llamaron fallaciae[4] a los trece modos de argumentos aparentes que se encuentran en las Refutaciones sofísticas de Aristóteles. Por ello parece correcto que Forster afirme que esta obra es [3] un estudio de las falacias en general y que en ella se dividen en dos clases.[5]

Sin embargo, los estudiosos han encontrado notables diferencias entre, por ejemplo, los sofismas en Aristóteles y las falacias en época actual. Hamblin observa:

 

No necesitamos más que abrir una copia de las Refutaciones Sofísticas para encontrar características incompatibles con las concepciones modernas. Para empezar, incluso el título nos presenta algunas preguntas: ¿por qué “refutaciones”? [...] Además, la palabra “sofista” parece tener un matiz de significado que no es muy apropiado. (Hamblin, 1970: 50)

 

Ante tales diferencias, los estudiosos no deducen lo más obvio: que la teoría de las falacias es una creación medieval; en cambio, ofrecen otras soluciones. Hitchcock, por citar un ejemplo, responde al problema anterior observando que, en realidad, en la Antigüedad, la lógica y la teoría de las falacias iban por caminos diferentes.  Puesto que se piensa que las descripciones parten del mismo Aristóteles, se considera una obviedad que el origen de la incoherencia actual parte de las Refutaciones sofísticas del estagirita.[6]

Los modernos culpan a Aristóteles de una cosa que no hizo. Es un error considerarlo el responsable de la incoherencia de los registros actuales de falacias y las impropiedades en el empleo de los términos. La incoherencia de los modernos nada tiene que ver con la supuesta incoherencia de Aristóteles. La teoría del silogismo aparente y del paralogismo en el filósofo griego es una teoría cerrada, completa y coherente, de acuerdo con los principios que él mismo estableció.[7]

Las afirmaciones anteriores pueden sostenerse si se demuestra que Aristóteles no elaboró ninguna teoría ni estableció ninguna lista de falacias. En las siguientes páginas pretendo demostrar lo anterior, con base en dos argumentos: (a) la palabra latina fallacia no se empleó en época clásica para referirse a argumentos falsos; (b) Boecio, quien supuestamente atribuyó a Aristóteles la teoría y la lista de falacias, emplea pocas veces la palabra en cuestión y solo para referirse a una especie de error en la contradicción, pero no para traducir los términos sophisma, paralogismós, eristikós, etc. en su traducción de las Refutaciones sofísticas y en sus comentarios al De interpretatione de Aristóteles. Posteriormente, voy a sugerir que esas teorías datan de los siglos XI y XII; que la teoría de las falacias es incompatible con las teorías aristotélicas sobre el silogismo y las refutaciones aparentes y, por último, que las teorías ahí surgidas no han logrado consolidarse y sistematizarse en una “teoría de las falacias” [4].

 

2.     Los usos de la palabra fallacia y sus sinónimos

Podemos afirmar que en latín clásico no se encuentra la palabra fallacia con el sentido argumentativo de “falaz”. En latín clásico, la palabra fallacia es poco frecuente y no se emplea en contextos argumentativos. Proviene del verbo fallo, fallere, fefelli, falsum, “engañar”, “simular”, que sí es frecuente, de manera que fallacia significa “engaño”, “simulación”, decir o hacer una cosa como si se hiciera otra, deliberadamente. Un ejemplo de este empleo lo encontramos en el capítulo 13 de las Metamorfosis de Ovidio, donde el poeta se refiere a la estratagema de Tetis quien, sabedora de que su hijo Aquiles habría de morir en la guerra contra Troya, pretendió ocultarlo travistiéndolo: sumptae fallacia vestis (Ov. Met. 13: 164), “la simulación del vestido puesto”, que Bonifaz Nuño tradujo como “la falacia de la veste tomada”. Se trata de un engaño, pero no de cualquier engaño, sino de uno que recurre a la simulación al querer hacer parecer como verdadero algo que no es. La Nereida disimula (dissimulat) al hacer parecer que su hijo es doncella, y burla a todos, o casi. Es una especie de ironía: Sócrates alaba simuladamente a sus interlocutores contrarios adoptando ciertas actitudes, en particular la admiración simulada: “¡Eres grande, oh, Eutidemo!”. Se trata de una simulación. Su afirmación es falsa, pero parece verdadera.

En la obra retórica de Cicerón la palabra fallacia aparece dos veces, como en la expresión: O fallacem hominum spem, “Oh, qué engañosa es la esperanza de los hombres” (Cic. De or, III: 7). La esperanza parece verdadera, pero solo lo es en apariencia. Lo mismo podría decirse del embellecimiento con el maquillaje: una belleza aparente.

En otro pasaje se emplea la misma palabra para referirse al fingimiento, aunque se acostumbra traducirla como mentira:

 

(4) nihil ut opus sit simulatione et fallaciis; ipsa enim natura orationis eius, quae suscipitur ad aliorum animos permouendos, oratorem ipsum magis etiam quam quemquam eorum qui audiunt permouet.

(4) de modo que no necesita en absoluto de simulación y fingimientos, pues la misma naturaleza del discurso que se asume para estremecer los ánimos de los otros, estremece al orador mismo más incluso que a cualquiera de los que escuchan (Cic. De or. II: 191).

 

El autor se refiere a la necesidad de que el orador sienta las emociones que quiere producir en los jueces, pero agrega que esas sensaciones deben ser auténticas o ciertas; el orador no tiene por qué fingir las emociones pretendiendo que parezcan ciertas, aunque no lo sean. Este es el matiz preciso de fallacia, es decir, que no se refiere a los sentimientos falsos, sino a aquellos que son falsos, pero parecen auténticos. A estos no debe recurrir el orador.

En suma: en latín clásico la palabra fallacia es poco frecuente, tiene sentido de “simulación”, de decir o hacer una cosa por otra, de dar gato por liebre. Sin embargo, no se emplea en el campo argumentativo como argumento engañoso o algo parecido y mucho menos designa un conjunto de argumentos aparentes.

