Ejercicios argumentativos alrededor de la dicotomía
entre naturaleza y cultura
An
analysis of some arguments involving the nature / culture dichotomy
Federico
Marulanda
federico.marulanda@gmail.com
Universidad
Michoacana
Facultad
de Filosofía
Morelia,
México
Fecha de recepción: 28-08-16
Fecha
de aceptación: 22-09-16
Marulanda, F.
(2016). Ejercicios argumentativos alrededor de la docotomía
entre naturaleza y cultura.
Quadripartita Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 1(2), 25-36. ISSN: 2448-6485
[25]
Resumen: El artículo
analiza dos líneas de argumentación relativas a las presuntas consecuencias
morales del impacto de la naturaleza o de la cultura sobre la conducta
homosexual. Tras evaluar estas argumentaciones como falaces, se propone una
explicación de su aparente plausibilidad.
Palabras clave:
argumentación, falacia, naturaleza, cultura, homosexualidad.
Abstract: The paper analyzes two lines of argument concerning the alleged moral consequences of the impact of nature or culture on homosexual behavior. After evaluating the arguments as fallacious, an explanation of their apparent plausibility is proposed.
Keywords: argumentation, fallacy, nature, culture, homosexuality.
[26]
El presente trabajo tiene tres
objetivos. El primero es realizar un ejercicio de evaluación de razonamientos
concretos. Buscaré demostrar que ciertos argumentos que apelan a la distinción
clásica entre physis y nomos, entre naturaleza y cultura, son
falaces. Lo anterior implica, por supuesto, que las conclusiones de estos
argumentos deben ser rechazadas: quienes las hayan aceptado deberían revisar
las creencias correspondientes, o como mínimo su justificación. Puesto que doy
por hecho que los argumentos en cuestión son comúnmente esgrimidos y aceptados,
con el cumplimiento de este objetivo se pretende resaltar la importancia del
análisis claro de la argumentación, respaldado por herramientas formales e
informales, para quien esté comprometido con mantener una actitud filosófica y
crítica.
Los argumentos que nos
ocuparán pretenden desprender conclusiones respecto de la moralidad de la
homosexualidad con base en las presuntas bases biológicas o culturales de este
tipo de conducta. Ni me compete ni tengo la intención, sin embargo, de abordar
problemáticas particulares sobre la sexualidad. Intentaré, en cambio, cumplir
con un segundo objetivo: el de identificar una razón que explique, aunque sea
sólo de manera plausible, por qué los argumentos bajo análisis pueden resultar
convincentes a pesar de sus insuficiencias.
A
lo largo de la discusión surgirán oportunidades para repasar una variedad de
nociones filosóficas cruciales, relativas a la lógica, la epistemología y la
ética. Lograrlo con solvencia es el tercer objetivo del escrito.
1. El argumento contra natura
Llamaré al
primer razonamiento que revisaremos el argumento contra natura. No considero necesario apelar a fuentes para afirmar
que alguien efectivamente sostiene este argumento: probablemente todos lo hemos
confrontado, y una búsqueda básica comprueba que surge constantemente en la
esfera pública. En su expresión mínima, el argumento es el siguiente:
[1] Premisa: Las conductas homosexuales no son naturales.
Conclusión: Las conductas homosexuales son
moralmente inaceptables.
Expresado de
esta manera resumida, el argumento [1] es formalmente inválido: se compone de
dos enunciados independientes y nada justifica el tránsito de la premisa a la
conclusión. No obstante, el principio de caridad exige interpretar a [1] como
un entimema; esto es, como un argumento que contiene una premisa sobrentendida,
tal, que es legítimo interpretar a quien lo propone como aceptando dicha
premisa, y al ser ésta añadida explícitamente, el argumento se torna
deductivamente válido. De esta manera el argumento contra natura se convierte en:
[2] |
Premisa 1: |
Las conductas homosexuales
no son naturales. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que no
son naturales son moralmente inaceptables. |
|
Conclusión: |
Las conductas homosexuales son moralmente inaceptables. |
El
argumento [2] es válido: su forma es tal, que si las premisas fuesen verdaderas,
la conclusión necesariamente también lo sería. Pero ¿son verdaderas las
premisas? Evidentemente, para poder responder a esta pregunta, hace falta tener
claridad sobre qué se entiende al decir que una conducta es natural.
Probablemente la visión dominante respecto de la naturaleza y nuestro lugar en
ella, por lo menos en [27] Occidente, es lo que podríamos
llamar un fisicalis mo
fuerte: el universo está compuesto exclusivamente por entidades y procesos
físicos que suceden y se rigen de acuerdo con leyes de la naturaleza. Desde
este punto de vista, absolutamente todo lo que existe hace parte de la
naturaleza, incluidos los seres humanos y sus conductas. Por lo que, de acuerdo
con este modo de ver las cosas, simplemente no hay una distinción coherente
entre lo natural y lo no natural. Bajo esta interpretación, la primera premisa
del argumento [2] es (analíticamente) falsa, el argumento no es sólido y no
estamos bajo ninguna obligación epistémica de aceptar su conclusión.
