Aproximación a Visión de Anáhuac de
Alfonso Reyes desde la teoría de la argumentación
Approximation to Vision of Anáhuac by
Alfonso Reyes from the theory of argumentation
Iván Darío Martínez Villada
ivan.martinez@upb.edu.co
Universidad Pontificia Bolivariana
Medellín, Colombia
Fecha de
recepción: 02-11-16
Fecha de aceptación: 26-01-17
Martínez Villada, I. (2017). Aproximación a Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes desde
la teoría de la argumentación.
Quadripartita Ratio: Revista
de Retórica y Argumentación, 2(4), 40-51. ISSN: 2448-6485
[40]
Resumen: Visión de Anáhuac es una reacción del
autor a una coyuntura histórica, y una reflexión sobre la pregunta “¿qué es América?”
desde una propuesta literaria instalada en las siguientes estrategias
discursivas: los epígrafes, la intertextualidad y la retórica. Un complejo
proceso argumentativo defiende la tesis de que lo que une a los americanos de
todas las épocas es el afán por domesticar la naturaleza y la emoción cotidiana
que experimentan ante la misma; es decir, los mundos de la acción y de la
contemplación vinculan la historia americana. La actualidad del ensayo de Reyes
radica en que busca la adherencia a un punto de vista: la necesidad de
visibilizar todo aquello que pretenda valorar y defender la diversidad cultural
y la riqueza natural o, por el contrario, destruirlas.
Palabras clave: Visión de
Anáhuac, Alfonso Reyes, teoría de la argumentación, retórica,
intertextualidad, ensayo, naturaleza.
Abstract:
Vision of Anáhuac
is both the author’s reaction to a certain historical circumstance and a
reflection on the question of what America is from a literary perspective which
includes the following discursive strategies: epigraphs, intertextuality
and rhetoric. A complex argumentative process backs up the thesis that
Americans of all times are united by the desire to tame nature, and the
everyday excitement they experience in the face of it. That is to say, the
realms of action and contemplation bind together American history. The current
importance of Reyes’ essay lies in that it seeks to persuade to a particular
point of view: there is a need to highlight everything that aims to value and
defend —or on the other hand, destroy— cultural diversity and natural richness.
Keywords: Vision of Anáhuac, Alfonso Reyes, argumentation theory, rhetoric, intertextuality, essay, nature.
[41]
Introducción
Se ha escrito mucho sobre qué es Visión de Anáhuac. Los puntos de vista difieren sobre esta obra.
Octavio Paz la considera como un ensayo poético que se regodea con el paisaje
del Valle de México. En esta misma línea J. W. Robb
(1990: 51), además de señalar que es un texto híbrido, lo califica como “una
verdadera joya del ensayo poemático”. Igualmente, Allen W. Phillips (1989: 543)
lo define como “un ensayo lírico o poema en prosa con sobretonos
de ensayo”. Por su parte, Carlos
Monsiváis lo cataloga como un poema en prosa poética y descarta su ubicación en
el género del ensayo histórico.
Eugenia Houvenaghel (2003)
dice que algunos críticos le niegan la condición de ensayo a Visión de Anáhuac, y que aquellos
esgrimen como argumento el hecho de que la obra no desarrolla una tesis con
base en un cuerpo sólido de argumentación, y de ahí que la califiquen como una
recreación literaria del pasado. Asimismo, dicha postura da como razón que en
la obra de Reyes lo descriptivo desplaza lo expositivo y lo argumentativo. Houvenaghel cuestiona la idea anterior cuando, en su
reflexión sobre este ensayo, plantea la descripción como “una estrategia eficaz
para argumentar un punto de vista” (2003: 74), y para ello acude a la retórica
latina antigua, que concibe “la descripción como una vía para provocar
emociones y despertar los sentidos del lector, además de otorgarle credibilidad
a la narración”. Por su parte, D. W. Foster afirma que Visión de Anáhuac es “una interpretación de las variadas
interpretaciones de Anáhuac” (1983: 55), y con dicha aseveración le restituye a
la obra su pertenencia al género ensayístico. Refiriéndose al ensayo literario
colombiano del siglo xx, Efrén Giraldo plantea las
siguientes ideas que bien se podrían aplicar al ensayo de Reyes y a la
perspectiva desde la cual se formula este artículo:
[…] algunos de estos textos, pese a gozar de una clara
orientación argumentativa, no renuncian a la capacidad que tienen las imágenes
y las metáforas características del arte para ahondar en la comprensión de la
especificidad social, política y geográfica […]; aunque se niegan a abandonar
los linderos imaginativos y someterse a la instrumentalización lingüística,
siguen teniendo una vocación crítica que puede decir algo a los lectores de hoy
acerca de su comunidad (2012: 24).
Alfonso Reyes (México, 1889-1959) escribió Visión de Anáhuac en 1915 en Madrid. El
mundo vive una situación política convulsionada: la Primera Guerra Mundial, la
Revolución Bolchevique en ciernes, la Revolución Mexicana. Si se acepta como
una de las características del género ensayístico reaccionar frente “al
discurso axiológico del estar que le impone la sociedad para insinuar una
interpretación novedosa o proponer una revaluación de las ya en boga” (Gómez, 1992: 14), el ensayo de Reyes
es coherente con el momento histórico y, al instalarse en lo retórico, cuyo fin
es la persuasión —que a su vez tiene por objeto convencer a otros de una
postura—, lo que propone el ensayo es “una nivelación axiológica que no sólo se
dirige a la inteligencia, también al sentimiento” (Reyes, 1997b: 384). El
compromiso asumido por Reyes en su condición de intelectual —ensayista y poeta—
frente al acontecer histórico y concretado en una obra polémica, Visión de Anáhuac, se instala en la
siguiente reflexión de Paul Ricoeur:
Es función de la poesía, bajo su forma narrativa y
dramática, la de proponer a la imaginación y a la meditación situaciones que
constituyen experimentos mentales a través de los cuales
aprendemos a unir los aspectos éticos de la conducta humana [42] con la
felicidad y la infelicidad, la fortuna y el infortunio (2006: 12) [itálicas
dentro del texto].