El interesante matiz de fallacia como algo aparente y engañoso, se encuentra en Refutaciones sofísticas (SE) de Aristóteles, en este caso aplicado a los argumentos. Así, (1) hay dos tipos de refutaciones o silogismos falsos: (2) unos son simple o demostrablemente falsos; (3) otros son falsos, pero en apariencia verdaderos. Para referirse a 1 y 2, Aristóteles emplea el termino ψεῦδος; para 3, emplea φαινόμενος ἔλεγχος/συλλογισμός, o bien παραλογισμός. En la primera página de los SE, Aristóteles señala que las apariencias se dan en casos muy diferentes. Por ejemplo, algunos son bellos en virtud de la belleza, pero otros lo son solo en apariencia mediante el maquillaje (Arist. SE 164b1). Lo mismo sucede con el oro y la plata, pues hay imitaciones con otros materiales, y caen en el engaño quienes son inexpertos. Del mismo modo, las palabras engañan a quienes están faltos de experiencia, de empeiría. Sin embargo, los traductores no traducen “silogismo aparente” con la palabra falacia y los estudiosos no dan a falacia ese sentido de “silogismo aparente”. [5]

Como hemos dicho, en los autores modernos “falacia” equivale a la palabra “sofisma”, σόφισμα, pero no en su sentido de “refutación/silogismo aparente”, sino al parecer en su sentido de “silogismo falso”.[8] Es cierto que el verbo latino fallo se utiliza con el sentido de “mentir”, “engañar”. De ese verbo viene el adjetivo falsum. El verbo fallo corresponde, en cuanto a su etimología, al griego φηλόω[9] denominativo de φηλός. El sentido de este adjetivo es “que puede inducir a error”, “engañoso”; es un sinónimo de ψευδής, “falso”, adjetivo de ψεῦδος, “mentira”, “engaño”. Un sinónimo de ψεῦδος es πάτη, aunque en los textos lógicos de Aristóteles esta palabra tiene el matiz de “error” nacido de una analogía aparente. Así, por ejemplo, Aristóteles se refiere a la cuarta especie de paralogismos (SE 167b1-5), que es la conversión del consecuente que consiste en cambiar el orden antecedente > consecuente. “Si ha llovido la tierra está húmeda; la tierra está húmeda, por tanto, ha llovido”, pero la tierra puede estar húmeda no solo por la lluvia. Afirma Aristóteles: Ὅθεν καὶ αἱ περὶ τὴν δόξαν ἐκ τῆς αἰσθήσεως ἀπάται γίνονται, “de ahí también se originan los errores acerca de la opinión que se basa en los sentidos”. Ver a una mujer maquillada caminando en la noche origina el engaño de que se trata de una prostituta. Pero —dice Aristóteles— hay muchos casos como el anterior que no tienen ese predicado.

En SE, Aristóteles indica en qué consisten los errores de quienes no se dan cuenta de las refutaciones aparentes (169a22-b16). Por ejemplo, en las refutaciones (aparentes) que se dan por homonimia y anfibolía, el error (apatê) consiste en la incapacidad de distinguir lo que se dice en muchos sentidos; en las que se dan por composición y separación, el error se encuentra en no ver las diferencias en los discursos compuestos o separados, etc. En otro pasaje afirma que la krypsis (el ocultamiento) tiene como fin el no ser visto y el no ser visto tiene como fin el engaño (apatê).

 

3.     Inexistencia de la palabra fallacia en la traducción de Boecio SE

Como se considera que Boecio introdujo la teoría aristotélica de las falacias y trasmitió las listas de las falacias, será necesario abordar sus obras de lógica y observar qué términos latinos emplea para traducir las palabras griegas antes señaladas. Este personaje tradujo del griego al latín las Refutaciones sofísticas (SE) de Aristóteles. Sin embargo, en su traducción Boecio no traslada los términos griegos de la familia de sophisma con los correspondientes de la palabra fallacia, sino que se limita a transliterarlos, como se muestra en el título y las primeras líneas, que es como sigue:

 

ΠΕΡΙ ΤΩΝ ΣΟΦΙΣΤΙΚΩΝ ΕΛΕΓΧΩΝ. Περὶ δὲ τῶν σοφιστικῶν ἐλέγχων καὶ τῶν φαινομένων μὲν ἐλέγχων, ὄντων δὲ παραλογισμῶν ἀλλοὐκ ἐλέγχων, λέγωμεν ἀρξάμενοι κατὰ φύσιν ἀπὸ τῶν πρώτων. (Arist, SE 164a20-22)[10]

[6] Elenchorum sophisticorum Aristotelis libri duo. De sophisticis autem redargutionibus, et de iis quae videntur redargutiones (sunt autem captiosae ratiocinationes, at non redargutiones) dicamus oportet, incipientes secundum naturam a primis. (Boet. ES Int. 1007c1-d3)

 

Boecio translitera al latín la palabra σοφιστικός. En cuanto a los demás términos, podrá observarse que la expresión τῶν φαινομένων μὲν ἐλέγχων corresponde a de iis quae videntur redargutiones y el término παραλογισμός se traduce con una perífrasis: captiosa ratiocinatio. Posteriormente translitera συλλογισμός y traduce discursos erísticos por orationes contentiosae. No hay, pues, rastros de la palabra fallacia, y lo mismo sucede con términos aún más cercanos a la noción de falacia. Por ejemplo, cuando se refiere a los cinco modos, especies (o fines, según los tratados modernos) de la discusión contenciosa, Aristóteles dice así:

 

Ἔστι δὲ πέντε ταῦτα τὸν ἀριθμόν, ἔλεγχος καὶ ψεῦδος καὶ παράδοξον καὶ σολοικισμὸς καὶ πέμπτον τὸ ποιῆσαι ἀδολεσχῆσαι τὸν προσδιαλεγόμενον (τοῦτο δ᾽ ἐστὶ τὸ πολλάκις ἀναγκάζεσθαι ταὐτὸ λέγειν), ἢ τὸ μὴ ὂν ἀλλὰ [τὸ] φαινόμενον ἕκαστον εἶναι τούτων. (Aris. SE 165b: 13-18)[11]

Son estos [fines] cinco en número: refutación, falsedad, paradoja, solecismo y en quinto lugar el hacer que el interlocutor diga tonterías (y esto es verse obligado a decir muchas veces lo mismo), o bien lo que no es realmente sino lo que parece que sea cada una de estas cosas.

 

Boecio traslada este pasaje de la siguiente manera (ES Int. 1009d: 6-11):

 

Sunt autem haec quinque numero, redargutio falsum, inopinabile, soloecismus, et quintum, quod est facere nugari eum qui condisputat. Hoc autem est frequenter cogere idem dicere, aut quod non est, sed quod apparet quodque esse horum.

 

Boecio utiliza aquí y en otros lugares la palabra falsum como equivalente de ψεῦδος, aunque podría haber utilizado fallacia. Sin embargo —como hemos dicho—, el traductor latino no emplea esa palabra ni siquiera para referirse como fallaciae a las famosas trece refutaciones aparentes de Aristóteles, lo cual debe llamar la atención. Como bien se sabe, Aristóteles clasifica las refutaciones aparentes en dos clases: in dictionem y en extra dictionem, y estas en seis y siete respectivamente, dando un total de trece. Citamos los dos pasajes de Aristóteles, seguidos de la traducción de Boecio:

 

Τρόποι δ᾽ εἰσὶ τοῦ μὲν ἐλέγχειν δύο· οἱ μὲν γάρ εἰσι παρὰ τὴν λέξιν, οἱ δ᾽ ἔξω τῆς λέξεως. Ἔστι δὲ τὰ μὲν παρὰ τὴν λέξιν ἐμποιοῦντα τὴν φαντασίαν ἓξ τὸν ἀριθμόν· ταῦτα δ᾽ ἐστὶν ὁμωνυμία, ἀμφιβολία, σύνθεσις, διαίρεσις, προσῳδία, σχῆμα λέξεως. (Arist. SE 165b: 23-25)[12]

[7] Los modos de refutar son dos: unos son según la dicción; otros, según fuera de la dicción. Aquellos que según la dicción crean la fantasía son seis en número, y esto son homonimia, anfibolía, composición, división, acentuación y figura de dicción.

