Emotividad en Aristóteles.
Un cariz protréptico en su
argumentación filosófica
Emotionality in Aristotle.
A protreptic look in his philosophical argument
Rómulo
Ramírez Daza y García
dr.romulo.cph@gmail.com
Universidad
Panamericana
Campus
Guadalajara
Guadalajara, México
Fecha de recepción: 15-10-15
Fecha de aceptación: 06-01-16
Ramírez Daza y
García, R. (2016). Emotividad en Aristóteles. Un cariz protréptico
en su argumentación filosófica.
Quadripartita
Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 1(1), 109-117. ISSN: 2448-6485
[109]
Resumen: La emoción en Aristóteles es un tema del que
poco se habla. Su inclusión en su obra es de índole exhortativa hacia la vida
virtuosa, sobre todo hacia las virtudes intelectuales. La emotividad teorética
es producto de la razón, que mueve las altas pasiones del ser humano por el
deseo de saber, y lo hace ser un amante de la verdad. El trasfondo que aparece
detrás de todo ello es de naturaleza metafísica y ética, porque acaba
posibilitando la vida del sabio en cuanto poseedor de la felicidad.
Palabras clave: Aristóteles, emoción, saber, filosofía, modo
de vida.
Abstract: Emotion in Aristotle is a subject that is rarely discussed. It is included in his work in order to exhort to live a virtuous life, especially in terms of intellectual virtues. Theoretical emotionality is due to reason, which inspires deep passions in mankind towards the desire of knowing, and makes people lovers of truth. The framework in which all of this appears is of a metaphysical and ethical kind, for it enables to live wisely once happiness in acquired.
Keywords: Aristotle, emotion, knowledge, philosophy, way of life.
[110]
Los argumentos verdaderos son de gran utilidad no sólo para el conocimiento,
sino también para la vida, porque, como están en armonía con los hechos, se les
da crédito, y así mueven a quienes los comprenden a vivir de acuerdo con ellos.
Aristóteles, EN, X 1, 1172b 4-7
La emotividad
en Aristóteles se halla en toda su obra, unas veces más oculta que otras y en
más de un sentido según su contexto y finalidad, pero sin duda se ve manifiesta
y definitivamente en uno de sus modos, que Aristóteles privilegia, por
considerar de la mayor elevación posible. Nos referimos a la presencia en
términos de la emoción que a éste le produce el conocer y el investigar, tanto
como acto, como modo de vida o hábito. Dado que “las tendencias internas de las
ideas propias de un filósofo son en sí mismas producto de la filosofía
existente y del impacto sobre ella de su propia personalidad y disposición
mental” (Guthrie,
1993: 102), la frecuencia de dicha emoción en él es considerable y hemos de
acercarnos para verla operar y constatarla en su justo valor.
Si
por emotividad entendemos todo tipo de sentimiento, considerando únicamente la
potencia de la afectividad como facultad anímica, podríamos decir muy poco
respecto de su persona, debido a la carencia de datos que tenemos salvo en su Testamento, en el que están patentes sus
nobles sentimientos para con sus familiares y amigos (Diógenes Laercio, 2008: V)[1]. Esto nos
hace plantearnos a la persona de Aristóteles no sólo como un teorizador a secas
—tal como venía viéndolo la tradición hasta principios del siglo XX, salvo
algunas excepciones—[2] sino como un
individuo completo, motivado, sensible y con esfuerzo tenaz en vista a sus
ideales particulares, sin la violencia autoejercida
tal como los modernos racionalistas lo hicieron consigo mismos.
Por
ahora no tengo todos los elementos para formar una visión completa en este
esquema, pero al menos apunto hacia ella por la relevancia que tiene como motor
para la vida teórica del filósofo. Nos centraremos por vía de espiral en la
emotividad teorética propia del filósofo, pero primero veamos rápidamente, a
modo de deslinde, por qué Aristóteles huye de otro tipo de emociones que más
bien son producto exclusivo de las pasiones y nos pueden llevar a una vida
incontinente. Entiéndase aquí “emoción” como sinónimo de “pasión” (πάθη). Quedarán
despejadas
Esquema 1
Estructuras no racionales del actuar
humano |
||
7. Pasiones (emociones) πάθη |
8. Apetitos (deseos) ὀρέξεις |
9. Placer / dolor ἡδονή / πόνος |
Involuntarias (pero controlables) |
Involuntarios (naturales-animales) |
Involuntarios (naturales-corporales) |
|
Voluntarios (estéticos) |
Voluntarios (provocados) |
[111]
muchas dudas terminológicas
si nos apegamos al Esquema 1, en donde se verán las francas diferencias
respecto de estas ideas, que no son sino la conceptualización de estructuras
antropológicas subyacentes.
