Lógica, lógicas y teoría de la argumentación
Luis
Vega Reñón
lvega@fsof.uned.es
Universidad Nacional de
Educación a Distancia
Dpto.
de Lógica, Historia y Filosofía de la Ciencia
Madrid,
España
Fecha de recepción: 08-06-17
Fecha
de aceptación:
20-06-17
Vega Reñon,
L. (2017). Lógica, lógicas y teoría de la argumentación.
Quadripartita
Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 2(4), 61-65. ISSN: 2448-6485
[61]
Adelanto mi reconocimiento a
los editores de QR por la invitación
a participar en esta iniciativa, aunque no puedo ocultar mis reservas ante el
uso del género “Cuénteme su caso” en contextos académicos. Al margen de la
buena intención de los proponentes, puede inducir a la falsa impresión de que
la Historia es una suma de historias personales con connotaciones
ejemplarizantes, sean positivas o negativas. Advertido el lector de este
indeseable malentendido, también me gustaría avisarle de otro sesgo personal.
Confieso que mi educación básica es humanista, con intereses filosóficos e
histórico-culturales, y que mi formación universitaria en filosofía discurrió
en la Universidad Complutense de Madrid a finales de los 60, un tiempo y un
lugar muy poco propicios para la teoría y la práctica de la lógica. Quizás por
estos malos principios —ya se sabe: quien
mal empieza, mal acaba—, mi desposorio con la lógica ha sido una de esas
relaciones de amores contrariados que conducen a divorcios.
1. Mi primera “ex” fue la
lógica neoescolástica, un sucedáneo escolar que
quería hacerse pasar por una suerte de lógica aristotélica[1]. Fuera de la
Complutense corrían otros aires y un manual de Manuel Sacristán (1964) señalaba
un punto de inflexión en la recepción de la lógica moderna, más allá de algunos
escarceos anteriores con la lógica algebraica (post-booleana) y la lógica
matemática (post-fregeana)[2]. En el curso
de los años 70 se va produciendo la implantación y normalización escolar de
[62] esta lógica formal moderna en las universidades de Valencia, Barcelona,
Autónoma de Madrid..., hasta La Laguna y la UNED, en las que he tenido
intervención directa como profesor y responsable del área de lógica. El triunfo
de esta lógica en España vino de la mano de otra recepción afortunada, la de la
filosofía analítica en los años 60 —por eso no es extraño que la nueva lógica
(“simbólica” o “matemática”) entrara antes en algunas facultades de filosofía
que en las de matemáticas—. Por entonces se pensaba que la lógica proposicional
y la teoría de la cuantificación establecen el canon formal de la racionalidad
científica y filosófica, con el concurso técnico de la teoría de conjuntos, la
teoría de la demostración, la teoría de modelos y la teoría de la recursión.
Más aún, se aseguraba que la lógica determina las condiciones formales, previas
y constituyentes de nuestro entendimiento y de nuestro conocimiento de modo
que, en palabras de uno de sus adalides, la lógica constituye “el destino de
los humanos en lo formal” y, por ende, “está filosóficamente hablando antes que nada” y “por encima de todo” (Deaño, 1980: 303 y
345) [cursivas en el original].
Pues bien, mi segunda “ex” fue
esta lógica estándar. El divorcio tuvo que ver con la constancia de su
esterilidad cultural, filosófica y técnica en España. Durante los años 80 y 90
seguíamos siendo receptores, profesores que enseñábamos lo que aprendíamos y a
medida que aprendíamos: es sintomático que los llamados “filósofos jóvenes”
desde los años 70 no pasáramos de ser autodidactas en lógica. Pero aún era más
desesperante la inanidad cultural y filosófica de este esfuerzo: la lógica
moderna estaba ausente de la modernización cultural, intelectual y crítica del
país, y los profesores más avispados ya empezaban a publicar en inglés y para
sus pretendidos colegas. En una especie de aviso para alevines de lógicos y
filósofos, en 1999, resalté este aspecto: ¿qué habían hecho la disciplina de la
lógica y su buen número de profesionales, o al menos profesores, por la cultura
de habla hispana[3]? Así que,
con el cambio de siglo, he ido pasando de los enjutos brazos de la domina lógica estándar a los más amables
y prometedores de la teoría de la argumentación. Creo que la casa de la teoría
de la argumentación es mucho más amplia: se asienta en un campo abierto de
estudios donde fructifican no sólo las contribuciones de carácter lógico formal
o informal, sino las dialécticas, las retóricas e incluso las más recientes de
orden socio-institucional. Es una casa más ventilada al tratarse de unos
estudios no sólo inter- sino trans-disciplinarios, en
la medida en que por un lado buscan cierta unidad de propósito analítico y
evaluativo o crítico bajo su diversidad de enfoques y recursos, mientras que,
por otro lado, procuran relacionarse con nuestras prácticas argumentativas en
determinados lenguajes (por ejemplo, filosófico, jurídico, parlamentario,
periodístico, etc.) y más aún en el lenguaje común. En esta línea, han llegado
a interesarse seriamente por la suerte —hoy bastante precaria— de nuestro
discurso público.