 

Boecio traduce literalmente el texto anterior de la siguiente manera (ES Int. 1010a: 5-10): Modi autem redarguendi sunt duo: nam alii quidem sunt propter dictionem, alii vero extradictionem. Sunt autem ea quidem quae propter dictionem faciunt phantasiam ex [sic] numero; haec quidem sunt aequivocatio, amphibolia, compositio, divisio, accentus, et figura dictionis. Podrá observarse que no hay ningún término en Boecio que dé la idea de falacia, aunque podría haber empleado fallacia si lo hubiera deseado, pues se trata de dos “modos de refutar” (modi redarguendi) de manera aparente (cf. el término phantasía), que desde la óptica moderna son falacias.

Más abajo, se refiere Aristóteles a los paralogismos extra dictionem (Arist. SE 166b: 21-27): Τῶν δ᾽ ἔξω τῆς λέξεως παραλογισμῶν εἴδη ἔστιν ἑπτά, ἓν μὲν παρὰ τὸ συμβεβηκός, δεύτερον δὲ τὸ ἁπλῶςμὴ ἁπλῶς ἀλλὰ πῂ ἢ ποὺ ἢ ποτὲ ἢ πρός τι λέγεσθαι, τρίτον δὲ τὸ παρὰ τὴν τοῦ ἐλέγχου ἄγνοιαν, τέταρτον δὲ τὸ παρὰ τὸ ἑπόμενον, πέμπτον δὲ τὸ παρὰ τὸ <τὸ> ἐν ἀρχῇ λαμβάνειν, ἕκτον δὲ τὸ <τὸ> μὴ αἴτιον ὡς αἴτιον τιθέναι, ἕβδομον δὲ τὸ τὰ πλείω ἐρωτήματα ἓν ποιεῖν.[13] No hay rastros de falacias en la traducción literal de Boecio (ES Int. 1011c9-d2): Earum vero quae extra dictionem sunt captionum species sunt septem. Una quidem propter accidens; secunda autem propter id quod simpliciter, vel non simpliciter, sed aliquo modo, aut ubi, aut quando, aut ad aliquid dicitur; tertia autem propter redargutionis ignorantiam; quarta vero propter consequens; quinta autem propter id quod est in principio sumere; sexta propter id quod non est causa, ut causam ponere; septima vero propter plures interrogationes unam facere.

Deberá notarse que, en el último pasaje, Aristóteles emplea la expresión παραλογισμῶν εἴδη, que Boecio traduce “captionum species”, donde cualquier lógico actual podría esperar fallaciarum species, como Forster que traslada como “fallacies”. Sin embargo, Boecio evita el sustantivo fallacia no solo en estos pasajes, sino en toda su traducción, aunque emplea una vez el adjetivo fallax para traducir la palabra griega ἀπατητικὸς (apatêtikós) que se encuentra en Aristóteles (SE 171b: 18-22) donde se dice: Ὥστετε περὶ τῶνδε φαινόμενος συλλογισμὸς ἐριστικὸς λόγος, καὶ ὁ κατὰ τὸ πρᾶγμα φαινόμενος συλλογισμός, κἂνσυλλογισμός, ἐριστικὸς λόγος· φαινόμενος γάρ ἐστι κατὰ τὸ πρᾶγμα, ὥστ᾽ ἀπατητικὸς καὶ ἄδικος.[14] La traducción de Boecio es la siguiente (ES Int. 1020a6-8): quare et qui de his quidem apparens syllogismus, contentiosa est oratio [...] nam apparens est secundum rem, quare fallax et injusta.

En el pasaje traducido por Boecio falta una parte, pero para nuestros propósitos basta con lo que se tiene: el discurso erístico es fallax. Ya se ha visto que Aristóteles emplea el término ἀπάτη en otros pasajes de sus SE, pero Boecio en ellos no lo traduce con fallacia, sino con deceptio. Uno de tantos ejemplos está en Arist. SE (169a21-22), seguido de la traducción:

 

Ἡ δ᾽ ἀπάτη γίνεται τῶν μὲν παρὰ τὴν ὁμωνυμίαν καὶ τὸν λόγον τῷ μὴ δύνασθαι διαιρεῖν τὸ πολλαχῶς λεγόμενον.

Deceptio autem fit in iis quidem quae propter aequivocationem et orationem, eo quod non potest quis dividere id quod multipliciter dicitur. (Boet. ES Int. 1015d3-5)

 

Repetimos: en este y los demás pasajes en que aparece ἀπάτη, Boecio emplea deceptio no fallacia para [8] traducir la palabra griega. Los anteriores ejemplos representan un duro mentís sobre el supuesto origen de las falacias en la traducción de Boecio de las Refutaciones sofísticas de Aristóteles, de manera que podríamos pensar que en sus comentarios al De interpretatione el filósofo latino habría encontrado la teoría de las falacias y alguna lista de ellas en la obra aristotélica.

 

4.     Las fallaciae en los comentarios al De interpretatione

Boecio elaboró dos versiones distintas de su traducción del filósofo latino al De interpretatione, o mejor dicho, de sus comentarios a esa obra. Al primer comentario se le conoce como Commentaria minora (293-393, ed. prima) y al segundo como Commentaria maiora (393-639, ed. secunda), cuya amplitud es de más del doble que la primera.

Es precisamente en esos comentarios 1 y 2 (como aquí los indicaremos), en los cuales los estudiosos modernos han basado sus teorías sobre las falacias en los autores antiguos. Por ejemplo, Bäck (1996: 117), se refiere a dos listas de falacias en Boecio. Afirma que el autor latino “menciona las falacias en Refutaciones sofísticas, pero no las discute”, y reenvía a dos pasajes de la interpretación donde supuestamente Boecio expone la teoría de las falacias y presenta dos listas: “In librum De interpr. Editio Prima, 318C; Editio Secunda, 460C”.