Se
protestará que la anterior refutación de [2] elude al argumento en vez de
confrontarlo, pues se basa en una definición de lo natural que, al subsumir
absolutamente todo bajo esta categoría, la priva de fuerza contrastiva. Si todo
es natural, la noción de lo natural no permite hacer distinción alguna. Por el
contrario, si la noción de lo natural ha de tener lugar en nuestro discurso, es
porque en alguna medida sirve para discriminar entre aquellos objetos, acciones
o procesos que son naturales y aquellos que no. Y de hecho trazamos estas
distinciones todo el tiempo: decimos que una fruta es natural, y que un pastel
no lo es. Decimos que caminar es natural, pero que volar en avión no lo es.
Decimos que la evaporación del agua es natural, pero que la lluvia ácida no lo
es, etcétera. A grandes rasgos —sin pretender analizar todas las aristas del
asunto— cuando decimos de un objeto que es natural, nos referimos a algo que
existe o podría existir independientemente de la intervención humana. En esto
seguimos esencialmente la definición de objeto natural originalmente propuesta
por Aristóteles en su Física:
“Algunas cosas son por naturaleza, otras por otras causas. Por naturaleza, los
animales y sus partes, las plantas y los cuerpos simples como la tierra, el
fuego, el aire y el agua —pues decimos que éstas y otras cosas semejantes son
por naturaleza. Todas estas cosas parecen diferenciarse de las que no están
constituidas por naturaleza, porque cada una de ellas tiene en sí misma un
principio de movimiento y de reposo, sea con respecto al lugar o al aumento o a
la disminución o a la alteración” (192b3, 14). En contraste, ningún artefacto
“tiene en sí el principio de su producción, sino que lo tiene fuera” (192b,
28). Siguiendo y ampliando la concepción aristotélica de lo natural para cubrir
no solamente objetos sino también acciones y procesos, cuando decimos de una
acción que es natural, nos referimos a una acción que si bien puede ser llevada
a cabo por seres humanos, también es desempeñada por otros animales; y cuando
decimos de un proceso que es natural, nos referimos a un proceso que por lo
general sucede sin la intervención directa o indirecta de seres humanos, es
decir, que es independiente de su intencionalidad.
La anterior
concepción de lo natural nos da una indicación respecto de cómo clarificar el
argumento contra natura de manera que
no sea interpretable como trivialmente no sólido, como sucedió con el caso de
[2]. Podríamos replantear el argumento original de la siguiente
manera:
[3] |
Premisa 1: |
Las conductas homosexuales
no ocurren en el ámbito no humano. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que no ocurren en el ámbito
no humano son moralmente inaceptables cuando son adoptadas por humanos. |
|
Conclusión: |
Las conductas homosexuales son moralmente inaceptables cuando son
adoptadas por humanos. |
O más específicamente:
[4] |
Premisa 1: |
Las conductas homosexuales
no ocurren entre animales no humanos. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que no ocurren
entre animales no humanos son moralmente inaceptables cuando son adoptadas
por humanos. |
|
Conclusión: |
Las conductas homosexuales
son moralmente inaceptables cuando son adoptadas por humanos. |
[28]
Los
argumentos [3] y [4] son prácticamente in distinguibles, por lo que sólo
discutiré el segundo. La primera premisa de [4] es empíricamente falsa. Las
conductas homosexuales son prevalentes en el mundo animal; han sido observadas
en la mayoría de los sub-grupos del reino, y en particular entre varias
especies de mamíferos y de primates. Esta afirmación está ampliamente
documentada y difícilmente admite cuestionamientos (Bagemihl,
1999; Bailey y Zuk, 2009). Lo anterior es suficiente
para declarar que el argumento [4] no es sólido, y por lo tanto su conclusión
debe ser rechazada.
Cabe señalar
que la premisa 2 de [4] también es falsa. De no serlo, todas las conductas
característicamente humanas serían moralmente inaceptables, lo que es absurdo.
Para ver claramente lo anterior podemos pensar en los siguientes argumentos:
[5] |
Premisa 1: |
La conducta de la lectura no
ocurre entre animales no humanos. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que no
ocurren entre animales no humanos son moralmente inaceptables cuando son
adoptadas por humanos. |
|
Conclusión: |
La conducta de la lectura es
moralmente inaceptable. |
[6] |
Premisa 1: |
La conducta de ir a misa no
ocurre entre animales no humanos. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que no
ocurren entre animales no humanos son moralmente inaceptables cuando son
adoptadas por humanos. |
|
Conclusión: |
La conducta de ir a misa es moralmente inaceptable. |
En
suma: a diferencia de la primera premisa de [4], la primera premisa de los
argumentos [5] y [6] es verdadera. Pero los argumentos [5] y [6] tampoco son
sólidos, pues al igual que [4], su segunda premisa es falsa. Por consiguiente,
sus conclusiones deben ser rechazadas.