En este primer esquema tenemos las estructuras no racionales del actuar humano. Son de tres tipos: pasiones, apetitos y el mecanismo placer-dolor, aunado a las necesidades básicas animales. Los tres (πάθη, ὄρεξις y ἡδονή-πόνος) son involuntarios, y sólo los segundos pueden ser a su vez voluntarios: nos referimos a los apetitos estéticos y a los placeres y dolores provocados. Empero, estas estructuras entitativas son no-racionales. Sin embargo, estas mismas tienen su contraparte en las estructuras racionales que nos complementan espiritualmente más allá de la animalidad. Tenemos entonces el siguiente esquema:
Esquema 2
Estructuras racionales del actuar
humano |
||
10. Actos ἔργα |
11. Hábitos ἔξις / ἔθος |
12. Bien ἀγαθόν |
Voluntarios (son de tipo
moral) |
Voluntarios |
Involuntario (dado por la naturaleza) |
Y a la vez pueden ser… |
||
Involuntarios (son reflejos, y en este
caso no son racionales) |
Buenos: llevan a la virtud (ἀρετή) Malos: llevan al vicio (κακία) |
Voluntario (querido por sí,
dada la recta razón) |
Podemos observar en este segundo
esquema que la razón incide determinantemente en
estas estructuras; no obstante, cuando puede hablarse de algunos actos reflejos
propios de la fisiología humana –o como Aristóteles diría, propios de la física
del individuo– mayoritariamente son de orden voluntario por la naturaleza.
Ahora bien,
tanto en unas como en otras, racionales y no-racionales, la ética es la pieza
clave del ordenamiento de estas estructuras, porque si bien pueden manejarse al
azar y circunstancialmente, no conviene de manera alguna que así sea. Eso no
resultará necesariamente en una vida buena. Es por eso que se requiere asentar
estas estructuras en sus potencias correspondientes, para acabar fundamentando
el modelo ético en una visión teleológica de lo real. Así tenemos en un tercer
esquema, las potencias y causas que hacen posible —en la composición que
constituye al hombre— el encuadre de las estructuras precedentes:
Esquema 3
Estructuras antropológicas
determinantes del actuar según Aristóteles |
||
1. Inclinación natural al bien |
|
Teleología causal (αἰτίαι). |
2. Libertad |
ἐλευθερία |
Arbitrio humano como
estructura moral y ontológica. |
3. Inteligencia |
νοῦς |
Entendimiento como facultad
superior del alma (ψυχή). |
4. Voluntad |
Θυμός |
Voluntad como facultad
superior del alma. |
5. Sensibilidad |
αἰσθητήριον |
Facultad de contacto con el
exterior por aferencia. |
6. Carácter |
ἦθος |
Carácter, mane- ra de ser, índole,
temperamento, moralidad. |
Este
tercer esquema muestra las potencias y estructuras que soportan los actos, los
hábitos, las pasiones y los apetitos. Pues sin sensibilidad, sin libertad, sin
voluntad y sin entendimiento no sería posible asentar metafísicamente dichas
operaciones correlativas a sus potencias. A su vez, dicha correlación es de
índole reticular porque permite dar unidad y lógica de continuidad a la esencia
humana en su esquema teleológico-causal, como ya antes decíamos.