Puesto que ya hemos visto que en la traducción de SE no hay nada de teorías y listas de falacias, analicemos los dos pasajes señalados, aunque para ello será necesario, por mor de claridad, copiar primero el pasaje del De interpretatione de Aristóteles:

 

καὶ ἔστω ἀντίφασις τοῦτο, κατάφασις καὶ ἀπόφασις αἱ ἀντικείμεναι. λέγω δὲ ἀντικεῖσθαι τὴν τοῦ αὐτοῦ κατὰ τοῦ αὐτοῦ, μὴ ὁμωνύμως δέ, καὶ ὅσα ἄλλα τῶν τοιούτων προσδιοριζόμεθα πρὸς τὰς σοφιστικὰς ἐνοχλήσεις. (Arist. De int. 17a: 31-37)

Y sea esto la contradicción: afirmación y negación opuestas, y digo oponer la [afirmación] de una cosa con la misma cosa —pero no como homónimos—, y todos los demás recursos como estos que determinamos contra las impertinencias sofísticas.

 

Aristóteles se refiere a uno de los recursos de “las impertinencias sofísticas”, aquel que tiene que ver con el empleo de los homónimos, de manera que la contradicción resulta solo aparente, pues al oponer una afirmación y una negación, se puede utilizar el sujeto o el predicado como homónimos y no como la misma cosa. Así, la afirmación “el hombre es bueno” y la negación “el hombre no es bueno”, “hombre” y “bueno” podrían emplearse en ambos pasajes como homónimos, es decir, con significados diferentes en el primer y segundo enunciado. Por ejemplo, si se habla del hombre en general en la afirmación, el recurso consiste en emplearlo en sentido particular en la negación, o viceversa.

En sus Commentaria minora, Boecio traduce de la siguiente manera:

 

Dico autem opponi eiusdem de eodem. Non autem aequivoce, et quaecumque caetera talium determinavimus contra sophisticas importunitates. (Boet. In lib. De interp. 1, 318b:3-5)

 

Al comentar este primer pasaje, el filósofo latino no se refiere expresamente a falacias, sino más bien a mendaces syllogismos y argumenta (Boet. In lib. De interpr. 1, 318c15-d5):

 

Sed diligentius haec in libro quem Περὶ σοφιστικῶν ἐλέγχων inscribit edisserit; illic enim sophistarum, quos fallaces argumentatores Latine possumus dicere, qui per hujusmodi propositiones quae verum inter se falsumque non dividunt, mendaces colligunt syllogismos, argumenta distinxit, quibus capere respondentem atque innectere consueverunt.

Pero con más atención [Aristóteles] explica estas cosas en el libro que intitula Περὶ σοφιστικῶν ἐλέγχων, pues allí divide los argumentos con que los sofistas acostumbran agarrar y enredar al que responde, ellos, a quienes en latín podemos llamar argumentadores falaces, quienes recogen silogismos engañosos en proposiciones de ese tipo que no distinguen lo verdadero y lo falso entre ellas.

 

Encontramos de nuevo el adjetivo fallax aplicado a los argumentos de los sofistas, travestidos en argumentadores [9] serios. Además, en las columnas 384 y 385, vemos finalmente referencias concretas a las falacias en relación con un pasaje del De interpretatione de Aristóteles, precisamente sobre el engaño (apatê). En seguida transcribimos partes medulares del pasaje en griego:

 

εἰ δὴ ἔστι μὲν τοῦ ἀγαθοῦ ὅτι ἐστὶν ἀγαθὸν δόξα, ἄλλη δ’ ὅτι οὐκ ἀγαθόν, ἔστι δὲ ἄλλο τιοὐχ ὑπάρχει οὐδοἷόν τε ὑπάρξαι, τῶν μὲν δὴ ἄλλων οὐδεμίαν θετέον, [...], ἀλλἐν ὅσαις ἐστὶν ἡ ἀπάτη. αὗται δέ ἐισιν ἐξ ὧν αἱ γενέσεις. ἐκ τῶν ἀντικειμένων δὲ αἱ γενέσεις, ὥστε καὶ αἱ ἀπάται. (Arist. De interpr. 23b: 7-15)

Si hay una opinión del bueno “que es bueno” y otra “que no es bueno”, y hay algo más que no es y que no puede ser; de las demás ninguna opinión se puede establecer [...] sino aquellas en cuantas existe el engaño. Y estas son aquellas de las cuales surgen las generaciones. De los opuestos surgen las generaciones, de modo que también de ahí surgen los engaños.

 

La palabra πάτη (apatê) aparece dos veces en este pasaje en que se discute acerca de las opiniones contrarias (doxai enantíai), que el filósofo distingue de las opiniones opuestas (doxai antikeimenai). Por ejemplo, existe una opinión verdadera, la afirmación (a) “el hombre es bueno”; una opinión falsa, la negación (b) “el hombre no es bueno”; y una tercera opinión (c) “el hombre es malo”. ¿Cual de las dos últimas, (b) o (c) es la contraria de la primera (a)? Aristóteles señala que la opinión contraria “doxa enantía” de (a) es (b). La opinión (c) no es la opinión contraria, sino una de tantas e innumerables opiniones opuestas (antikeimenai) no per se sino por accidente. Así, “ser malo” y muchas otras opiniones son opuestas. Es en casos como este que se genera una especie de falsedad muy específica, la que de modo estricto habrá de denominarse fallacia, porque es una falacia travestida, por decirlo así, como podemos observar en la traducción de Boecio, que es como sigue:

 

Si ergo boni, quoniam bonum est, opinatio est, alia vero, quoniam non est bonum. Est vero et alia quoniam aliud aliquid est, quod non est, neque potest esse. Aliarum quidem nulla ponenda est [...] sed in quibus fallacia est. Haec autem sunt, ex quibus sunt generationes, ex oppositis vero sunt generationes. Quare etiam fallaciae. (Boecio, In lib. de interpr. 1, 386a9-b3)

 

En sus comentarios, Boecio traduce ψεῦδος con falsum y ἀπάτη a veces con fallacia,[15] pero no siempre. El primer par se refiere a la opinión falsa en esencia y el segundo a la opinión falsa en relación con los accidentes. Un enunciado tiene uno y solo un contrario: contrario de “bueno” es “no bueno”, y hay muchos otros enunciados que no se pueden considerar contrarios, sino opuestos (bueno: malo, vil, bribón, etc.). La fallacia se genera entre esos enunciados u opiniones. Hay, por tanto, una opinión verdadera, una simplemente falsa (la contraria) y opiniones falaces (las opuestas).[16] Además surgen dos tipos de falacias: una primera falacia consiste en NO pensar que algo es lo que es; una segunda es pensar que algo es lo que NO es.[17] [10]

En sus Commentaria maiora, Boecio se refiere con mayor detalle y expresamente a la falacia de los argumentos, cuando afirma que Aristóteles

Multa enim sunt quae in sophisticis elenchis contra eos qui argumentis fallacibus verae rationis viam conantur evertere determinavit, quemadmodum faciendae essent propositiones, et quedadmodum invenienda esset argumentorum fallacia [...] (Boet. In lib. De interpr. 2, 460c10-16)

Delimitó en sus Refutaciones sofísticas muchos medios contra aquellos que con argumentos falaces intentan subvertir el camino de la verdadera razón tanto del modo en que se deben hacer proposiciones como del modo en que ha encontrarse la falacia de los argumentos.