Los
argumentos [5] y [6] demuestran que no es necesario, para determinar que una
conducta es moralmente aceptable, que se presente en animales no humanos. No es
sorpresivo este resultado: cualquier postura que implicara que son moralmente
inaceptables todas las conductas presentadas exclusivamente por humanos —por
ejemplo, aquellas que involucran el comportamiento lingüístico complejo, o
simplemente el usar vestido o cocer la comida— haría ininteligible la noción de
moralidad, y sería inservible.
Cabe advertir
que no sólo no es necesario que una conducta se presente en animales no humanos
para determinar que es moralmente aceptable, sino que tampoco es suficiente.
Existe cualquier cantidad de comportamientos animales que, si se presentaran
entre humanos, juzgaríamos con razón como moralmente inaceptables. Consideremos los siguientes
argumentos:
[7] |
Premisa 1: |
Las mantis religiosas
hembras ingieren a su pareja después de aparearse. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que
ocurren entre animales no humanos son moralmente aceptables cuando son
adoptadas por humanos. |
|
Conclusión: |
Es moralmente aceptable para
un humano ingerir a su pareja después de aparearse. |
[8] |
Premisa 1: |
Las vacas de engorde dedican
la mayor parte del día a masticar pasto. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que
ocurren entre animales no humanos son moralmente aceptables cuando son
adoptadas por humanos. |
|
Conclusión: |
Es moralmente aceptable para un humano dedicar la mayor parte del día
a masticar pasto. |
Dudo
que haya controversia en rechazar las conclusiones de los argumentos [7] y [8].
Esto se traduce en rechazar como falsa su segunda premisa. Así [29] pues,
concluimos que no es ni necesario ni suficien te que
una conducta se presente entre animales no humanos para determinar su
aceptabilidad moral.
Pero
tal vez, cuando se afirma que la conducta homosexual no es natural, lo que se
quiere decir es algo bastante diferente de lo que hemos venido explorando con
base en una concepción aristotélica de lo natural. Posiblemente lo que se
quiere decir, más bien, es algo así como: el comportamiento homosexual va en
contra de la intención o el propósito de la sexualidad, que es la reproducción.
Hasta donde puedo ver, esta nueva lectura del sentido
de lo natural —la tomemos desde un punto de vista religioso, o desde la
perspectiva de la biología— tampoco hace mucho por rescatar al argumento contra natura. Pues, por un lado, en las
principales tradiciones religiosas consistentemente se reconoce, tanto mediante
la revelación como mediante la doctrina, que la intención y el propósito
divinos son inescrutables; quienes pretenden conocerlos o adivinarlos revelan
más bien sus propios juicios u objetivos. Por otro lado, de acuerdo con la
teoría de la evolución, el desarrollo de cualquier rasgo o conducta entre
organismos biológicos no responde a ninguna intención o propósito
preestablecido reconocible, sino a un proceso aleatorio de selección natural.
Por tanto, sería equivocado descartar la posibilidad de que una cierta conducta
sexual presente ventajas evolutivas distintas a la reproducción.
Una
tercera forma de interpretar la afirmación de que el comportamiento homosexual
va en contra de la intención o propósito de la sexualidad sería ésta: si todo
el comportamiento sexual humano fuera homosexual, entonces cesaría la
reproducción de la especie, lo que pondría fin a la civilización y con ella a
la moralidad misma. Nuevamente pienso que esta lectura de la premisa del
argumento original es ilegítima. Quien defiende la aceptabilidad moral de la
conducta homosexual en ningún momento tiene por qué aceptar que la totalidad de
la conducta sexual de los seres humanos es o debe ser homosexual, y por tanto
no tiene por qué aceptar este último esfuerzo de interpretación del argumento contra natura. Es como si alguien
argumentara, en contra de la contracepción, que si se empleara para todos los
actos sexuales, se acabarían la especie, la civilización y la moralidad misma.
Pero quien en alguna ocasión utiliza métodos contraceptivos para nada se
compromete con sostener que deban ser utilizados para todos los actos sexuales
propios y ajenos; únicamente es algo que cree pertinente hacer personalmente en
la ocasión en cuestión. De hecho, si fuera convincente este tipo de argumento,
no habría conducta humana que no cayera bajo sospecha de ser inmoral. Por
ejemplo, podríamos argumentar que comer lechuga no es natural, porque si todo
lo que comieran los seres humanos fuese lechuga, se extinguiría la especie...
Este tren de ideas patentemente desemboca en un sinsentido.