Con
todo esto tenemos la base de la actividad ética, aunque tendríamos que
considerar que el esquema
[112]
Esquema 4
Principios de la razón práctica |
|
13. Criterio prudencial (φρόνησις) |
Ejercicio de lo más conveniente
según el caso (previamente reflexionado). |
14. Autoridad |
Aprobación interior de cara
a una acción. |
15. Consentimiento |
Aprobación interior de cara
a una acción. |
16. Deliberación / Elección βουλή /προαίρεσις |
1)
Consideración de las circunstancias
y opciones previas a la determinación de la acción. 2)
Corte de la rotación mental
de posibilidades. |
17. Justo medio μέσον |
Se refiere a la aplicación
virtuosa de la acción, que se basa en una media bien delimitada para la consecución
del bien. |
es un poco más complicado que esto, pues faltaría añadir
lo que se podría llamar “principios de la razón práctica”, siempre cabildeados
por la φρόνησις. Tendríamos el siguiente y último
esquema aquí presentado, ya para tener completado el esquema
ético-antropológico que nos brinda el estagirita en sus obras.
Ahora
bien, ¿por qué hablar aquí de ética si el objeto de la exposición es la
emotividad? Porque en Aristóteles las pasiones deben ser refrenadas para no
caer en el pernicioso vicio de la incontinencia. Esto quiere decir que la
emotividad tiene que ser educada a favor de la realización propia del individuo
(εὐδαιμονία). Y la mejor manera de canalizar las pasiones es
justamente dirigiéndolas a objetos elevados, los propios de la más alta forma
de vida a la que puede aspirar el humano, a saber: el θεωρεῖν.
Es,
técnicamente hablando, el modo de vida teorético que Aristóteles refiere en
varios lugares de sus obras y la consciencia que tiene de ello mismo; es el θεωρεῖν como tal, el
primero de los tres tipos de actos posibles de operar por el humano: θεωρεῖν, πράξις y ποίησις[3]. Y es una
actividad plena que tiene su fin en ella misma, no sujeta a otro fin y que
lleva a la realización de la esencia humana en términos formales, a los
ejemplares que representan ese tipo de vida dentro de la πόλις. Los textos
en que esto se echa de ver principalmente son los escritos de juventud, en
particular: De la Filosofía, Protréptico y luego en la Metafísica y en la Ética Nicomaquea. Veamos la razón de esto más de cerca.
Si
enfocamos el asunto de la emotividad del θεωρεῖν desde su
génesis natural, tenemos que este quehacer se vierte en los actos reflexivos, contemplativos
y de alguna manera en la índole del pensador. Ahora bien, ésta, en el caso de
Aristóteles, es conocida a través de su escritura. Su escritura es un arte, y
el arte es principalmente para Aristóteles μίμησις (véase Poética, IV, 1448b 30) y lo es más en
la medida en que refleja mayormente la fidelidad de la naturaleza.
Y
es que en general la escritura como tal, incluida la escritura filosófica,
refleja de alguna manera la naturaleza espiritual del escritor, unas veces
mejor que otras y según los propósitos de los textos. Esto mismo pasa con
Aristóteles, con quien el rigor, la consabida metodicidad
y la claridad cada vez más esforzada —si no es que más cercana a sus fines— es
uno de los propósitos del autor. Se deja ver a su vez, empero, la emoción con
que postula ciertas tesis, tanto por la expresión como en el modo vehemente en
que argumenta. La fuerza de sus afirmaciones [113] llega a ser lapidaria y
solemne, y eso expresa una emoción contenida, pero finalmente emergente, en la
objetividad de sus contenidos.
Esto
ciertamente puede verse más en unos pasajes que en otros y en ciertas obras más
que en otras. De acuerdo con el método genético-evolutivo de Jaeger, tendría que verse ese sello en el Aristóteles de
“juventud” y cuantimás en el de “madurez”, tanto la
presencia (o la ausencia, en caso contrario) como el cambio de estos elementos
en su curso natural.
De los textos
de juventud en que se hace altamente patente este tema, tenemos sobre todo al Protréptico, que
a mi juicio es la obra más representativa para nuestro asunto. Me enfocaré en
la naturaleza de sus argumentos, sin dejar de poner algún ejemplo de otros
lugares. Por ejemplo, un argumento de los efectos del amor es descrito en un
fragmento sobreviviente de su diálogo perdido: el Erótico. En él, Aristóteles nos hace conscientes de que las
pasiones mal encauzadas nos arrastran a la perdición moral, haciendo con ello
una primera separación entre lo pasional y lo racional. Así, refiriéndose al
amor, nos dice:
[Argumento en
que se dice que la consecuencia última del amor es la destrucción de la mente].