 

Y enseguida presenta Boecio una perífrasis del pasaje aristotélico que está comentando (Arist. De interpr. 17a: 34-37):

 

Dico quidem opponi affirmationem negationi ejusdem praedicati de eodem subjecto, hoc et quaecunque alia sunt, quae in sophisticis elenchis determinata sunt contra argumentorum importunitates. (Boet. In lib. De interpr. 2, d1-5)[18]

 

Luego explica la contradicción de la opinión verdadera y la falsa, pero no emplea la palabra fallacia, fuera de la utilizada en la cita anterior (argumentis fallacibus). No existe entonces aquí la teoría de las falacias. Pero Bäck (1996: 118) y en general los estudiosos de las falacias no solo dan por hecho que Boecio recogió de Aristóteles una teoría de las falacias, sino que incluso presenta una lista de seis falacias que tradicionalmente se han identificado en el segundo comentario de Boecio al De interpretatione:

 

(1) Falacia en virtud de la equivocidad.

(2) Falacia en virtud de la univocidad.

(3) Falacia en relación con las diferentes partes: el ojo es blanco, el ojo no es blanco; así, el ojo es blanco y no blanco.

(4) Falacia en relación con los diferentes relata: diez es doble, diez no es doble; así, diez es doble y no doble.

(5) Falacia en relación con los diferentes tiempos: Sócrates está sentado; Sócrates no está sentado; así, Sócrates está sentado y no está sentado.

(6) Falacia en relación con los diferentes modos: Catulo ve, Catulo no ve; así, Catulo ve y no ve.

 

En la columna 461a-c de su comentario al De interpretatione de Aristóteles, Boecio se refiere a los enunciados contradictorios cuando hay univocidad (secundum univocationem), en cuyo caso si la afirmación es verdadera, la negación es falsa; y si la negación es verdadera, la afirmación es falsa (fallax afirmatio). Pongamos el caso de Sócrates: Socrates sedet; Socrates non sedet. Tanto la afirmación como la negación son verdaderas si se consideran dos momentos diferentes. En el momento en que Sócrates está sentado, el enunciado afirmativo es verdadero, y cuando no está sentado, la negación es verdadera:

 

Nam si ad quinarium referam, vera est affirmatio, si ad senarium vera negatio, nec si diversam tempus in affirmatione ac negatione nec si diversam tempus in affirmatione ac negatione sumatur, ut cum dico, Socrates sedet, Socrates non sedet. Alio enim tempore sumptum sedere veram facit affirmationem, alio tempore non sedere veram facit negationem. (Boet. In lib. De interpr. 2, 461b2-9)

Pues si me refiero al quinto, la afirmación es verdadera; si al sexto, verdadera la negación, y no [son verdaderas] si se asume un tiempo diferente para la afirmación y la negación, como cuando digo: “Sócrates está sentado”, “Sócrates no está sentado”. En un tiempo, pues, la afirmación “estar [11] sentado” es verdadera; en otro tiempo, la negación “no estar sentado” es verdadera.

 

Boecio no menciona la palabra fallacia en toda esta página y no trata de las falacias, sino de los enunciados verdaderos ya sean afirmativos o negativos. Naturalmente, si los estudiosos piensan que detrás de todo esto existen falacias, como cuando no hay univocidad sino homonimia, es decir, cuando el sujeto o el predicado se consideran en general y en particular, entonces, tienen razón; pero es algo que no se encuentra expreso en el lógico latino.

 

5.     Las fallaciae en el comentario de Boecio a los Topica de Cicerón

De tal suerte, podemos afirmar que Boecio no identifica los trece paralogismos como falacias en su traducción de SE y que en sus dos comentarios al De interpretatione de Aristóteles no existe algún empleo amplio del término falacia, excepto aquel que se refiere a la opinión errónea de los opuestos ya indicados, y menos aun una lista de seis falacias.

Aunque ya parezca innecesario, será conveniente revisar otras obras donde Boecio podría haber empleado el término fallacia, ya sea para referirse a los argumentos sofísticos, a los paralogismos o a los argumentos aparentes o falsos. Una de las obras más interesantes al respecto son sus comentarios a los Topica de Cicerón, en la cual Boecio describe la lógica aristotélica del modo siguiente:

 

Logica igitur, quae est peritia disserendi, vel de diffinitione, vel de partitione, vel de collectione, id est, vel de veris ac necessariis, vel de probabilibus, id est verisimilibus, vel de sophisticis, id est, cavillatoriis argumentationibus tractat, has enim collectionis partes esse praediximus. (Boet. Comm. in Topica Cic. 1045c2-8):

 

Así, la lógica, definida como pericia del razonamiento, aborda tres asuntos: la definición, la partición y la argumentación (collectio), que trata de los argumentos verdaderos y necesarios; de los probables o verosímiles, o de los sofísticos, a los que también designa “cavilatorios”, es decir, engañosos. Poco después, observa que tres tipos de argumentos se integran en la invención: necessarium, probabile y cavillatorium. Del mismo modo señala que existen tres formas en la invención: necessitas, probabilitas, cavillatio. El cavillatium corresponde al argumento sofístico y la cavillatio es la forma sofística (Boet. In Topica Cic., 1046a), lo cual establece claramente: ea vero quas de falsis atque cavillatoriis, id est de sophisticis, elenchi (Boet. In Topica Cic., 1047b: 10-11).

Con la sofística o cavilatoria parece Boecio referirse a las argumentationes falsae, que provienen de la contradicción: “es bueno” (verdadero), “es no bueno” (falso). Como ya se ha visto, Boecio emplea fallaciae para referirse a las opiniones opuestas del tipo: “es bueno” (verdadero), “es malo” (opuesto), que es donde se encuentra el error (apatê, fallacia). En efecto, en SE 176b29, Aristóteles se refiere a dos tipos de silogismos falsos: uno es el silogismo que es un verdadero silogismo, pero o la premisa o la conclusión es falsa (falso in materia), o no es un auténtico silogismo, pero tiene la apariencia de serlo (falso in forma [Zanatta, en Aristotle, 1996: 382]). Boecio no emplea en ningún momento la palabra fallacia, lo que no debe sorprender, simplemente porque no es correcto su empleo en ninguno de estos casos.

Llama la atención, sin embargo, que los estudiosos modernos designan como falacias a los argumentos sofísticos y cavilatorios, falsos o erísticos, etc. Si así hubiera sido ya en la Antigüedad, el autor latino los habría considerado fallaciae por lo menos los silogismos aparentes, pero él se refiere a ellos con la expresión videtur esse syllogimus, como lo hace con la segunda línea de SE, según ya se ha visto.