2. Pasemos de
las historias a las categorías: embarcado desde hace algún tiempo en este nuevo
affaire con la teoría y la práctica
de la argumentación, ¿cómo veo las relaciones entre la lógica y la teoría de la
argumentación?
[63]
Para empezar, supongo que ya
se han superado los recelos mutuos y se han enfriado las disputas de rivalidad
y competición por nichos académicos que entorpecieron las relaciones de buena
vecindad entre las lógicas formal e informal —hoy parece que un tercero en
discordia, el critical thinking,
también concurrente bajo múltiples variantes desde los años 70-80, es el
llamado a dominar el terreno de la enseñanza propedéutica en la enseñanza media
y superior—. Desde luego, creo que el enfrentamiento programático o
disciplinario entre una y otra lógica carece de sentido dentro de la casa común
de la teoría de la argumentación; allí cada una puede hallar su lugar y cumplir
su cometido. De hecho, el análisis y la convalidación o invalidación formales
pueden rendir buenos servicios en el tratamiento de argumentos filosóficos complejos
y formalizables —como alguna versión del llamado
“argumento ontológico”, sin más lejos[4]—, pero
tienen sus limitaciones en otros casos que rehúyen la formalización so pena de
tergiversación o deformación —reducción a “argumentos de paja”—, por ejemplo,
en el caso de la argumentación falaz en general que más bien cae dentro del
vasto campo vecino del análisis y la evaluación informal[5]. En
cualquier caso, está claro que la intervención de una u otra lógica, formal o
informal, así como su relativo predicamento, no son cuestiones que se hayan de
dilucidar a priori, sino que dependen
del uso del argumento examinado en su marco y su contexto. Por lo demás, no me
convence en absoluto la división de la razón entre —según una inveterada
tradición— la lógica y la retórica, cuyo trasunto parece ser una oposición no
menos popular —desde Perelman cuando menos— entre la
demostración y la argumentación. Mi trabajo en historia de la lógica me ha
llevado a la suposición contraria de que toda demostración clásica[6] es una
prueba y toda prueba envuelve una argumentación, luego toda demostración
clásica envuelve una argumentación, aunque no valga ninguna de sus respectivas
conversas.
Las
relaciones entre la lógica formal y sus vecinas o ascendientes, como la teoría
de la argumentación, se plantean a veces en medios discursivos especializados
(por ejemplo, filosóficos, jurídicos). Pero creo que hay otro marco más
decisivo: se trata del ámbito ya aludido del discurso público. Precisamente el
desarrollo de los estudios en este ámbito, a la luz de la moderna perspectiva
socio-institucional [64] de la teoría de la argumentación, ha propiciado la
aparición no sólo de nuevas oportunidades para el análisis lógico, sino de otra
especie de lógica en agraz[7]: la lógica civil o lógica del discurso público. Por tal cosa entiendo, de modo
provisional y tentativo, el estudio de los conceptos, problemas y
procedimientos referidos al análisis y evaluación de nuestros usos del discurso
público en el tratamiento de asuntos de interés común que, por lo regular,
piden una resolución de carácter práctico. Es obvio que, en principio, no se
trata de una modalidad de la lógica formal al uso, sino de una aplicación de la
teoría de la argumentación a ese tipo de discurso[8]. Este dominio ha cobrado hoy especial relieve
al confluir en él diversas líneas de análisis, discusión y desarrollo, dos en
particular: de un lado, un nuevo o renacido interés por la racionalidad —o, si
prefieren, razonabilidad— práctica; de otro lado, una creciente preocupación
por la razón pública y por la calidad de su ejercicio en nuestras sociedades
más o menos —o quizá nada— democráticas. No en vano el discurso público es el
aire discursivo que respiramos y en el que hemos de comunicarnos, entendernos y
deliberar sobre asuntos de interés común. Así, por ejemplo, si nos
preguntáramos que debería saber de lógica un (buen) ciudadano, mi respuesta
sería: debería conocer la teoría de la argumentación y, en particular, algo de
lógica civil, amén de familiarizarse con alguno de los paradigmas del discurso
común y colectivo como la deliberación pública[9]. Me parece
que los estudios y las prácticas de este tipo podrían devolver a la perspectiva
lógica de cualquier denominación su posible significación y trascendencia para
el desarrollo lúcido y el uso responsable de nuestro discurso público. Un valor
añadido en nuestro caso sería propiciar el interés por —y la investigación de—
la argumentación en español, si este sigue siendo nuestro medio “natural” e
inmediatamente compartido de intervención razonable en la vida pública. Pues
bien, por el momento en estas estamos.