Tampoco es
prometedora otra posible lectura biologicista del
argumento original contra natura,
según la cual la premisa de [1] debería ser interpretada como: los
comportamientos homosexuales son resultado de una anomalía biológica. No es
éste el lugar para evaluar la verdad empírica del anterior enunciado. Pero sí
podemos afirmar que no es admisible proponer que una anomalía biológica
conlleva censura moral. ¿Quién, en una sociedad tolerante, se atrevería a
reprobar moralmente a una persona por una condición congénita? Si hay algo
moralmente inaceptable, es ese tipo de actitud. Por lo demás, desde un punto de
vista evolutivo, lo que está genéticamente dentro y fuera de la norma para una
población responde a factores ambientales fluctuantes y va modificándose con el
tiempo mediante la selección natural. Si no fuese de esa manera, los constantes
cambios en el entorno conllevarían a la extinción; si no fuese por las
anomalías biológicas, no estaríamos aquí.
2. El argumento de la
predisposición genética
Pasemos ahora
a un argumento estrechamente relacionado con el argumento contra natura, al que me referiré como el argumento de la
predisposición genética. En contraste con el argumento contra natura, el argumento de la predisposición genética se
propone frecuentemente no en contra sino a favor de la homosexualidad. Lo que
buscaré demostrar [30] en esta sección es que, si el
primero es falaz, el segundo también lo es, por razones análogas.
Formulo el
argumento de la predisposición genética como sigue:
[9] |
Premisa 1: |
Las conductas homosexuales
entre humanos tienen una base genética. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que tengan una base genética
son moralmente aceptables cuando son adoptadas por humanos. |
|
Conclusión: |
Las conductas homosexuales entre humanos son moralmente aceptables. |
Un problema
con argumentos como [9] es que, proferidos fuera de un contexto discursivo especializado,
es vago, no está bien definido, no se sabe cómo establecer si una conducta
tiene o no una base genética, por lo que puede surgir la sospecha de que se
pretende revestir de abolengo científico al argumento propuesto, sin contar
realmente con el conocimiento adecuado para hacerlo. Pero pasaré por alto esta
sospecha, ya que para efectos presentes no es preciso evaluar la veracidad de
la primera premisa de [9]: la discusión de la sección anterior ha allanado el
camino para anticipar que la segunda premisa del argumento conduce a
conclusiones equivocadas y en consecuencia debe ser rechazada. Veámoslo
rápidamente: sustituyamos la primera premisa de [9] por otras similares, pero
cuya verdad no esté en entredicho, dando lugar a argumentos como los siguientes:
[10] |
Premisa 1: |
El carnivorismo
practicado por humanos tiene una base genética. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que tengan una base
genética son moralmente aceptables cuando son adoptadas por humanos. |
|
Conclusión: |
El carnivorismo
practicado por humanos es moralmente aceptable. |
[11] |
Premisa 1: |
Las conductas agresivas entre humanos tienen
una base genética. |
|
Premisa 2: |
Todas las conductas que tengan una base genética
son moralmente aceptables cuando son adoptadas por humanos. |
|
Conclusión: |
Las conductas agresivas entre humanos son moralmente aceptables. |
Detengámonos
primero en el argumento [10]. La verdad de su primera premisa parece ineludible
(tenemos colmillos). No obstante, la conclusión del argumento es rechazada por
un número importante de personas, usualmente caracterizadas por ser moralmente
reflexivas —personas que ciertamente no piensan que su postura moral respecto
del vegetarianismo se vea refutada por el razonamiento [10]. Estas personas
precisamente niegan que el hecho de que una cierta conducta tenga una base
genética sea suficiente para determinar su aceptabilidad moral (esto es,
rechazan la premisa 2 que [10] comparte con [9] y [11]). Al hacerlo,
reivindican la idea de que una de las funciones importantes de la moralidad es
delimitar las acciones y conductas consideradas como aceptables más allá de lo
que viene dado por nuestra constitución biológica; sostienen que si conductas irreflexivas
fuesen moralmente justificables simplemente porque de alguna manera conectan
con nuestros genes, o nuestros instintos, o cualquier otro aspecto de nuestra
naturaleza biológica, el sentido de la justificación moral se desdibujaría[1].
El
caso del argumento [11] profundiza la lección del anterior. Doy por hecho que
su forma es deductivamente válida, que su primera premisa es verdadera y que su
conclusión es falsa: es poco [31] controversial pensar que con
algunas contadas excepciones, como las situaciones que involucran la defensa
propia o la guerra justa, las conductas agresivas entre humanos son moralmente
impermisibles. Algunas personas sostienen que no existen tales excepciones, que
ninguna conducta agresiva es permisible. Como sea, lo que difícilmente
encontraremos es justificación para una postura que sostenga que todas las
conductas agresivas entre humanos son moralmente permisibles: en tal caso
hablar de moralidad carecería estrictamente de sentido. Lo anterior conlleva a
rechazar la segunda premisa del argumento bajo estudio.