El amor es un
impulso que se genera en el corazón, una vez generado, avanza y crece y,
posteriormente, madura. Cuando ha madurado, se añaden a él las pasiones de la
sensualidad a la vez que el amante ve cómo aumentan en la profundidad de su
corazón la excitación y los deseos. Esto lo lleva a la concupiscencia y lo
impulsa a hacer requerimientos, hasta que lo conduce a un pesar angustioso, a
un continuo insomnio, a una pasión desconsolada y a la tristeza y la
destrucción de su mente[4].
En este
argumento parece haber un rechazo de Aristóteles a los elementos pasionales en
tanto efectos amatorios por parte del sabio, porque es propio del sabio ordenar
y tener la parsimonia suficiente para pensar en razón de lo universal y de lo
variable, en su justo peso y medida, sin ser movido de las pasiones hasta el
terreno de la incontinencia (ἀκρασία). Esto sería
contrario a la tesis que aquí defendemos, pero es posible salir de la paradoja
mediante una vía de purificación. Sin embargo, vemos que en algún sentido las
pasiones y su irremediable aparición pueden ser dirigidas positivamente a la
investigación del filósofo[5]. Por
ejemplo, cuando Aristóteles habla en Metafísica
(I, 2) de la naturaleza de la sabiduría —o ciencia que se busca a sí misma, por
ser la más elevada entre todas— podemos ver que en la exposición su tono
pasional se va elevando gradualmente in
crescendo al maravillarse de sus altos objetos. Un fragmento de esta
argumentación dice como sigue, comenzando en un tono lineal[6]:
Y, puesto que
buscamos esta Ciencia, lo que deberíamos indagar es de qué causas y principios
es ciencia la Sabiduría (…) [Más adelante va mostrando la superioridad
prioritaria que esta investigación tiene sobre todas las demás]. Tales son, por
su calidad y su número, las ideas que tenemos acerca de la Sabiduría y de los
sabios. Y de éstas, el saberlo todo pertenece necesariamente al que posee
necesariamente la Ciencia universal (pues éste —el sabio— conoce de algún modo
todo) (…). [Luego remonta el tono emotivo] Y es la más digna de mandar entre
las ciencias, y superior a la subordinada, la que conoce el fin por el que debe
hacerse cada cosa. Y este fin es el bien de cada una, y, en definitiva, el bien
supremo en la naturaleza toda [Y llega a un punto altamente patético, cuando
dice:] (…) consideramos a ésta como la única ciencia libre. Pues ésta sola es
para sí misma. Por eso también su posesión podría ser considerada impropia del
hombre (…) ‘Sólo un dios podría tener tal privilegio’, aunque es indigno de un
varón no buscar la ciencia a él proporcionada… (Metafísica 982a 5, 19-23- 982b 4, 26 y ss.).
[114]
Estos
modos de argumentar con la presencia de las pasiones (πάθη), presentan,
al parecer, según creo, una especie de κάθαρσις en el
sentido de “una liberación característica de personas avanzadas, descargo
[virtuoso] de excitaciones emotivas (…) despertar liberador (…) que no se
convierte en fomento de pasiones sino en un medio de liberación” (Farré, 1949:
1449-50). Y es que, como hombre, ni el
mismo Aristóteles puede liberarse de sus emociones, por muy canalizadas que se
hallen en su persona, con dirección hacia el terreno racional. Pero justo es el
terreno racional lo que le emociona e incentiva como tal, por sí mismo, tanto a
canalizar sus pasiones como a generar deseos a favor de la investigación y el
conocimiento.
Ahora
bien, hay que reparar en que estos elementos emocionales guardan una fuerza
persuasiva dentro del conjunto de su argumentación y seguramente no fueron
plasmados intencionalmente para lograr ese fin, pero, de hecho, coadyuvan a una
retoricidad subrepticia dentro del conjunto de lo que
representa su argumentación y de facto
forman parte de ella. Es como una emoción continua al servicio de la verdad, o para
decirlo en pocas palabras, es una retórica de la objetividad que se rinde ante
la verdad.