Cuando se le niega la condición de ensayo sobre una época a Visión de Anáhuac, con el argumento de
que lo poético ocupa un lugar preponderante en aquel, Reyes presentaría el
siguiente argumento que cuestionaría dicha afirmación: “hasta hoy no se ha
demostrado todavía que sea posible reconstruir el pasado del hombre, en toda su
plenitud, si se carece de medios para evocar las épocas, pintar a los
personajes y montar las escenas” (2000:
369). Este argumento está explícito en Ricoeur cuando
dice: “El historiador no se prohíbe, pues, ‘pintar’ una situación; ‘expresar’
una sucesión de pensamientos y conferirle la ‘vivacidad’ de un discurso
interior” (2003: 909).
Presentadas algunas posturas divergentes sobre el
ensayo en cuestión, este artículo opta por intentar, desde algunas categorías
de la teoría de la argumentación, dar cuenta de su proceso argumentativo. Visión de Anáhuac consta de cuatro
apartados; cada uno de ellos está precedido por un epígrafe. El último apartado
presenta lo que Stephen Toulmin en su libro The uses of argument (1958)
denomina la conclusión o aseveración, que en la terminología ensayística sería
la tesis. El esquema de los argumentos de Toulmin se
sintetiza así: “los datos (D) conducen a la conclusión o aseveración (C), en la
modalidad (M); dadas las garantías (G) y los respaldos (R) a menos que sean
válidas las refutaciones u objeciones (O)” (Posada Gómez, 2010: 17). Antes de
proceder a desglosar la tesis de Visión
de Anáhuac, es útil citar a Perelman y Olbrechts-Tyteca para otorgarle validez a la divergencia
interpretativa que puede suscitar un texto:
Mientras el orador
argumenta, el oyente, a su vez, se sentirá inclinado a argumentar
espontáneamente a propósito de este discurso, con el fin de adoptar una postura
al respecto, determinar el crédito que debe concederle. El oyente que percibe
los argumentos, no sólo puede comprenderlos a su manera, sino que además es el
autor de nuevos argumentos espontáneos, casi nunca expresados y que, sin
embargo, no intervendrán para modificar el resultado final de la argumentación
(1989: 297).
La tesis de Visión de Anáhuac
está precedida de una circunstancia: “cualquiera que sea la doctrina histórica
que se profese” (Reyes, 2004: 37)[1]; se pone en evidencia la multiplicidad de
perspectivas sobre la historia. Luego sigue una aclaración que califica algunas
posturas históricas y con las que discrepa el autor: “no soy de los que sueñan
en perpetuaciones absurdas de la tradición indígena, y ni siquiera fío
demasiado en la española” (37). Seguidamente, aparece el comienzo de la tesis:
“nos une con la raza de ayer sin hablar de sangres la comunidad del esfuerzo
por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa” (37). En este punto, se resalta
el origen multiétnico del americano, y así pues, se pone en un primer plano el
mestizaje. El uso del adjetivo “fragosa” introduce un campo semántico reiterado
en el ensayo: lo ruidoso, lo áspero, lo estruendoso. Ese “esfuerzo” es definido
luego como “la base bruta de la historia” (37). A la segunda parte de la tesis
se le otorga mayor importancia: “Nos une también la comunidad, mucho más
profunda, de la emoción cotidiana ante el mismo objeto natural. El choque de la
sensibilidad con el mismo mundo labra, engendra un alma común” (37). Después,
Reyes anticipa el posible desacuerdo con lo afirmado —objeción o refutación a
lo aseverado en el modelo de Toulmin— y de manera
rotunda exige la adhesión del lector a una idea: “pero cuando no se aceptara lo
uno ni lo otro —ni la obra de la acción común, ni la obra de la contemplación
común—, convéngase en que la emoción histórica es parte de la vida actual, y,
sin su fulgor, nuestros valles y nuestras montañas serían como un teatro sin
luz” (37).
Finaliza Reyes su conclusión mediante la introducción de la figura del
poeta que contempla el pasado, y convierte dicha experiencia en acción mediante
el uso de metáforas que aluden a estampas [43] primigenias de la cultura azteca.
Asimismo, proclama la poesía —en donde subyace el mundo de la contemplación
pero también el de la acción— como algo inherente a nuestra condición humana:
la poesía “está como quiera en nuestras manos” (38). Termina con un propósito
muy emotivo, en el cual involucra al lector y por lo tanto invoca su anuencia:
“No renunciaremos —oh Keats— a ningún objeto de
belleza, engendrador de eternos goces” (38).
Stephen Toulmin (1958), uno de los exponentes
más sobresalientes de la teoría de la
nueva argumentación, define un argumento como la secuencia de aseveraciones
y razones entrelazadas que entre sí establecen el contenido y la fuerza de la
posición desde la cual argumenta un hablante. Toulmin,
Rieke y Janik (1979) en su
obra An introduction to reasoning ofrecen una
serie de preguntas que permiten detectar cada uno de los elementos del proceso
argumentativo. Respecto a la aseveración, conclusión o tesis, habrá que
preguntarse qué es exactamente lo que se afirma, dónde está parado el autor y
con qué posición pide que estemos de acuerdo. En cuanto a los datos, se
pregunta por el tipo de información suministrada. En lo atinente a las
garantías y fundamentos, las interrogaciones versan sobre las leyes, principios
y normas en que se inscriben los datos. Por último, los calificadores modales
remiten a la pregunta por el grado de certeza de la conclusión o aseveración.