 

6.     El nacimiento de las falacias

Por tanto, en la Grecia y Roma antiguas no existía la noción de “falacia”, sino la de argumento falso o aparentemente verdadero; por otra parte, Boecio no empleó ese término como afirman los estudiosos modernos, salvo en contextos muy específicos y limitados. En consecuencia, no es en Aristóteles donde deba buscarse el origen de las falacias. Existía el concepto de refutaciones y silogismos que eran verdaderos, falsos o aparentes. A estos últimos se podía designar como argumentos sofísticos, erísticos [12] o paralogismos, que indican, sin embargo, fenómenos específicos. Al final, hoy todas estas formas de argumentos son consideradas falacias, de manera indiscriminada. Pero no fue Boecio, traductor fiel, quien empleó esta noción. Ante lo anterior, surge la pregunta acerca de cuándo se empezó a utilizar la palabra fallacia con el sentido de “falacia”, que con el transcurso del tiempo llegaría a designar muy diversos tipos de argumentos falsos, aparentes, incorrectos o ambiguos, sofísticos, paralogísticos, erísticos...

Es muy probable que esa invención haya sucedido en la primera mitad del siglo XII, gracias al enorme interés que entonces se suscitó en torno a la lógica, interés que antes no había existido.[19] La lectura y la interpretación de las obras aristotélicas fueron los fundamentos para la creación de nuevos conceptos acordes con una nueva mentalidad. Los textos aristotélicos fueron reinterpretados en numerosos escolios que hasta entonces se habían producido. Los estudiosos reunieron y sistematizaron los escolios conservados y de ellos surgió una nueva noción: fallacia. En un principio, esta palabra se refería a las trece “refutaciones sofísticas”, pero posteriormente se usó para todo argumento falso, incorrecto, defectuoso, engañoso... Actualmente se han publicado numerosos textos sobre las refutaciones sofísticas y sobre las falacias que dan cuenta del surgimiento y ampliación del nuevo concepto (Ebbesen, 1978).[20] Tal vez el más antiguo testimonio escoliasta y comentador quien dio origen a esa nueva noción fue un clérigo del siglo XII llamado Jacobo de Venecia, quien había traducido y comentados varias obras de Aristóteles, en particular los SE (Ebbesen, 1977). Este sabio habría elaborado una recopilación y ordenación de escolios que entonces existían en griego o en latín (Ebbesen, 1976: 110 et pass.). Fue, al parecer, esa obra la que primero introdujo el problema de las falacias en los cursos de lógica o tal vez solo era un resultado de los nuevos intereses del pensamiento lógico. Desgraciadamente, esa obra se perdió, pero algunos lógicos lograron leer el comentario de Jacobo, con base en el cual elaboraron los tratados latinos del siglo XIII sobre las falacias. Entre esos tratados se conservan el Tractatus de fallaciis de Pedro Hispano (1205-1277), escrito hacia el 1230,[21] y otro tratado atribuido erróneamente a Tomás de Aquino (1225-1274), escrito hacia el 1260.[22]

Esas obras designan específicamente con la palabra fallacia cada uno de los trece modos (modi) de refutaciones sofísticas aristotélicas, que el filósofo presenta en algunos pasajes de las Refutaciones sofísticas.[23] Sin embargo, debe quedar claro, que esas obras acerca de las falacias no parten de Aristóteles, ni de Boecio, sino que retoman textos de los siglos inmediatamente anteriores. La misma noción de “falacia” se inventó en el ambiente filosófico de los Estudios Generales y de las universidades de entonces.

 

7.     Consecuencias de todo lo anterior

De tal manera, el origen de la doctrina de las falacias es un problema propio de época medieval, creado en los ambientes de la renovación de las discusiones sobre la lógica. En un principio, la noción [13] tenía un empleo restringido, pero con el paso del tiempo quedó firmemente asentada y fue abarcando cada vez un mayor número de argumentos, hasta superar actualmente el centenar de falacias. Sin embargo, desde sus orígenes medievales hasta los estudios actuales de las falacias, no se ha elaborado una teoría al respecto, sino más bien se ha procedido a una acumulación casuística de tipos de argumentos considerados inválidos por diversos motivos, pero que no se sostiene en fundamentos teóricos, aunque una y otra vez los estudiosos han intentado reducirlos a un sistema teórico. Según el mismo Hamblin, no ha habido en el mundo moderno ningún avance en este campo, y los pocos títulos, unas veces parciales, otras demasiado breves y algunos más de carácter puramente descriptivo, no significan un desarrollo teórico de este campo del razonamiento. De este modo afirma:

 

En algunos aspectos [...] estamos en la posición de los lógicos medievales antes del siglo XII: hemos perdido la doctrina de la falacia, y tenemos la necesidad de redescubrirla. (Hamblin, 1970: 11)

 

Se ha creído encontrar esa doctrina en Aristóteles, pero se han equivocado quienes así lo han pensado. No se puede ir más allá del siglo XII. Entonces, Hamblin concluye que la orientación en el estudio de las falacias no ha sido la correcta:

 

Lo que voy a sugerir es que el interés en las falacias siempre se ha planteado, en parte, de manera incorrecta, por el hecho de que su estudio ha tenido como propósito recordar al estudiante (y a su maestro) las características del alcance y limitaciones de las otras partes de la lógica. Lo que los lógicos de los siglos XIII y XIV hicieron del estudio de las falacias es especialmente interesante a este respecto. (1970: 12)

 

El problema de las falacias no solo no se resuelve, sino que más bien crece con el tiempo. Uno de los defectos de los registros sobre las falacias es su incoherencia; en realidad no hay sistematización posible, por la sencilla razón de que no existen principios claros que ofrezcan una lógica, un método o una teoría. Se trata más bien de un conocimiento basado en tradiciones adulteradas, pues no solo se adulteraron las clasificaciones de las refutaciones y razonamientos aparentes y de los razonamientos falsos, sino también la función que para Aristóteles tuvieron esas clasificaciones. En efecto, a la pregunta ¿con qué propósito se deben estudiar las falacias?, se ha respondido: con el propósito de detectarlas y evitarlas (Hamblin, 1970: 65).[24] Esta idea es absurda e imposible: el lenguaje por su propia naturaleza designa cosas que son reales y cosas que son semejantes a las reales, pero no lo son.[25] Tal vez el experto pueda detectar los razonamientos reales y los aparentes, si lograra tener una definición precisa de falacia, pero esos fenómenos no se pueden evitar en el mundo ordinario del lenguaje, y temo que tampoco se pueden evitar del todo entre los filósofos.

 

Abreviaturas

APh = Marouzeau, J. (1928-). L'Année Philologique. Paris: Société internationale de bibliographie classique (SIBC).

Boet = Manlius Severinus Boetius (o Boethius). Las abreviaturas de sus obras son fácilmente identificables.