La
complacencia del conocimiento intelectual para el sabio depende del
razonamiento heurístico y de las verdades que va obteniendo como resultado, y
para Aristóteles lo es más en la medida en que sus objetos son más altos. Por
eso “ciencia”, en el sentido de un conocimiento racional por causas, es un
quehacer emocionante para el sabio por la posibilidad que tiene de soportarse
en los principios últimos explicativos de la realidad del esquema
teleológico-causal, incardinado en el ente, y el primer motor como garante
óptimo del orden real. Ésta es la ciencia que no tiene otro fin que sí misma, y
la mejor. Es nada menos que la ciencia
primera o metafísica.
Además, también
la emoción del sabio está mezclada con la estructura de la realidad cuando, una
vez que la conoce, trata de ordenarse a ella de un modo coherente y prudencial.
Es precisamente la prudencia (φρόνησις), la
coherencia y correlación entre el pensamiento, la palabra proferida y la vida
lo que engalana la vida del sabio, del φρόνιμος, porque éste
manifiesta integridad. En ese sentido, la argumentación es entendida por
Aristóteles como una herramienta al servicio de la verdad. Y así dice en la Ética a Nicómaco (X 1, 1172b 4-7), y esta cita
es importantísima:
Los
argumentos verdaderos son de gran utilidad no sólo para el conocimiento, sino
también para la vida, porque, como están en armonía con los hechos, se les da
crédito, y así mueven a quienes los comprenden a vivir de acuerdo con ellos[7].
No
está por demás decir que ésta es una tesis largamente defendida por Pierre Hadot, en el entendido de que eso es exactamente la
filosofía antigua como tal. Es por eso que la argumentación filosófica debe
estar sólo al servicio de la verdad: ἀλήθεια θεωρετική y ἀλήθεια πρακτική. Ya Platón
decía en el Gorgias
que sólo cuando se tiene cogida la verdad viene luego el discurso y no al
revés, porque de lo contrario la dialéctica devendrá erística. Aristóteles en
varios pasajes de la Retórica afirma
que la verdad tiene mayor peso persuasivo que una argumentación carente de
ella, porque sólo las mentes inteligentes se rinden ante la verdad (los necios
o los incomprensivos no ceden ante el peso de las razones), y ésta tiene mayor
peso persuasivo que su contrario. La emoción hállase
aquí presente en la fuerza que impele al espíritu a buscar la verdad. Es lo que
etimológicamente se entiende por filosofía.
Éste
es uno de los elementos de la retórica de Aristóteles que la distingue de cualquier
otro uso que se le pueda dar, por ser ésta un arte de múltiples alcances y
maneras de configuración y aplicación. A su vez, ésta es la tesis exegética de
Arturo Ramírez Trejo sobre la Retórica
de Aristóteles (Ramírez Trejo, 2002). No es que la Retórica de Aristóteles sea una teoría de la verdad; esto nadie lo
podría afirmar, porque los estudios que el filósofo hace son neutros por cuanto
de una herramienta se trata, pero sí recomienda un uso prudencial y dirigido
hacia el servicio de la verdad, pues se trata de la retórica filosófica —tal
como Aristóteles la [115] entiende— a diferencia de otras retóricas, por
ejemplo, la de Isócrates.
Aparentemente,
Aristóteles no le da ninguna importancia al tema de las emociones por cuanto puedan
ellas condicionar los principios éticos; así, nos dice en la Ética a Nicómaco
(X 3, 1174a 4-8): “Hay muchas cosas por las que nos afanaríamos aun cuando no
nos trajeran placer alguno (…): recordar, saber, poseer virtudes. El que
necesariamente sigan placeres a estas cosas, nada importa, pues las elegiríamos
aunque de ellas no se originara placer”. Y esto refrenda tanto su alta
conciencia moral como su templanza, pero eso no quita el que, de suyo, estas cosas acompañen su pensamiento y
la materialización del mismo en su argumentación. Es por eso que acusamos la
presencia de la emotividad en sus argumentos.