Así
pues, la segunda premisa de las variantes [9], [10] y [11] del argumento de la
predisposición genética, según la cual es suficiente que una conducta humana
tenga una base genética para ser moralmente aceptable, amenaza con erradicar el
sentido de la moralidad, lo que basta para despojarla de credibilidad.
Adicionalmente, y de forma simétrica a como sucedió con el argumento contra natura, es sencillo establecer
que no sólo no es suficiente, sino que tampoco es necesario que una conducta
tenga una base genética para ser moralmente aceptable. Pues parece
evidentemente falso afirmar que todas las conductas que son moralmente
aceptables tienen una base genética. Basta con pensar en cualquier variedad de
conductas humanas complejas —practicar un deporte, componer música, estudiar
filosofía— cuya base genética probablemente sería fútil intentar establecer,
pero que ciertamente son moralmente permisibles.
En resumen:
el hecho de que un comportamiento o conducta tenga una base genética no es
condición ni suficiente ni necesaria para determinar su aceptabilidad moral.
Así como es insostenible argumentar que la homosexualidad es moralmente
inaceptable porque no es natural, es insostenible argumentar que la
homosexualidad es moralmente aceptable porque tiene una presunta base genética.
3. Libertad y responsabilidad
Si no son
buenos los argumentos contra natura y
de la predisposición genética, o por lo menos no las variantes que
contemplamos, ¿por qué pueden parecer convincentes? ¿Por qué son frecuentemente
propuestos y aceptados como si fueran conclusivos? En esta sección haré un
esfuerzo por identificar la fuente de la falacia, suponiendo que es común a
ambos argumentos.
Es plausible
pensar que lo que anima al argumento contra
natura es una idea como la siguiente: si un comportamiento no tiene bases
naturales, si no proviene en algún sentido de una característica biológica
intrínseca, entonces depende exclusivamente de factores culturales, que son
posiblemente corruptos o promotores de conductas viciosas, pero al mismo tiempo
contingentes y evitables, por lo que podemos ser culpados moralmente por
realizarlo. De manera similar, es plausible pensar que la idea que anima al
argumento de la predisposición genética es algo como: si un comportamiento
viene determinado por nuestra constitución biológica, entonces no podemos
evitarlo, no es el resultado de un defecto de carácter, ni podemos ser culpados
moralmente por realizarlo. Lo que respalda a ambas ideas es un principio moral
que podríamos postular de la siguiente manera:
(Lib) Un agente es moralmente responsable por una conducta si,
y sólo si, es libre de elegir su adopción.
El
principio (Lib)
parece apuntar en la dirección correcta; no es fácil encontrar contraejemplos
que categóricamente refuten ninguna de las dos direcciones del bicondicional mediante el cual se enuncia. Por otra parte,
hay que advertir que en el mejor de los casos (Lib) es únicamente una primera
aproximación al análisis de la relación entre libertad y responsabilidad moral,
pues, como se verá más adelante, para juzgar adecuadamente su aceptabilidad
habría que disponer de una teoría en la que se definan estrictamente ambas
nociones a la luz de una multiplicidad de casos y consideraciones que conduzcan
a establecer un equilibrio reflexivo. Sustentar una teoría así es una tarea que
rebasa por mucho las metas de este trabajo. En lo que sigue simplemente aceptaré
provisionalmente (Lib):
esto es, daré por cierto que (a), si un agente es libre [32] de elegir la
adopción de una conducta, entonces es moralmente responsable por ella; y (b),
si un agente es moralmente responsable por una conducta, entonces es libre de
elegir su adopción (o lo que es lógicamente equivalente, si un agente no es
libre de elegir la adopción de una conducta, no es moralmente responsable por
ella). Mi hipótesis es que el error que cometen quienes aceptan la conclusión
de los argumentos contra natura o de
la predisposición genética radica en trasladar erróneamente la plausibilidad
intuitiva de (Lib)
a la conclusión de cada uno de estos dos argumentos.
Para
ver lo anterior empezaré por formular una nueva versión del argumento contra natura en la cual (Lib) entra en
juego explícitamente.
[12] |
Premisa 1: |
La homosexualidad es una
conducta que no viene dada por naturaleza. |
|
Premisa 2: |
Si una conducta no viene
dada por naturaleza, entonces su adopción por un humano es una elección
libre. |
|
Premisa 3: |
Si un humano elige libremente la adopción de
una conducta, es moralmente responsable por ella. |
|
Conclusión: |
Los humanos homosexuales son moralmente responsables por la adopción
de su conducta sexual. |
La
premisa 3 de [12] es el sub-principio (Lib(a)), que por lo pronto estamos asumiendo como verdadero.