Aplicada de modo sintético la propuesta anterior al
ensayo de Reyes, esto es lo que se detecta. La revisión de la historia es
importante en la comprensión del presente, y un modo valioso de aproximarse a
aquella es mediante lo literario. La conclusión de Visión de Anáhuac adquiere sus datos, respaldos y garantías en las
crónicas de Indias y en la poesía aborigen; estos géneros instalados en la
retórica pretenden, igualmente, la adhesión a un punto de vista sobre el valle
de México y su cultura.
La teoría de la argumentación o nueva retórica
La teoría de la argumentación surge a partir del descontento con el enfoque
formalista en el estudio del lenguaje. El enfoque positivista les niega valor
cognitivo a los juicios valorativos, y al negarles valor cognitivo les niega
racionalidad (Posada Gómez, 2010). Reyes se pronuncia en contra del positivismo
con el argumento de que aquel constriñe la aproximación a la historia, pues
únicamente serían racionales los juicios basados en verdades y evidencias
empíricas y lógicas. El propósito del Ateneo de la Juventud (1909), empresa cultural que gestionó con otros intelectuales como
José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, entre otros —en abierta
oposición al positivismo—, era volver a los clásicos griegos y latinos con el
fin de hacer de las humanidades un eje vertebrador de la cultura y generar un
proceso de renovación de las letras mexicanas. Magdalena Perkowska
afirma que Reyes opta por introducir en Visión
de Anáhuac “una heterogeneidad de lenguajes, discursos y géneros para poner
en duda el método positivista, y sugerir el gran valor de otras aproximaciones como
la subjetividad, la emoción y la intuición” (2001: 96).
Son básicamente tres las estrategias discursivas en Visión de Anáhuac: los epígrafes, la intertextualidad y la retórica
en su acepción más amplia —no circunscrita al uso de tropos sino a los recursos
encaminados a defender una tesis o conclusión—. Un epígrafe señala una relación
intertextual. Esta estrategia tendría como fin una interpretación sintética —hipograma— de lo que se va a describir, y por lo tanto
podría nombrarse como “una suerte de ‘tesis’ o ‘tema’” (Foster, 1983: 57).
Son cuatro los epígrafes en Visión
de Anáhuac: “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”
(11) de Fray Manuel de Navarrete; “Parecía a las casas de encantamiento
que cuentan en el libro de Amadís… no sé cómo lo
cuente” (17) de Bernal Díaz del Castillo (1496-1584); “La flor, madre de la sonrisa” (29) de El Nigromante; “But glorious it was to
see, how the open region was filled with
horses and chariots” (37)
de Bunyan en The Pilgrim’s Progress.
Lo que subyace en cada uno de los epígrafes citados, y que se constituye
en argumentos para defender la tesis, es lo siguiente: en primer lugar, una
apelación hiperbólica que pone en escena lo inédito y el mundo de la
contemplación. Seguidamente, se acude a una comparación que remite a un
contexto [44] histórico y literario, propio de quien lo dice, y la dificultad
para comunicar con palabras la complejidad y riqueza de la “visión”; con esta cita
el autor pone de presente el mundo de la acción. El tercero es una definición
metafórica que pone de relieve la naturaleza como elemento primordial en el
ensayo, y que pertenece al mexicano y librepensador Ignacio Ramírez Calzada
(1818-1879), conocido por el seudónimo periodístico de El Nigromante. Por
último, aparece un testimonio que habla de una feliz circunstancia descrita por
John Bunyan (16281698), predicador cristiano inglés
que escribió una novela titulada El
progreso del peregrino, traducida a numerosos idiomas y que es la obra
cristiana más leída después de la Biblia.
Estos epígrafes, entonces, respaldan la conclusión del ensayo en cuanto
presentan el mundo de la acción y el mundo de la contemplación unidos por unos
mismos motivos: la emoción ante el mismo objeto natural y la poesía como el
medio que permite plasmar esa emoción.
La intertextualidad “involucra las relaciones con
otros textos, en especial las que provienen del mismo ‘tipo de texto’ o de uno
similar” (Beaugrande, 2008: 67). Julia Kristeva y Roland Barthes, citados por Marchese y Forradellas (1994: 217), dicen sobre la intertextualidad
respectivamente lo que sigue: “todo texto es absorción y transformación de otro
texto” y “todo texto es un intertexto; otros textos
están presentes en él, en estratos variables, bajo formas más o menos
reconocibles; los textos de la cultura anterior y los de la cultura que lo
rodean; todo texto es un tejido nuevo de citas anteriores”. Reyes elige tres
relatos canónicos en los cuales pone de presente el afán del hombre por plasmar
en el mundo de la acción —lo literario— la contemplación que le suscita la
naturaleza: Delle navigationi et viaggi de Giovanni Battista Ramusio (1485-1557), geógrafo italiano; Imago mundi
del cardenal Pierre d’Ailly (1480-1483) y La historia natural de Plinio (23-79
d.C.). Estos textos, sumados a las crónicas de Indias, entonces, hacen que en Visión de Anáhuac el concepto de
polifonía textual sea evidente. Esta noción la define Graciela Reyes del
siguiente modo:
Una obra literaria se caracteriza por ser un texto
citado que puede y suele contener otros textos citados, es decir, otros
hablantes citados y por lo tanto otros contextos de comunicación completos,
cada uno con su locutor e interlocutor o interlocutores, sus circunstancias de
lugar y tiempo, sus convenciones culturales y sus normas lingüísticas (1984:
39).