Ya
en la Física refrenda el hecho de que
todo debe apuntar hacia un fin: “Si entonces, se afirma que las cosas son o
bien el resultado de la coincidencia o tienen un fin y éstas no pueden ser el
resultado de la coincidencia o de la espontaneidad, se sigue que deben tener un
fin”, y es por eso que las pasiones
tienen una vía catártica positiva (κάθαρσις) hacia la
emoción de la que goza el sabio en sus pesquisas. Éste es el camino que
Aristóteles nos marca para una emotividad bien encauzada.
Ahora
bien, esto es porque si el fin del hombre es ser sabio, de acuerdo con su
modelo ético, esto implica poner bajo el manto de la razón todas las potencias
humanas, tanto las compartidas como las propias. Esto supone la subsunción de
las emociones por mor de la racionalidad ya que, prudencialmente hablando, por
principio lo inferior está ordenado a lo superior y no viceversa. Así es, pues,
como todo está en función del entendimiento por ser lo mejor, tal como dice en
el Protréptico,
y la emotividad del sabio está ordenada hacia ello.
Ahora
bien, de esto se sigue —pienso— que la emotividad más fuerte en Aristóteles, al
menos como filósofo, es la simpatía que le produce el conocer y el
conocimiento, ya que la sabiduría es para él el don más grande y elevado de la
vida humana (tal como lo vimos en el pasaje de la Metafísica antes citado), por lo que no sería justo despreciarlo,
dice. Así, el placer que proporciona la comprensión (συλλογισμός) va de la
mano con la simpatía por el mismo (συμπάθεια). Y cuando
teoriza esto halla ocasión para decir esto más allá de los contenidos propios
de la metafísica.
En
la ética en concreto pone a la σοφία por encima
de todas las virtudes, incluso por encima de la ἐπιστήμη, del νοῦς, y de la φρόνησις[8]. Si
consideramos que ambos ámbitos de reflexión versan sobre lo eterno —el primero,
o sobre lo que no puede ser de otra
manera, y sobre lo variable o ἐνδεχόμενα el segundo— tenemos
pues el mismo fin en ambos dominios de explicación filosófica, lo que corrobora
el sentido teleológico y la coherencia vital que esto lleva consigo.
Otro
elemento que, además de reflejar, remata esa emotividad en su más alto grado es
su concepción de la εὐδαιμονία, que
consolida y corrobora [116] esta concepción intelectualista del sabio. En
efecto, “el intelectualismo aristotélico —dice
Luis Farré— no puede admitir un concepto dulzarrón,
sentimental y vacío. Es algo superior. Es virtud pedagógica, formativa del
hombre, a quien enlaza con los más íntimos y sublimes aspectos del ser mismo” (1949: 1451), pero que no por eso niega
la parte emotiva del hombre, de Aristóteles mismo, sino justamente asume y
canaliza todas las pasiones del sabio en ese ideal que es su propia causa
final, su propio hado asumido libérrimamente.
Ciertamente,
Aristóteles en la Ética a Nicómaco no sólo teoriza sobre la εὐδαιμονία en términos
generales, por eso dice (EN, V, 1129b
6-8): “Los hombres deben pedir que los bienes absolutos sean también bienes
para ellos, y escoger los que son bienes para ellos”, porque no toda persona
tiene potenciadas por igual las mismas facultades (y entre los imbéciles y los
más sabios considerados como extremos, hay una gama bastante variopinta de talentos).
Es
precisamente en esa medida como se infiere que la emotividad, de individuo a
individuo, podrá tener canalizaciones diversas y variadas. Aristóteles lo sabe
y él se aboca a la más alta. Así, la suya en particular es la del sabio, y por
eso presenta en su Ética una
exigencia de máximos (se esmera por ser entre los sabios uno de los más
reputados y de los más sabios, tal como indica en su taxonomía de Tópicos, I). Esto además tiene que ver
con el tema de la voluntad, pues “son mayores aquellas cosas que se quiere ser más bien que parecer —dice
Aristóteles—, pues se acercan más a la verdad; y por eso se dice que (…) es un
bien” (Ret. I 7, 1356b 5-7). Aquí
también vemos el asunto del querer de la voluntad, vinculado a la emotividad.