Sin embargo, la inclusión de dicha premisa no basta para que esta nueva versión
del argumento contra natura resulte
satisfactoria. En primer lugar, la premisa 1 de [12] es falsa —como se afirmó
anteriormente, comportamientos homosexuales han sido observados a través del
mundo animal no humano—, lo que ya es suficiente para rechazar el argumento en
su conjunto. Por su parte, la premisa 2 de [12] es un enunciado que reviste
gran complejidad filosófica: evaluar su verdad o falsedad no es una cuestión
empírica, sino algo que depende de un vasto entramado conceptual. En
particular, para evaluar la premisa 2 habría que establecer si la agencia o
libre elección puede ser comprometida o, como mínimo, condicionada por factores
sociales o culturales. A primera vista parecería que sí: hay un sinfín de
conductas que adquirimos a través de nuestra cultura cuya adopción parece
incorrecto describir como libre. Por ejemplo, hablar español evidentemente no
viene dado por naturaleza —no todos los humanos lo hacemos—, pero no diríamos
que quien aprende este idioma como su lengua materna lo hace libremente: es
algo que viene de la mano con la crianza en ciertas geografías y que para el
infante tiene un carácter cuasi inevitable. A esto podría responderse que hay
una diferencia fundamental, en cuanto a la libertad de adoptarlas concierne,
entre las conductas que se aprenden en la temprana infancia y las que se
adquieren en la vida adolescente y adulta. Pero incluso si se acepta esta
respuesta, restan dudas, por ejemplo, respecto de qué tan libre es la elección
adulta de una conducta cuya adopción es la norma en una cierta cultura. Si, por
ejemplo, todas las personas con las que he tenido contacto toda mi vida usan un
cierto tipo de vestido, ¿qué tan libre soy de ponerme uno distinto? En algún
sentido puedo hacerlo, pero también hay otro sentido claro según el cual
cambiar de forma de vestir —de ocurrírseme— implicaría costos personales y
sociales que por lo menos condicionarían mi elección. Me parece que en tal caso
no sería del todo inapropiado afirmar que no soy libre de elegir mis
vestiduras.
Dificultades
como las anteriores no sólo afectan a la premisa 2 de [12], sino que también
atañen a la premisa 3 (esto es, a Lib(a)). Por ejemplo, suele reconocerse jurídicamente que
factores sociales o culturales que no comprometen la libre elección de un
individuo pueden no obstante mitigar su responsabilidad legal. Si a una persona
le fue negada atención por los servicios de beneficencia pública, y bajo esas
circunstancias comete un delito, es factible que su responsabilidad legal sea
paliada y su pena reducida. Y aunque responsabilidad legal y responsabilidad
moral son nociones distintas, presentan paralelismos importantes. Si a la
persona en cuestión le fueron negadas sistemáticamente oportunidades para [33] insertarse
en la sociedad, ¿no llega un punto en el que empieza a ser apropiado decir que,
aunque la persona actúa libremente, no es moralmente responsable por sus actos
o conducta? Es a este tipo de problemas y dudas a lo que me refería más arriba
cuando anticipaba graves escollos para juzgar la aceptabilidad de (Lib). Pero no es
el lugar para profundizar sobre este asunto; para efectos presentes lo
importante es subrayar que quien proponga el argumento [12] tendría que
presentar una justificación independiente de su segunda premisa, y esta
justificación a su vez estaría relacionada con la aceptabilidad última de la
tercera premisa. Esta sería una tarea ardua, profunda; esclarecer y relacionar
las nociones de libertad y responsabilidad ha sido y es uno de los grandes
problemas de la filosofía, al lado del cual el establecer o refutar la
conclusión del argumento contra natura
se perfila como un corolario insignificante.
No terminan
ahí los problemas con [12]. Pues supongamos que se encontrara una lectura de su
premisa 1 que de alguna manera la hiciera verdadera, o se sustituyera esta
premisa por una variante verdadera que no afectara la validez formal del
argumento, y además supongamos que se desplegara una teoría de la libertad y la
responsabilidad que respaldara las premisas 2 y 3. Estaríamos entonces ante un
argumento válido y sólido, por tanto con conclusión verdadera. Sin embargo,
todo lo que afirma esta conclusión es que los humanos homosexuales son
moralmente responsables por su conducta sexual. ¿Quién niega esto? En cualquier
caso, lo que no se sigue como conclusión de [12] es que la conducta homosexual
entre humanos sea moralmente reprobable o inaceptable, que sea merecedora de
oprobio o sanción —pero justamente esto es lo que pretende concluir quien
defiende el argumento contra natura.