Respecto a la instalación de Visión
de Anáhuac en la retórica, entendida como el encadenamiento de argumentos
encaminados a lograr la adhesión del lector a la aseveración formulada, se
abordará del siguiente modo: se
seleccionó un conjunto de pasajes que se transcriben literalmente y que se
inscriben en categorías retóricas formuladas por la teoría de la argumentación;
estas categorías, a su vez, son definidas y relacionadas con la tesis del
ensayo y con la interpretación que orienta el desglose de la obra, señalados en
el resumen.
El ensayo se inicia con una elección: el texto Delle navigationi et viaggi
de Giovanni Battista Ramusio.
Podría considerarse que esta elección se instala en una perspectiva metonímica
—parte por el todo— por cuanto aquel libro sintetizaría los innumerables
relatos sobre los mundos más allá de Europa. Reyes dice que “de su utilidad no
puede dudarse” (11) con el argumento de que fue un referente primordial para
los cronistas del siglo xvi; asimismo, aquellos
cronistas tenían un propósito persuasivo y para ello optaban por la vía
argumentativa del ejemplo —el libro de Ramusio—: un
caso particular sirve para establecer una generalización. La elección de Reyes
no es arbitraria dado que la erige como “un punto de partida a la argumentación
y de adaptación a los objetivos” (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989: 191). Detrás de una elección
aparecen los criterios de importancia y pertinencia. Además, cuando se elige,
también habrá que tener en cuenta el modo como se va a interpretar lo elegido y
la significación que se le atribuirá. Reyes transcribe estampas de Ramusio y les otorga importancia mediante una referencia
intertextual; por ejemplo, dice que una mente tan imaginativa como la de
Stevenson hubiera encontrado en aquellas estampas “mil y un regocijos para
nuestros días nublados” (12). Los “días [45] nublados” aluden al momento en el
que se escribe Visión de Anáhuac:
1915. Esos “días nublados” se compararán más adelante con los “infaustos días
de Moctezuma el doliente” (15); el presente es invocado a partir de unos hechos
lejanos en el tiempo. La supuesta creación literaria de Stevenson remite a la
afirmación final del ensayo: la poesía engendra “eternos goces” (38).
La elección del libro de Ramusio (1550) tiene
sentido en el proceso argumentativo del ensayo por cuanto aquel autor, como
ejemplo paradigmático, se pregunta y aventura respuestas sobre lo que es
América. En esta misma perspectiva se ubica el ensayo hispanoamericano; el
núcleo ontológico de este género es la pregunta ¿qué es América?: “La indagación sobre lo que es América ha sido,
sistemáticamente, la fuerza propulsora y profundamente vitalista del
pensamiento hispanoamericano” (Chiampi, 1983: 121).
Reyes dice que América “antes de ser un hecho comprobado, comienza a ser un
presentimiento a la vez científico y poético”, y agrega que “América fue la
invención de los poetas, la charada de los geógrafos, la habladuría de los
aventureros, la codicia de las empresas y, en suma, un inexplicable apetito por
trascender los límites” (1997a: 14).
La imaginación de Ramusio describe América
mediante las más variadas figuras literarias que se nutren de las
civilizaciones antiguas: “la mazorca de Ceres” (12), “el plátano paradisíaco”
(12), “las pulpas frutales llenas de una miel desconocida” (12). A la obra de Ramusio, Reyes le atribuye un significado: “he aquí un
nuevo arte de naturaleza” (12). Y este significado remite a un aspecto
primordial de la tesis: el acto creativo inspirado en la emoción que suscita la
naturaleza. La estrategia de Ramusio referente a
encontrar vínculos entre el mundo antiguo y el suyo ratifica el afán de Reyes
en su tesis: más que resaltar las diferencias entre dos mundos, lo importante
sería encontrar vínculos.
Un vínculo entre épocas y razas es la desecación de
los lagos del valle de Anáhuac. Y ese nexo es otro dato que confirma la tesis
de que lo que une a los americanos “es el esfuerzo por domeñar nuestra
naturaleza brava y fragosa” (37). El mundo de la acción se enfrenta a esa
naturaleza indómita entre 1449 y 1900: “nuestro siglo nos encontró todavía
echando la última palada y abriendo la última zanja” (13). La primera ya la
había echado Nezahualcóyotl; las demás habían sido
obra de Luis de Velasco y de Porfirio Díaz. A todos ellos se les nombra con una
metonimia que resalta el mundo de la acción y su consecuente destrucción: “los
creadores del desierto” (13), y se metaforizan además con la eficacia de la
acción de un “castor” (13). Una metáfora implica la transferencia de
significado entre la designación metafórica y lo designado por ella sobre la
base de una relación semántica. En palabras de Reyes la metáfora es “algo más
que un adorno, sumerge el individuo en el género, ayuda intuitivamente a
penetrar en las nociones” (1997b: 237). Es necesario aclarar que:
una misma figura, reconocible
por su estructura, no produce necesariamente siempre el mismo efecto
argumentativo. Ahora bien, este último es lo que nos interesa antes que nada […].
Nos preguntaremos a propósito de tal o cual proceso o esquema argumentativo, si
ciertas figuras están encaminadas a cumplir la función que hemos reconocido en
este proceso, si se las puede considerar una de las manifestaciones de dicho
proceso (Perelman y Olbrechts-Tyteca,
1989: 275).