CIMAGL = Cahiers de l'institut du Moyen Âge grec et latin. Université de Copenhague, consultado en https://cimagl.saxo.ku.dk/access/

LSJ = Liddell-Scott-Jones (1970). A Greek-English Lexicon. Oxford: Clarendon Press.

[14]

OLD = Glare, P. G. W. (ed.). (1982). Oxford Latin Dictionary. Oxford: Clarendon Press.

PL = Migne, J. P. Patrologiae cursus completus.

Para las abreviaturas de nombres de autores antiguos y de revistas sigo LSJ, OLD y APh.

 

 

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Vega Reñón, L. y P. Olmos Gómez. (2012). Compendio de lógica, argumentación y retórica. Madrid: Trotta.

[16]



[1] Dufour explica: “The starting point of this paper was the translation into French of the English ‘fallacy’. In spite of a few cases of translation by sophisme during the three last centuries, there is no established tradition. More generally, there is no French tradition of interest in fallacies or sophisms” (2016: 1), y en la página siguiente observa que “fallacy” y “sophism” son considerados sinónimos en inglés, pero no son exactamente lo mismo, sino que la primera indica un error inconsciente y el segundo un error con la finalidad de engañar.

[2] Ferrater Mora (1999: 1208, s.v. Falacia) y N. Abagnano (1998, s.v.) registran que esa palabra latina corresponde a la palabra griega sophisma. Naturalmente el empleo de sofismas se atribuyen a los sofistas, como lo deja asentado Foster en su introducción a Aristotle (1955): “in fact, Aristotle is carrying on the Socratic and early-Platonic tradition by attacking the Sophists, who taught the use of logical fallacy in order to make the worse cause appear the better”.

[3] En Ebbesen, solo en relación con las SE, dice: “las trece falacias fueron objeto de numerosos estudios que llegaron a su punto culminante en los siglos XII y XIII, cuando algunos griegos estaban dedicados a escribir escolia sobre los Elencos y se escribieron innumerables obras latinas acerca de las falacias y comentarios sobre las Elencos (1981: 7). En el capítulo II, Ebbesen aborda otros textos aristotélicos, algunos tratados perdidos de Teofrasto, el De Captionibus de Galeno (1977), los estoicos, el testimonio de Sexto Empírico y otros filósofos.

[4] Fallacia poco a poco sustituye a sophisma en los textos de los siglos XII y XIII.

[5] Forster, en su introducción al texto aristotélico advierte: “The treatise is, in fact, a study of fallacies in general, which are classified under various headings and fall into two main classes, those which depend on the language employed and those which do not. Some of these fallacies would hardly deceive the simplest minds; others, which Aristotle seems to have been the first person to expose and define, are capable not only of deceiving the innocent but also of escaping the notice of arguers who are employing them” (Aristotle, 1955: 7).

[6] Ya Poste en el lejano 1866 afirmaba lo siguiente: “Solo damos una apariencia de unidad a la teoría de las falacias al agruparlas todas juntas bajo la definición de refutación, puesto que los elementos de esa definición se obtienen mediante una subdivisión no sistemática, y forman, hasta donde parece, una aglomeración puramente arbitraria e incoherente” (116).

[7] Según el propio Aristóteles, todas las refutaciones aparentes se reducen a la ignoratio elenchi (cap. 6 de SE). Aristóteles parece referirse al número definido de refutaciones aparentes en SE: Ὥστἔχοιμεν ἂν παρὅσα γίνονται οἱ παραλογισμοί· παρὰ πλείω μὲν γὰρ οὐκ ἂν εἶεν, παρὰ δὲ τὰ εἰρημένα ἔσονται πάντες, “de manera que tendríamos los modos según los cuales surgen los paralogismos, pues de más modos no podría haber, sino que todos serán según los ya dichos” (8.170a: 10-12). Galeno había reducido los sofismas según la dicción a la ambigüedad. Véase Llach Villalobos: “la teoría es completa, y la lista de errores, cerrada a trece ocurrencias” (2021: 67), y más adelante: “existe una aspiración de completitud de la teoría. Nunca se podrá enfatizar lo suficiente que son trece y no más de trece los casos en que se forma el silogismo aparente, que no es sino afirmar que son todas las maneras posibles de desviarse en la formación del silogismo” (2021: 215).

[8] En lógica se emplea sofisma como sinónimo de falacia, pero el primero tiene matices específicos que lo hacen diferente de esta: se emplea en el nivel del conocimiento científico; tiene el sentido de argucia o estratagema con la finalidad deliberada de engañar al interlocutor; o bien se emplea como una aserción ambigua, esto es que puede ser cierta o falsa de acuerdo con el sentido. Según Vega (2012). este último empleo es escolástico.

[9] σφάλλω, “hacer caer por tierra”, “abatir”, “arruinar”, “engañar” (Chantraine, s.v. σφάλλω, que tiene connotaciones parecidas de “falacia”: “fallo”, “fallecimiento”, “falso”, “falsificación”).

[10] En Aristóteles: “Acerca de las refutaciones sofísticas. Trataremos acerca de las refutaciones sofísticas y de las refutaciones aparentes que en realidad son paralogismos mas no refutaciones [verdaderas] empezando, como es natural, por el principio” (SE 164a: 20-22). La traducción de Boecio es muy apegada al texto (Ebbesen: “with a supreme contempt for normal Latin sentence” (1990: 375), aunque era un maestro consumado en la prosa latina, de manera que sus traducciones nos dicen poco de su interpretación del filósofo). En cambio, nótese cómo traduce Forster el pasaje de Aristóteles: “Let us now treat of sophistical refutations, that is, arguments which appear to be refutations but are really fallacies and not refutations, beginning, as is natural, with those which come first” (la cursiva es nuestra) (Aristotle, 1955: 11). Foster traduce paralogismo con “fallacies”, mientras que Boecio es más apegado al texto, pues utiliza la expresión captiosa ratiocinatio. Forster hace un empleo inmoderado de esa traducción, pues lo aplica también a pseudos, apatê y otros términos. En efecto, emplea cerca de cincuenta veces la palabra “fallacy, -ies”. Poste traduce el título como “Aristotle’s on fallacies” (1986) y se puede entender que utilice numerosas veces la palabra “fallacies” para traducir una serie de términos que en griego se refieren a los razonamientos falsos o verdaderos solo en apariencia.

[11] La traducción de Boecio sigue al pie de la letra el texto griego. La palabra inopinabile tiene el sentido, precisamente, de “paradoja”. Forster de nuevo emplea “fallacy” para ψεῦδος (1955).