Si se quisiera llegar a esta conclusión, plena de carga valorativa, [12]
tendría que ser suplementado, por ejemplo, de la siguiente manera:
[13] |
Premisa 1: |
La homosexualidad es una
conducta que no viene dada por naturaleza. |
|
Premisa 2: |
Si una conducta no viene
dada por naturaleza, entonces su adopción por un humano es una elección
libre. |
|
Premisa 3: |
Si un humano elige libremente la adopción de
una conducta, es moralmente responsable por ella. |
|
Premisa 4: |
La conducta homosexual entre humanos es
moralmente inaceptable. |
|
Premisa 5: |
Si una conducta es
moralmente inaceptable entonces quienes son moralmente responsables por ella
son merecedores de oprobio o sanción. |
|
Conclusión: |
Los humanos homosexuales son merecedores de oprobio o sanción. |
Dígase
lo que se diga de la verdad de las premisas de [13], este argumento no puede
ser una enunciación adecuada del argumento contra
natura, por la sencilla razón de que en [13] aparece como premisa 4 lo que
el argumento original pretendía entregar como conclusión. En otras palabras,
para justificar o respaldar la premisa 4 de [13] habría primero que tener a la
mano lo que hemos estado buscando todo este tiempo: una versión convincente del
argumento contra natura. Presentar a
[13] como un planteamiento del argumento contra
natura es incurrir en una petición de principio.
Retomemos
ahora el argumento de la predisposición genética, formulando una versión que
involucre a (Lib),
con el objetivo de reflejar que también en este caso la plausibilidad de este
principio traslada una ilusoria legitimidad a la totalidad del argumento. Así pues,
[9] se transforma en:
[14] |
Premisa 1: |
Las conductas homosexuales
entre humanos tienen una base genética. |
|
Premisa 2: |
Si una conducta tiene una
base genética, entonces su adopción por un humano no es una elección libre. |
|
Premisa 3: |
Si un humano no es libre de
elegir la adopción de una conducta, no es moralmente responsable por ella. |
[34]
|
Conclusión: |
Los humanos homosexuales no son moralmente responsables por la
adopción de su conducta sexual. |
A diferencia de
la premisa 1 de [12] y [13], la premisa 1 de [14] es probablemente
empíricamente verdadera. La premisa 3, por su parte, es el sub-principio (Lib(b)), cuya verdad estamos concediendo. Las dificultades se
centran en la premisa 2. De manera similar a lo que sucede con la premisa 2 de
[12] y [13], la premisa 2 de [14] sólo podría afirmarse con el respaldo de una
teoría comprensiva de la libertad y de la responsabilidad que no figura por
ninguna parte en un planteamiento simplista del argumento de la predisposición
genética. Sin contar con el beneficio de tal teoría, mi inclinación es rechazar
la premisa 2 como falsa, pues parece ser culpable de generar conclusiones
inaceptables. Para verlo podemos modificar [14] empleando una variante ya
introducida en el argumento [11]:
[15] |
Premisa 1: |
Las conductas agresivas
entre humanos tienen una base genética. |
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Premisa 2: |
Si una conducta tiene una
base genética, entonces su adopción por un humano no es una elección libre. |
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Premisa 3: |
Si un humano no es libre de
elegir la adopción de una conducta, no es moralmente responsable por ella. |
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Conclusión: |
Los humanos no son moralmente responsables por la adopción de
conductas agresivas. |
Puesto
que la conclusión de [15], que es formalmente válido, es aberrante, tiene que
haber un problema con una o varias de sus premisas. La principal sospechosa es
la premisa 2, aunque es posible que, a la luz de un análisis más profundo,
tambalee también la premisa 3, y con ella el principio general (Lib).
De esta
manera, contrario a lo que podría esperarse, la aceptación del aparentemente
atractivo principio (Lib)
está lejos de traducirse en la admisibilidad de las conclusiones de nuevas
versiones de los argumentos contra natura
y de la predisposición genética. Por supuesto, no tengo manera de demostrar que
la aceptación tácita de (Lib)
sea la razón primordial por la cual se refrenden frecuentemente esos
argumentos. Lo que he intentado es encontrar una explicación plausible de por
qué estos argumentos parecen buenos, a pesar de que a lo largo del trabajo
hayan sido consistentemente evaluados como inconvincentes indistintamente de
cómo los interpretemos. Reconozco, no obstante, que esta explicación es sólo
una entre muchas posibles.
4. Naturaleza y cultura
La dicotomía
naturaleza/cultura tiene una larga y complicada historia. Aun al interior del
pensamiento griego, donde esta distinción se origina en Occidente, los contextos
en los cuales fue desplegada son diversos, al igual que los propósitos
argumentativos de quienes se sirvieron de ella (Solmsen,
1951). Por ejemplo, mientras que el poeta lírico Píndaro sugiere que el valor
de una persona recae en última instancia en su naturaleza, tanto el historiador
Heródoto como el médico Hipócrates sostienen que los
grandes logros de los griegos, en especial su victoria militar sobre los
persas, son atribuibles a su sistema educativo, su constitución y sus leyes: a
su cultura.