Así pues, a modo
de conclusión hemos de señalar que la emotividad en Aristóteles tiene al
parecer cuatro dimensiones: 1) una teórica (esto comprende los estudios sobre
ello; por ejemplo, el libro segundo de su Retórica
dedicado a las pasiones); 2) una vivencial o teorética —desprendida de una
teórico-práctica—, como lo muestra en la
Ética a Eudemo, en la Ética a Nicómaco y en la Política; 3) una argumental, que es la
que hallamos presente en algunos razonamientos que
impulsan ciertas ideas de orden vivencial, según vimos; y finalmente 4), una
dimensión catártica, por cuanto pone su orientación o canalización emocional al
servicio de la razón.
[117]
Bibliografía
Aristóteles. (1998). Metafísica. (Traducción de V. García Yebra, edición trilingüe). Madrid: Gredos.
Aristóteles. (1999). Poética. (Traducción de V. García Yebra, edición trilingüe) Madrid: Gredos.
Aristóteles. (1999). Retórica. (Traducción de A. Tovar).
Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Aristóteles. (2002). Ética a Nicómaco.
(Traducción de M. Araujo y J. Marías). Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales.
Aristóteles. (2002). Retórica. (Traducción de A. Ramírez
Trejo). México: UNAM.
Aristóteles. (2005). Fragmentos. (Traducción de A. Vallejo Campos).
Madrid: Gredos.
Aristóteles. (2005). Protréptico. (Versión de I. Düring,
traducción de B. Navarro). México: UNAM.
Aristóteles. (2006). Protréptico (Una exhortación a la filosofía).
(Traducción de C. Megino Rodríguez). Madrid: ABADA.
Düring, I. (2005).
“El Protréptico. Un panegírico a la vida del
espíritu”. En Aristóteles (2005). Protréptico. México: UNAM.
Farré, L. (1949).
“Los valores estéticos en la filosofía de Aristóteles”. En L. Farré. Actas del
primer congreso de filosofía (Mendoza, Argentina) (pp. 1445-1451). Buenos Aires: Universidad Nacional de Cuyo.
Guthrie, W. K. C.
(1993). “Introducción a Aristóteles”. En Historia
de la Filosofía Griega. Vol. VI
(Traducción de A. Medina González). Madrid: Gredos.
Jaeger, W. (1997).
“El protréptico”. En W. Jaeger.
Aristóteles (bases para la historia de su
desarrollo intelectual). (Traducción de J. Gaos).
México: Fondo de Cultura Económica.
Laercio, Diógenes
(2008). Vidas, Opiniones y Sentencias de
los Filósofos más ilustres. (Traducción de J. Ortiz y Sanz) Valladolid: Maxtor. (Facsímil de la edición de 1914, Librería de
Perlado, Páez y Ca. Madrid: Sucesores de Hernando).
Megino, C. (2006).
“Estudio Introductorio al Protréptico”. En
Aristóteles. Protréptico.
(Traducción de C. Megino Rodríguez). Madrid: ABADA.
Ramírez Trejo, A. (2002). “Introducción a la Retórica de Aristóteles”. En Aristóteles. Retórica (pp. VII-CXIII). México: UNAM.
[1] Del testamento ya nadie duda de su autenticidad. En una reciente biografía de Aristóteles, se ha dicho que es casi imposible saber con certeza apodíctica casi nada de su vida. Véase Natali (2013). Aristotle. His life and school. USA: Prince ton University Press.
2 Ésta es justamente la observación que Jaeger hace frente a la crítica para validar su método genético-evolutivo
(Jaeger, 1997). Y es que por siglos se le tuvo por un
escolástico, por un mero dialéctico, nada tan alejado de la realidad que nos
transmiten sus obras. El mismo Hegel en sus Lecciones
de Historia de la Filosofía acusa ese maltrato: “Quien haya estudiado a
fondo la obra de Aristóteles no puede menos de considerar que a ningún filósofo
se le ha hecho tanto daño, con tradiciones faltas de todo asomo de pensamiento
aglutinadas en torno a su filosofía y que aún hoy siguen en pleno auge, a pesar
de que durante tantos siglos fue el maestro de todos los filósofos (...) si la
filosofía se tomara verdaderamente en serio, no habría nada más digno que dar
un curso sobre Aristóteles, el filósofo que más merece estudiarse entre todos”
(1955). Guthrie dice: “lo encasillaron en una
concepción escolástica que no le cuadraba en absoluto” (1993: 103).