[12] Es interesante el empleo de la palabra latina captio para traducir paralogismós. El médico Galeno escribió una obra intitulada Περὶ τῶν παρὰ τὴν λέξιν σοφισμάτων (De los sofismas en la dicción), que es un comentario a un pasaje difícil de Aristóteles que viene inmediatamente después del pasaje que enuncia las seis refutaciones aparentes y que dice así (SE 165b: 25-27): Τούτου δὲ πίστις τε διὰ τῆς ἐπαγωγῆς καὶ συλλογισμός, ἄν τε ληφθῇ τις ἄλλος καὶ ὅτι τοσαυταχῶς ἂν τοῖς αὐτοῖς ὀνόμασι καὶ λόγοις μὴ ταὐτὸ δηλώσαιμεν, y que Boecio traduce de la siguiente manera: Hujus autem fides, et ea quae est per inductionem, et syllogismus, etsi qua sumatur alia, et quod totidem modis, si eisdem nominibus et eisdem orationibus non idem significamus. En su libellus, Galeno observa que todos los sofismas in dictione se pueden reducir a la ambigüedad y que su número posible es de seis, ordenados en pares, debido a que se referirían a palabras aisladas o agrupadas, y clasificados de acuerdo con el tipo de ambigüedad: si es real (homonimia y anfibolía), si es posible (composición y división) o si es aparente (acentuación y figura de dicción). El título del libellus de Galeno se traduce en latín con el título de De captionibus penes dictionem, o simplemente De captionibus. Es importante señalar que “sophisma” se traduce al latín con la palabra captio; en cambio, los traductores al inglés emplean fallacy: On Fallacies due to Language, o simplemente On Fallacies (sobre el tratado de Galeno, véase, entre otros, la publicación de Edlow, quien emplea la palabra “falacia” de manera indiscriminada).

[13] La traducción es: “De los paralogismos externos a la dicción las especies son siete: una es según el accidente; la segunda, según lo que se dice de manera simple o no simple sino de algún modo o dónde o cuándo o en relación con algo; la tercera, según la ignorancia de la refutación; la cuarta, según lo consecuente; la quinta, según lo que se asume al principio; sexta, el poner como causa aquello que no es causa, y séptima, el reducir muchas interrogaciones en una”.

[14] “De modo que el silogismo aparente sobre estos asuntos es un discurso erístico, y el silogismo aparente conforme al asunto, aunque sea silogismo, es un discurso erístico; puesto que es aparente de acuerdo con el asunto, es engañoso e ilegítimo”.

[15] Es claro que algunos estudiosos se dieron cuenta de lo anterior, como Ebbesen: “La propia palabra ‘falacia’ (fallacia) no tiene una exacta correspondencia en Aristóteles. Esta es usada en una variedad de sentidos, y se encuentra como una traducción de ἀπάτη (‘engaño’), pero no en el sentido esperado en la cuestión acerca del número de falacias, donde significa ‘clase de paralogismos’, i. e., de argumentos que parecen buenos silogismos, pero no lo son. El propio término de Aristóteles para las trece ‘falacias’ era “medios para producir refutación aparente’” (1987: 113). Sin embargo, este autor emplea el término indiscriminadamente como si hubiera sido utilizado por Aristóteles.

[16] Quaecumque autem contrariae ponendae sint opiniones, sequitur dicens: sed in quibus est fallacia, hae autem sunt ex his quibus sunt et generationes. Ex oppositis vero generationes, quare etiam fallacia opinioni, inquit, de bono quoniam bonum est, contraria illa sola ponenda est, in que primum fallacia reperitur. In qua autem fallacia primum reperiatur, ostendit per id quod dixit: Ex quibus sunt et generationes fallaciae facillime repetitur. Generatio enum semper ex oppositis est.... (Boet. In lib. de interpr. 1, 386d6-387a2)

[17] En las columnas 635-637, de su In lib. De interpr. 2, Boecio retoma el problema de las opiniones contradictorias analizadas en la columna 386 de la editio prima; de nueva cuenta se responde de dónde se origina el principio de la falacia, en decir, del error, y ese principio se origina en los opuestos, en donde también se originan las generaciones. Sin embargo, no existe ninguna descripción de algún tipo de falacia, fuera de las opiniones o enunciados opuestos “es bueno” y “es malo”, que es donde está el error, pues la opinión cierta “es bueno” tiene como opinión falsa “no es bueno”.

[18] “Digo, pues, que la afirmación se opone a la negación del mismo predicado y acerca del mismo asunto; esta y cualquier otra que haya de las que se han determinado contra las molestias de los argumentos”. En su traducción del pasaje en la columna anterior, Boecio traduce sophisticas importunitates; como podrá observarse no emplea la palabra fallaces.

[19] Cf. Marenbon, 2008: 1-2: “En el mundo antiguo, la lógica nunca había sido un tema central, ni siquiera una corriente importante, en la educación ordinaria. Los romanos educados habrían estudiado, sobre todo, la retórica y los escritores clásicos; Agustín da un relato vívido de tal educación en sus Confesiones. Pero en la Edad Media, la lógica se convirtió en una disciplina fundamental para todo estudiante que iba más allá del nivel elemental de estudio de la gramática latina. Esta ubicación central de la lógica tuvo su origen en el resurgimiento del aprendizaje en el período carolingio: se le dio a la lógica una posición dentro del esquema estándar de una nueva educación”.

[20] Véase una lista incompleta en “The way fallacies were treated in scholastic logic” de Ebbesen (1987: 128-134).

[21] La obra de Pedro Hispano intitulada De fallaciis, fue incluida en el número VII de sus Tractatus. Su elaboración, según Rijk (1986: lxii), debió haber sido antes del 1230.

[22] Otras obras contemporáneas son las Introductiones in logicam de Guillermo de Sherwood (c. 1200-c. 1272), y la Summa Lamberti de Lamberto de Auxere, aunque esta última no incluye las falacias. Las numerosas obras escritas durante ese siglo y el siguiente han sido publicadas por De Rijk y Ebbesen (1981) y otros, particularmente en la revista CIMAGL. Entre las últimas publicaciones se encuentra el Tractatus Fallaciarum de Walter Burley (Ebbesen, 2003).

[23] La antología de Vega Reñón pasa de la obra Aristotélica a un tratado Sobre las falacias, probablemente escrito por Tomás de Aquino, que en gran medida es una traducción de la obra aristotélica a partir de la traducción de Boecio. Roger Bacon escribió en ese mismo siglo una obra poco conocida: De fallaciis.

[24] Del original: “if we can learn to detect them, we shall be helped towards avoiding them in our own thought”.

[25] Zanatta (en su comentario de Arist. 1996: 269) observa que la caracterización detallada que Aristóteles elabora acerca del sofista se encuentra también en Jenofonte y Platón, pero el juicio de aquel no tiene la fuerte carga ética que se encuentra en estos últimos, debido a que considera que la semejanza es un fenómeno natural: hay oro verdadero y metales que son semejantes al oro, pero no lo son; así sucede con el silogismo; los hay verdaderos y los hay semejantes a los verdaderos, pero no lo son. En ambos casos, se puede caer en engaño por la inexperiencia (Arist. SE 164a22-b27).