Reyes reitera los efectos de la acción señalada —la
desecación de los lagos— mediante un argumento intertextual. “Entre las figuras
que aumentan el sentido de presencia, las más sencillas se vinculan a la
repetición, la cual es importante en la argumentación” (Perelman
y Olbrechts-Tyteca, 1989: 279). El argumento
intertextual señalado es la cita de la comedia de Ruiz de Alarcón El
semejante a sí mismo, en la cual se habla del proceso de desecación de los
lagos y de las intrigas políticas y económicas que suscitaba el evento. Pero,
fuera de citarla, Reyes juzga aquella acción de manera peyorativa “un pequeño
drama con sus héroes y su fondo escénico” (13). Y si Reyes enfatiza los efectos
de la acción —“el hombre conseguirá desecar sus aguas, trabajando como castor;
y los colonos devastarán los bosques que rodean la morada humana, devolviendo
al valle su carácter propio y terrible” (13)—, es
porque [46] necesita introducir un argumento de carácter pragmático en su
proceso argumentativo. Perelman y Olbrechts-Tyteca
definen un argumento pragmático de la siguiente manera:
Llamamos argumento pragmático aquel que permite
apreciar un acto o un acontecimiento con arreglo a sus consecuencias favorables
o desfavorables. Este argumento desempeña un papel esencial, hasta tal punto
que algunos han querido ver en ello el esquema único que posee la lógica de los
juicios de valor; para apreciar un acontecimiento es preciso remitirse a los
efectos (Perelman y Olbrechts-Tyteca,
1989: 409).
Si lo que une a las tres razas y las tres civilizaciones es su denodado
ahínco por controlar la naturaleza, también lo va a ser la política; “tres
regímenes monárquicos con paréntesis de anarquía” (13): la opresión del
emperador azteca, la opresión del virreinato y la opresión del régimen de
Porfirio Díaz; a este último lo califica Reyes de manera irónica como “treinta
años de paz augusta” (13). Ese panorama político pone de presente “los días
nublados” (12) que vive el mundo cuando se escribe el ensayo. Es evidente la
postura política de Reyes, y parecería dar respuesta a la famosa pregunta del
poeta Hölderlin (1770-1843) en la elegía 248 de su
obra Pan y vino —“¿para qué poetas en
tiempos de penuria?”— cuando habla de la “poesía de hamaca y abanico” (14) para
señalar que aquella obnubila la razón y no permite el discernimiento, y que la
función de la poesía sería poder contribuir a conjurar la destrucción y el mal
que aqueja al hombre. Respecto a los paréntesis de anarquía, Reyes señaló “la
anarquía vital” (14) de la selva, y con ello formula su posición de cuestionar
lo instituido: el poder. El poder se metonimiza a lo
largo del ensayo con quien lo ostenta: emperador, virrey, arzobispo.
Se caracterizan las razas aborigen y española mediante
metonimias que tienen por objeto señalar identidades y enfatizar
características propias de aquellas etnias, y así se presenta otra remisión a
la tesis que propone hallar, más que diferencias, identidades. Al azteca se lo
nombra como “pueblo gracioso y cruel” (13); al conquistador, como “polvo, sudor
y hierro” (16). Por otra parte, y con el mismo propósito recién señalado, Reyes
elige de las crónicas de Indias metáforas que fusionan los reinos de la
naturaleza: la metrópoli —Tenochtitlán— es una “flor de piedra” (17); del
maguey se dice “que sorbe sus jugos a la roca” (12); “la biznaga mexicana,
imagen del tímido puercoespín” (12). Sobre la veracidad o no del referente en
el lenguaje poético, el Grupo M dice:
en tanto que poético, el
lenguaje poético es no referencial, y sólo es referencial en la medida en que
no es poético. Esto equivale a decir que el arte, como es sabido desde hace
mucho tiempo e igualmente olvidado con cierta periodicidad, se sitúa por sí
mismo más allá de la distinción entre lo verdadero y lo falso: que la cosa
nombrada exista o no exista, carece de importancia para el escritor (1987: 55).
Alfonso Reyes expresa la idea anterior de modo poético: “no nos importa
la realidad del crepúsculo que contempla el poeta, sino el hecho de que se le
ocurra proponerlo a nuestra atención, y la manera de aludirlo” (1997c: 82).
El argumento de autoridad considera que algo debe ser aceptado o
realizado debido a la autoridad de quien lo dice o propone. Por su parte,
argumentar con modelos presenta una acción como digna de ser imitada: “un
comportamiento particular puede, no sólo servir para fundamentar o ilustrar una
regla general, sino también para incitar a una acción que se inspira en él” (Perelman y Olbrechts-Tyteca,
1989: 75). En Visión de Anáhuac se
alude a varios personajes que serían dignos de emular. De Alexander von
Humboldt dice el ensayista: “un hombre clásico y universal de los que criaba el
Renacimiento, y que resucitó en su siglo la antigua manera de adquirir la
sabiduría viajando, y el hábito de escribir únicamente sobre recuerdos y
meditaciones de la propia vida” (15). Reyes cita la crónica de viajes de Bernal
Díaz del Castillo, en la cual este último se refiere de modo elogioso a la obra
de tres pintores indios a los que postula como modelos artísticos y compara con
grandes artistas del Renacimiento. El ejemplo anterior muestra cómo Reyes acude
a la misma estrategia que [47] usaban los cronistas. De Chateaubriand,
el ensayista dice que la selva virgen de América inspiraba sus “entusiasmos
verbales” (14). Y, para calificar aquella selva, Reyes elige la metáfora del
cronista, “horno genitor” (14), que argumenta lo expuesto sobre Chateaubriand. Reyes incluye entonces en sus argumentos el
lugar común de la esencia, definido por Perelman y Olbrechts-Tyteca como “el hecho de conceder un valor
superior a los individuos en calidad de representantes bien caracterizados por
esta esencia” (1989: 162).