También
en la tragedia clásica, en donde figura prominentemente, la dicotomía
naturaleza/cultura es empleada de maneras muy distintas. En el Filoctetes de
Sófocles, el artero Odiseo convence a Neoptólemo de
engañar a Filoctetes para llevarlo a luchar en Troya
y así obtener una ventaja en la guerra, pero la acción dramática lleva a Neoptólemo a rectificar el curso y actuar de acuerdo con su
verdadera naturaleza, por lo que es recompensado por los dioses. En contraste
profundo, en Las bacantes de
Eurípides, el joven rey Penteo es salvajemente
destruido por Dionisio por buscar impedir que las mujeres realizaran rituales
en honor suyo; en la visión de Eurípides, las fuerzas de la naturaleza no
reconocen los intereses humanos ni respetan sus leyes, y pueden superar a ambos
sin reparo alguno. Como último ejemplo recordemos que, en [35] la filosofía
helenística, en particular en el estoicismo, la antinomia entre physis y nomos es finalmente resuelta con la introducción de la idea de que
la naturaleza en sí es racional, y que el objetivo de la vida humana —la
felicidad— se obtiene mediante el conocimiento de la naturaleza y el
ordenamiento de la vida de acuerdo con dicho conocimiento, en donde ambos
procesos son mediados por la cultura.
En
el pasado reciente la utilidad de la distinción naturaleza/cultura ha sido
seriamente cuestionada. Mencionaré dos casos muy distintos. Sherry Ortner (1974) argumenta, desde la antropología, que la
subordinación de la mujer al hombre, observada uniformemente a través de las
culturas (aun teniendo en cuenta las sociedades matrilineales), puede
explicarse por la asociación de lo femenino a lo natural, que a su vez es visto
como inferior a lo característicamente humano, que es la cultura. Dicho de otra
manera, Ortner sostiene que la distinción
naturaleza/cultura ha servido y sirve para sustentar estructuras de subyugación[2]. Por otra
parte, la definición aristotélica de lo natural como aquello cuyo origen causal
excluye la intencionalidad humana se ve seriamente cuestionada por avances recientes
en la bioingeniería (Preston, 2008). Pues es actualmente posible construir
genomas en el laboratorio y con ello generar organismos sintéticos, artefactos
bióticos que no surgen a través del proceso de selección natural, pero que
pueden insertarse en el ecosistema como cualquier otro ente vivo. ¿Organismos
de este tipo hacen parte de la naturaleza? Probablemente llegará el momento, si
no lo ha hecho todavía, en que esta pregunta carezca de sentido.
Con
las breves observaciones hechas en esta sección he buscado dar una muestra de
los muy diversos contextos y posturas en los cuales se ha invocado la
distinción entre naturaleza y cultura, así como señalar un par de maneras en
las cuales la distinción ha sido criticada, ya sea por su carga ideológica o
por la imposibilidad de trazar sus contornos de forma nítida. El propósito de
todo esto es intensificar la duda, fomentada por las secciones anteriores, de
que con base en esta trajinada distinción se puedan desarrollar razonamientos
con conclusiones morales firmes. Por atractivo que parezca, parece preferible
dejar de lado argumentaciones basadas en la distinción entre naturaleza y
cultura[3].
[36]
Bibliografía
Bagemihl, B. (1999). Biological Exuberance: Animal Homosexuality
and Natural Diversity. Nueva York: St. Martin’s Press.
Bailey, N. W. y Zuk, M. (2009). Same-sex sexual behavior and
evolution. Trends in Ecology and Evolution,
24, 439-446.
Ortner, S. B. (1974). Is female
to male as nature is to culture? En Woman,
Culture, and Society (pp. 6887). Stanford, CA: Stanford University Press.
Ortner, S. B. (1996). Making Gender: The Politics
and Erotics of Culture. Boston: Beacon
Press.
Preston, C. J. (2008). Synthetic
biology: Drawing a line in Darwin’s sand. Environmental
Values, 17, 23-39.
Solmsen, F.
(1951).
Review of “Nomos und Physis.
Herkunft
und Bedeutung einer Antithese im Griechischen
Denken”. The
American Journal of Philology, 72(2), 191-195.
[1] Nótese que con lo dicho no se establece que el
carnivorismo practicado por humanos sea moralmente
inaceptable: para esto se requeriría presentar argumentos adicionales, cuyos
méritos tendrían que ser evaluados independientemente de [10].
[2] En Ortner (1996) la
autora refina su tesis original, argumentando que la casi universal dominación
masculina no es tanto explicable sino más bien entendible como el resultado de
una compleja interacción de “disposiciones funcionales, dinámicas de poder, y
factores corporales” que tienden a asociar lo natural con lo femenino, teniendo
en cuenta, sin embargo, que estos dos términos admiten diversos significados
que además varían a través de las culturas.
[3] Una versión anterior de este escrito fue
presentada en el coloquio Mirar al mundo
a través de la filosofía, organizado por los estudiantes de Licenciatura en
Filosofía de la Universidad Michoacana. Agradezco la invitación a participar en
ese evento, y a Anna Popovitch por sus valiosas
aportaciones al texto.