[3] Para Aristóteles hay tres niveles de
conocimiento, que debemos atender en todo momento: πᾶσα διάνοια ἤ πρακτικὴ ἤ ποιητικὴ ἤ θεωρητική;
“(…) de suerte que, (…) toda operación del entendimiento es práctica o factiva o especulativa” (Met. VI, I 1025b 25). Tres
niveles que se van armonizando, cada uno a la vez, respecto de los tipos de
método a utilizar. Cada uno depende directamente de sus objetos: el práctico, que
tiene su fin en sí mismo y cuyo fin queda realizado en la acción propia del
hombre (por ejemplo, el amistar, el amar, el ser virtuoso); el productivo, que
tiene su fin en otro y no en sí mismo (por ejemplo, el fabricar, el comerciar);
y finalmente, el teorético, que tiene su fin en el saber por el hecho de saber
y de contemplar (por ejemplo, el teorizar). Por eso dice nuestro filósofo que
“puesto que el saber es práctico, factivo y teórico [πρακτική, ποιητική, θεωρητική], la filosofía es teórica, la moral es
práctica y la retórica, factiva” (Ramírez Trejo, 2002: LXXXII, y nota 8).
(Véase 1026b 5; Tóp. VI 6, 145a
15-18; VIII 1, 157a 10-11)
[4] Erótico, frag. 4,
Al-Dailami, Cod. Tubinga Weisweiler 81. (Aristóteles,
2005).
[5] Para un estudio de las pasiones y caracteres que considera el propio
Aristóteles, véase Ret. II 1-14
(1999).
[6]En este argumento ponemos entre corchetes las
observaciones de los pasajes que tienen que ver con la emotividad de
Aristóteles, mismos que van señalando el sentido que tienen dentro del corazón
mismo del argumento.
[7] Texto usado de epígrafe en este mismo trabajo.
8 Véase el argumento de por qué el hombre no es
lo máximo en el cosmos universo y, por lo tanto, cómo la sabiduría es más alta
que la prudencia en EN
(VI 7, 1141a-1141b); es como sigue: “La sabiduría es el más perfecto de los
modos del saber [Tópico de la mayoría] (…) el sabio no sólo debe conocer la
procedencia de los principios, sino también toda su verdad. Por eso la
sabiduría es entendimiento y conocimiento racional (…) conocimiento estricto de
lo más elevado y estimable [Naturaleza de la σοφία]. De ahí,
entonces, que sería absurdo considerar a la política o a la prudencia como lo
máximo [jerarquización del saber]; el hombre no es lo más excelente en todo el
cosmos [Tesis]. Lo sano y lo bueno resulta distinto para hombres y peces
[argumento de Heráclito, fr. 61: El mar es el agua
más pura y más contaminada: para los peces es potable y saludable; para los
hombres, impotable y mortífera]. En cambio, lo blanco y lo apropiado son
siempre lo mismo (...) Lo sabio sería lo mismo, mientras que lo prudente sería
irregular [Distinción de saberes]. Sin embargo, consideramos prudente al que
sabe observar en cada caso lo que se refiere a sí mismo, siendo esto lo que lo
torna fiable; y por eso, incluso se dice que algunas bestias son prudentes,
porque demuestran una peculiar aptitud propia para prever a lo que pueden
enfrentarse (…)[Analogía]; es evidente que por encima
del hombre hay mucho que se observa en la naturaleza y, en ella, en los cuerpos
que forman el conjunto del cosmos (…). [Alcance del saber] Por eso de Anaxágoras y de Tales, y otros como ellos se dice que son
sabios y no prudentes, porque se advierte que ignoran su propia conveniencia y,
al mismo tiempo, se dice que saben todo lo relativo a lo más admirable, a lo
más arduo y lo más divino, que, sin embargo, les resulta inútil porque no
buscan ninguna ventaja humana estimable [Diferencia entre θεωρεῖν y πόιησις]”.