El proceso argumentativo de Visión de Anáhuac enfatiza en los sentidos —vista, oído, tacto, gusto—
y lo hace mediante la inserción de elementos variados en un mismo campo
semántico. Algunas expresiones relativas al sonido son “trueno de las cascadas”
(14), “queja de la chirimía” (16),
“latido del salvaje tambor” (16), “fúnebre retumbo” (19), “zumbido de los
insectos” (14), “gritos de los papagayos” (14). La idea de sacrificio, dolor y
muerte está implícita en estas expresiones metafóricas, y remiten a “los
infaustos días de Moctezuma el doliente” (15): “el espanto social” (13), tanto
el que se produce cuando llegan los conquistadores a América como aquel que
genera la guerra. La raza azteca y su idioma también se incluyen en este campo
semántico: “finos oídos tiene la raza” (18), “impavidez sonriente” (18); y su
lengua es comparada con “dulces chasquidos” (18) y “suavidad de aguamiel” (18)
—lo que es una sinestesia: asociación entre sensaciones de naturaleza
distinta—. La elección de las figuras retóricas sirve al proceso argumentativo
y no sólo a un nivel estilístico. El poder argumentativo de las figuras
literarias y su carácter más allá de lo estilístico, lo refrendan Perelman y Olbrechts-Tyteca
mediante una afirmación y un interrogante:
es una forma de describir los
acontecimientos que los hace presentes en nuestra mente: ¿se puede negar su
papel eminente como factor de persuasión? Si se olvida este papel argumentativo
de las figuras, su estudio parecerá rápidamente un vano entretenimiento, la
búsqueda de nombres extraños para giros rebuscados (1989: 269).
En lo referente al campo semántico de la visión, estos son algunos
ejemplos: “ojos de las fieras” (14), “el poeta ve” (37), “el ojo, duro y
redondo, del pájaro muerto” (22). Este campo está también configurado con
argumentos de autoridad y de modelos. Navarrete dice: “una luz resplandeciente
que hace brillar la cara de los cielos” (15) y Humboldt, por su parte, habla de
la “extraña reverberación de los rayos solares” (15) que presenta el valle de
Anáhuac, mientras que Reyes resalta del Valle su “atmósfera de extremada
nitidez, en que los colores mismos se ahogan” (14). Estas expresiones reiteran
una idea fundamental de la conclusión: “el fulgor” (37) que permite la emoción
histórica, y que sin ella “nuestros valles y montañas serían como una obra de
teatro sin luz” (37); estos ejemplos, traen la idea, formulada mediante una
oposición, de los “días nublados” (12) y del “oscuro rito sangriento” (16) que
aluden tanto al pasado como al presente en el cual se escribe la obra.
Otro campo semántico relevante en la obra es el relativo al mundo de la producción
literaria y de su transmisión, que respalda la elección de estructurar el
ensayo con base en la alusión a otros textos (intertextualidad). En la obra se
alude a “libros” (11), “amenas narraciones” (11), “discursos etnográficos”
(11), “recopilación” (11), “volúmenes in-folio” (11), “traducciones” (11), “y
está ilustrada con profusión y encanto” (11). Reyes, refiriéndose a las
versiones de poemas indígenas citadas por los cronistas, considera que algunos
poemas fueron romanceados “con relativa fidelidad por los misioneros españoles”
(30). Añade, además, que a pesar de que la mayoría de aquellos poemas han
llegado alterados a nuestros tiempos, otros, por el contrario, muestran una
sensibilidad lujuriosa, y que deben ser originales por cuanto los misioneros
españoles eran “gente apostólica y
sencilla, de más piedad que imaginación” (32).
Perelman
y Olbrechts-Tyteca (1989) plantean los lugares
comunes de lo preferible como una estrategia de argumentación, y los enumeran y
definen así: los de cantidad son cuando se dice que lo que aprovecha al mayor
número de personas es lo más durable y útil; los de cualidad, cuando se
prefiere [48] alguna cosa porque es única o irremplazable. Los lugares comunes
de cualidad se oponen a los de cantidad por cuanto favorecen lo excepcional más
que lo normal y representarían el espíritu romántico; mientras que los de
cantidad, el clásico. El ensayo de Reyes presenta lugares comunes de cualidad,
por ejemplo, cuando se queja por la pérdida de la poesía aborigen al destacar lo
excepcional de esta. El valle de Anáhuac es calificado como “cosa mejor y más
tónica” (14) que permite el “pensamiento claro” (14) y “alerta la voluntad”
(14). En esta elección está implícita la idea central de reflexión sobre el
acontecer histórico como camino que conduce a la comprensión del presente.
Reyes elige fragmentos de las crónicas en donde aparecen ejemplos de
lugares comunes de cualidad y, por tanto, donde se destaca lo raro, lo
excepcional: “por los babilónicos jardines —donde no se consentía hortaliza o
fruto alguno de provecho— hay miradores y corredores en que Moctezuma y sus
mujeres salen a recrearse” (26). Cuando el cronista realiza largas
enumeraciones de especies animales y vegetales, concluye que la metrópoli es un
museo de historia natural y destaca que lo excepcional y raro también tienen
cabida: “Y para que nada falte hay aposentos donde viven familias de albinos,
de monstruos, de enanos, corcovados y demás contrahechos” (27).