[65]
Bibliografía
Deaño, A. (1980). Las concepciones de la lógica. Madrid: Taurus.
Gredt, J. (1937 [1899]). Elementa philosophiae
aristotelico-thomisticae, vol. I. (Séptima edición).
Barcelona: Herder.
Marulanda, F. (2010). “Límites y
virtudes de la formalización lógica”. En Leal, F., C. F. Ramírez y V. M. Favila
(eds.). Introducción a la teoría de la
argumentación (pp. 157181). México: Universidad de Guadalajara.
Vega Reñón, L. (1990). La trama de la demostración. Madrid: Alianza Editorial.
Vega Reñón,
L. (1999). De la ausencia al absentismo. Notas sobre la lógica en España. Boletín de la Sociedad de Lógica,
Metodología y Filosofía de la Ciencia en España, (20), 44-48.
Vega Reñón, L. (2009). Ensayos sobre la lógica del s. XX en España. Recuperado de http://
e-spacio.uned.es/fez/view/bibliuned:23183
Vega Reñón, L. (2016). Qué debería saber de
lógica un (buen) ciudadano. Quadripartita
Ratio, 1(1), 58-77.
Vega Reñón, L. (2017). Lógica para ciudadanos.
Ensayos sobre Lógica civil. Saarbrücken: EAE-OmniScriptum GmnH & Co.
Wittgenstein, L. (1978) Observaciones
sobre los fundamentos de la matemática (19391940). Madrid: Alianza.
[1] Valga como referencia el manual recomendado por la cátedra de Lógica de
la ucm: los Elementa
philosophiae aristotelico-thomisticae
de Gredt (1937) publicados en 1899. Por lo demás, el
texto sólo estaba disponible en latín y en alemán, así que había que conocer
uno de los dos idiomas para hacerse una idea de ciertas filigranas analíticas
como las llamadas suppositiones.
[2] Véase mi libro Ensayos sobre la lógica del s. XX en España (2009), edición digital
de acceso libre en el repositorio de la Biblioteca de la uned (ver enlace en la bibliografía final).
[3] Véase mi “De la ausencia al absentismo. Notas
sobre la lógica en España” (1999).
[4] Compárese el análisis de su versión kantiana
desarrollado por Federico Marulanda (2010: 173-179 en
especial).
[5] Como ya he repetido muchas veces, si el ser
falaz estriba no sólo en proceder de modo erróneo, fallido o fraudulento, sino
además en inducir a confusión o error, no hay falacias formales. A diferencia
de lo que pasa con la consecuencia lógica, pongamos por caso, la condición
falaz de un argumento no se determina, ni se transmite, ni se preserva a través
de su forma lógica.
[6] Véase una expresión de la idea de demostración
clásica en Wittgenstein: “Sigo una demostración y digo: ‘Sí, así tiene que ser’” (1978: III, §30); “Vemos
en la demostración la razón para decir que tiene
que resultar así” (1978: III, §34). Las proposiciones de los Elementos de Euclides, por ejemplo,
pueden considerarse muestras paradigmáticas. No hará falta insistir en que una
demostración clásica es algo más, y otra cosa, que una derivación formal en proof-theory.
Véase mi libro La trama de la
demostración (1990).
[7] A pesar de su conformación actual en las
primeras décadas del presente siglo, no deja de tener algunos precedentes en la
escolástica postmedieval o en Leibniz; cuenta incluso
con presencias esporádicas en una tradición en lengua hispana que se remonta al
s. XVI y alcanza a Vaz Ferreira en el s. XX.
[8] Sin que esto excluya la pertinencia de
consideraciones lógicas formales en algún caso, por ejemplo, en el análisis de
las obligaciones condicionales creadas por nuestros compromisos discusivos
públicos.
[9] La pregunta dio título a mi artículo “Qué debería saber de lógica un (buen) ciudadano” (2016). Puede verse una revisión así como otras contribuciones al desarrollo de la lógica civil en mi reciente Lógica para ciudadanos. Ensayos sobre Lógica civil (2017).