Los lugares del orden le otorgan superioridad a lo anterior sobre lo
posterior o viceversa, o a la causa sobre el efecto o lo contrario. Es evidente
que Reyes no asume una postura ni nostálgica ni apologética ante ninguna de las
razas que intervienen en el proceso de conquista de América. Ambas culturas son
caracterizadas mediante hechos concretos que ponen de manifiesto todo su poder de acción y destrucción, y de este modo
no se otorga superioridad a ninguna de las dos culturas. A lo que sí —y de
manera reiterada— se le otorga superioridad es a la “emoción histórica” (37) y
a la poesía como instrumentos para conjurar un presente donde la dignidad de la
vida no tiene mayor importancia.
“Los lugares de lo existente confirman la superioridad de lo que existe,
de lo que es actual, de lo que es real, sobre lo posible” (Perelman
y Olbrechts-Tyteca, 1989: 161). Este lugar es
manifiesto en la conclusión de Visión de Anáhuac. A Reyes no le
interesan “perpetuaciones” (37) de lo aborigen ni de lo español; no evoca con
nostalgia la cultura azteca en tanto que considera que el México actual es la
fusión de culturas y razas, y es ahí donde radica su maravilla. Sin embargo,
hay un pasaje que se opone al lugar de lo existente: en un poema aborigen se
canta la desaparición de un héroe y la imposibilidad de su resurrección se proclama
como una desgracia, en tanto que “de otro modo hubiera triunfado sobre el dios
sanguinario y zurdo de los sacrificios humanos, e impidiendo la dominación del
bárbaro azteca, habría transformado la historia mexicana” (35).
Cuando Reyes conmina al lector a adherirse a la propuesta de ponerse por
encima de “cualquiera doctrina
histórica” (37) señala hechos, entendidos como acuerdos universales y no
controvertidos pero siempre susceptibles de ser cuestionados de nuevo (Perelman y Olbrechts-Tyteca,
1989). Otros acuerdos son las verdades y las presunciones. Acuerdos señalados
en la cultura azteca son los relativos a la creación de la metrópoli: “Aquellos
hombres ignotos” (15) quedaron “extáticos” (15) ante el “nopal y el águila”
(15) —calificados de “compendio feliz de nuestro campo” (15)—
“y oyeron la voz del ave agorera que les prometía seguro asilo sobre aquellos
lagos salobres” (15). Lo de “extáticos” es un argumento que refrenda la tesis
de la “emoción cotidiana ante el mismo objeto natural” (37). Esos acuerdos
entre los aztecas son cuestionados por el conquistador que habla de los
monstruos que adornan los templos pero que también informa sobre el modo como
están hechos: “con una mezcla de todas las semillas y legumbres que son
alimento del azteca” (19). Nuevamente se habla del papel importante que
desempeña la naturaleza en la creación de aquel pueblo.
La teoría de la argumentación les da un sentido amplio a las verdades:
las científicas, los mitos, las del sentido común; a todas ellas se les otorga
igual importancia. La teoría de la argumentación no es una teoría sobre la
verdad; sólo le interesa constatar que los seres humanos damos por [49]
verdaderas algunas teorías y explicaciones, y las asumimos como premisas de
nuestros argumentos (Perelman y Olbrechts-Tyteca,
1989). Visión de Anáhuac habla de la
cosmovisión y de los mitos del pueblo que fundó y habitó el valle de México,
pero también de la religión cristiana y de los mitos de la raza conquistadora.
Estas verdades y hechos son referidos con recursos retóricos (tropos y
figuras). Por ejemplo, los poderes se presentan mediante el uso de metonimias:
“casa de los dioses” (18); y esta, a su vez, se metaforiza así: “alarde de
piedra” (19). También se metonimiza la metrópoli a
partir de la materia con la que se construye: piedra, basalto, pórfido. Una
metonimia como “soldado cristiano”
(19) sintetiza los poderes político y religioso. Las técnicas de ruptura y
freno disminuyen la influencia de los actos sobre las personas. Un
comportamiento anómalo puede ser explicado por las circunstancias, la
alteración del ánimo o cualquier otra circunstancia excepcional (Perelman y Olbrechts-Tyteca,
1989). Este argumento está implícito a lo largo del ensayo de Reyes por cuanto
no se hace referencia con nombres propios a un proceso que alguna “doctrina
histórica” (37) califica como depredación o con conceptos disciplinarios como
aculturación, transculturación.
Un argumento por analogía afirma una semejanza de relaciones. Una
semejanza que alude a los “días nublados” (12) y a “los infaustos días de
Moctezuma” (15) es la que se establece entre el juego y el juguete, y la guerra
y el armamento: “los juguetes de metal y piedra, raros y monstruosos, sólo
comprensibles —siempre— para el pueblo que los fabrica y juega con ellos” (22).
Este tipo de argumento es complementado con símbolos compartidos que a su vez
son argumentos de gran poder en la cultura azteca; “las calaveras” (19):
“testimonios ominosos del pasado” (19).
La flor —“que surge de la sangre del sacrificio” (30) o que es símbolo
“y corona el signo jeroglífico de la oratoria” (30)—,
la naturaleza y el paisaje están presentes en la poesía azteca, como también
hacen parte de la poesía del pueblo conquistador. La poesía indígena se cantaba
en las festividades y servía para la transmisión de la cultura y de las
costumbres. Esta función de la poesía en la sociedad es un argumento que
defiende la idea de la poesía como una manifestación —expuesta en la
conclusión— de que “está como quiera en nuestras manos” (38). Dicha metonimia alude
asimismo al mundo de la acción y de la contemplación. Pero lo que para un
pueblo —el azteca— era un hecho y una verdad, para el otro pueblo —el
conquistador— era susceptible de ser controvertido. La poesía indígena fue
calificada por la religión cristiana como “composiciones hechas para honrar a
los demonios” (31); por lo tanto, la poesía era considerada como un “arma” y
tenía que ser destruida, prohibida o, en el mejor de los casos, adulterada.
Retomando la poesía, Reyes encuentra otro punto común en las dos culturas. Y
ese hecho respalda la tesis de la “emoción cotidiana ante el mismo objeto
natural” (37). En un poema aborigen, el poeta se pregunta dónde encontrar la
inspiración para la creación y, según dice Reyes, responde como lo hizo Wordsworth (1770-1850): “en el grande escenario de la
naturaleza” (32).
Todas esas referencias al mundo propio de los dos
pueblos en cuestión, todas esas alusiones a sus cosmovisiones, valores,
creencias —mediante las estrategias de la intertextualidad y la retórica—, hacen
que la figura de la comunión se constituya en otro poderoso argumento con el
que Reyes pretende ganar la adhesión del lector a la tesis de que, más que ver
las diferencias entre las culturas, es mejor percibir lo que las une. Por
figura de comunión se entiende:
las
figuras de comunión son aquellas con las que, por medio de procedimientos
literarios, el orador se esfuerza por crear o confirmar la comunión con el
auditorio. A menudo, esta comunión, se obtiene gracias a las referencias a una
cultura, una tradición o un pasado comunes (Perelman
y Olbrechts-Tyteca, 1989: 282).
La función conativa del lenguaje es un modo de comunión con el
auditorio. Reyes nos invita a realizar una acción: “deténganse aquí nuestros
ojos: [50] he aquí un nuevo arte de naturaleza” (12), y lo hace mediante el
enálage del número de personas (sustitución del “yo” por el “nosotros”).
La cita es otro procedimiento para alcanzar la
comunión con el auditorio. Un poema escrito en lengua náhuatl le sirve a Reyes
como argumento para su conclusión. El poema Ninoyolnonotza
calificado por Reyes como “meditación concentrada, melancólica delectación,
fantaseo largo y voluptuoso, donde los sabores del sentido se van transmutando
en aspiración ideal” (32), presenta a un poeta que se reconcentra a pensar
profundamente “en dónde poder recoger algunas bellas y fragantes flores” (32)
para alegrar la vida de su pueblo. Ese verso remite al ensayo como género que
implica meditación y reflexión, y que a su vez sería manifestación de una
postura ética frente al acontecer. El poeta del poema le formula la pregunta al
“pájaro zumbador, trémula esmeralda” (32-33) o a la “amarilla mariposa” (33).
Se podría afirmar que el ensayo de Reyes encuentra respuestas en las crónicas
de Indias y en la poesía azteca a la pregunta “¿dónde hallar regocijo en medio
de aquellos ‘días nublados’?” (12). La inspiración poética para Reyes está en
el valle de Anáhuac, que propicia reflexiones serias y que permite el
discernir, pero también la poesía encuentra inspiración en la selva, “horno
genitor” (14) que genera exaltación de los sentidos. La naturaleza metonimizada en el “cenzontle” (33) o en el “coyoltóltl” (33), “que esparcen sus gorjeos como una
música” (33), es la que inspira a la poesía, y la emoción histórica que indaga
en las culturas del pasado y del presente es “parte de la vida actual” (37).
Conclusión
Este artículo ha pretendido aproximarse al ensayo Visión de Anáhuac del escritor mexicano Alfonso Reyes desde algunas
categorías de la teoría de la argumentación con el fin de plantear dicha obra
como perteneciente al género ensayístico, que es por naturaleza de carácter
argumentativo. La perspectiva teórica señalada es útil cuando lo que se
pretende es encontrar en un texto ensayístico el tipo de argumentos esgrimidos
en la defensa de una tesis. Cada uno de los argumentos se materializa en un
tejido de afirmaciones y razones que establecen el contenido y la posición
desde la cual argumenta Reyes.
Asimismo, se concluye que la revisión literal del
texto en cuestión permitió dar cuenta en parte de la configuración de aquel y
generó una interpretación más de las que es susceptible la obra. Esta incursión
en el célebre ensayo de Reyes permitió constatar lo planteado por Helena Beristáin respecto de las relaciones entre los referentes
de los que habla la literatura y el modo como son nombrados; sobre lo literario
dice la autora:
establece una realidad
autónoma y distinta de la del referente, una realidad que se basta a sí misma
pero que mantiene, en diversos grados, una relación con la realidad de la
referencialidad, pues utiliza los datos que proceden de una cultura dada y de
sus circunstancias empíricas, aunque lo reorganiza en atención a otras
consideraciones (conforme a las reglas del género literario al que pertenece el
relato, por ejemplo), para construir con ellos otra realidad que es verosímil
(porque resulta de la relación entre la obra y lo que el lector cree verdadero)
pero que no es verdadera, aunque parece ser (en mayor medida mientras mayor sea
la pretensión de realismo) “una verdad al alcance de todos y verificable en la
experiencia cotidiana” (2002: 29-30).
Reyes en Visión de Anáhuac asume
un compromiso político con el momento histórico en el cual escribe su obra
mediante la elección de un género —el ensayo—, y configura su ejercicio
literario mediante un “experimento mental” (2006: 12) en palabras de Paul Ricoeur, en donde la argumentación de su tesis halla
asiento en la retórica.
[51]
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[1] En tanto que es necesaria la
abundancia de citas literales del ensayo de Reyes, se opta por poner únicamente
el número de la página perteneciente a la edición de 2004 del Fondo de Cultura
Económica.