Argumentación y pragma-dialéctica:
Estudios en honor a Frans
van Eemeren
Reseña
José
Alfonso Lomelí Hernández
Universidad de Guadalajara
Departamento de Estudios en Educación
Guadalajara,
México
Lomelí Hernández, J. A. (2016). Argumentación y pragma-dialéctica: Estudios en honor a Frans
van Eemeren.
Quadripartita
Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 1(1), 165-169. ISSN: 2448-6485
[165]
Leal
Carretero, Fernando
(coordinador
y traductor). (2015) Argumentación y pragma-dialéctica:
Estudios en honor a Frans van Eemeren.
Guadalajara.
Editorial
Universitaria.
(650
pp.)
ISBN:
978-607-742-334-8
El libro es de obligada
lectura para una gran variedad de públicos. Aquellos que no dominan los temas
de argumentación, pero que están interesados en adentrarse a la materia, tienen
una oportunidad invaluable. Conocerán de primera mano la teoría más importante
sobre argumentación mientras son guiados por el traductor. Muchas de las notas
ayudan a clarificar los pasajes que pudieran ser oscuros, y otras tantas
explican los conceptos de carácter técnico.
Por otra parte, el público más
versado en argumentación también podrá gozar con la lectura. La selección de
artículos no sólo muestra la amplitud del programa de investigación pragma-dialéctico, sino que también recoge temas medulares
para cualquier estudioso de la argumentación: la relación entre lógica y
argumentación, el nexo de la razonabilidad con la efectividad y las siempre
polémicas falacias. Quizás igualmente provocador es escuchar las críticas que
los expertos hispanos tienen para la teoría pragma-dialéctica,
unas de ellas contribuyendo a mejorarla, otras señalando los límites de la
misma.
Por todo
esto, el libro será de interés para muchas personas sin importar si provienen
de disciplinas tan diversas como la filosofía o los estudios de la
comunicación.
[166]
El
libro se compone de dos partes. En la primera, se encuentran las obras de Frans van Eemeren (quien es el
principal creador de la pragma-dialéctica) y algunos
de sus colegas. En la segunda parte, se recogen las reflexiones que reconocidos
expertos hacen en torno a la pragma-dialéctica. A
continuación presento una descripción del contenido.
Parte uno
El primer capítulo es inédito.
Fue escrito expresamente para el libro y allí se narra la evolución que la
teoría pragma-dialéctica ha sufrido con el paso del
tiempo. Además, se pueden ver las motivaciones que dieron impulso a la teoría y
los elementos que se fueron incorporando para transformar el modelo idealizado
de discusión crítica en una
herramienta de análisis y evaluación de las prácticas argumentativas de la vida
real.
En el segundo capítulo, van Eemeren nos intenta explicar cuál es la relación entre la
lógica y la argumentación dentro de su teoría. Para sorpresa de nadie, la
lógica tiene un rol en la evaluación de argumentos. No obstante, de forma
creativa, el autor explica cómo es que la lógica puede ayudar en la búsqueda de
premisas implícitas. Se distingue entre el lógico
mínimo y el óptimo pragmático. El
primero sería la fórmula básica de “si... entonces”, con la que se garantiza la
validez, pero a partir de ésta se construye una premisa que esté en
concordancia con las reglas de la comunicación, consiguiendo así el óptimo pragmático.
El tercer capítulo será de
especial interés para aquellos que quieran conocer la pragma-dialéctica,
ya que allí se exponen las partes medulares de la teoría. Quien lea con
atención dicho capítulo terminará con una buena idea de qué es la pragma-dialéctica, cuáles son sus componentes y cómo
funciona.
El capítulo cuatro es para
aquellos que no sólo quieren conocer la teoría, sino que además buscan ser
capaces de ponerla en práctica. Los autores hacen un ejercicio de exposición
teórica combinándolo con un caso práctico. Si bien el caso práctico se
restringe únicamente a las dimensiones analíticas y evaluativas, es suficiente
para mostrar cuáles son las características representativas del enfoque pragma-dialéctico. Por otra parte, se ilustra la forma en
que algunos conceptos teóricos (por ejemplo, diferencia de opinión, etapas de
la discusión, etc.) sirven de guía al momento de analizar un texto para poder
ser evaluado posteriormente.
El capítulo cinco es el
discurso de despedida de van Eemeren con ocasión de
su jubilación en la Universidad de Ámsterdam. En él se aborda el tema de la
razonabilidad y el autor comienza exponiendo las posturas que tradicionalmente
se asumen en este tema: la razonabilidad geométrica y la razonabilidad
antropológica. Luego de explicar cada una de ellas, se distancia de ambas para
quedarse en un punto intermedio que se adscribe al racionalismo crítico de Karl
Popper y se denomina discusión crítica. Desde este concepto de razonabilidad, el autor
explica la forma en que se articula dentro de su teoría, tanto en la versión
estándar como en la versión extendida. El autor finaliza con una reflexión
acerca de cuál debería ser el papel de la razonabilidad en las sociedades
modernas.
El sexto capítulo es
particularmente ameno. Esto se debe a que nos encontramos con algo poco
frecuente entre los teóricos de la argumentación: especulación teórica puesta a
prueba empíricamente. Luego de explicar algunos conceptos de la teoría estándar
y su versión extendida, se ponen a prueba tres hipótesis, cuyo objetivo es
determinar la validez convencional de
las reglas para una discusión crítica.
Dicho sencillamente, se intenta probar si el concepto de razonabilidad de la pragma-dialéctica (que utiliza para evaluar las distintas
contribuciones argumentales) se corresponde con el criterio de razonabilidad de
las personas comunes y corrientes. ¿Cuáles fueron los resultados? Dejaré al
lector que tenga el gusto de averiguarlo por sí mismo.
El controvertido tema de las
falacias se encuentra en el séptimo capítulo. En mi opinión, el tratamiento que
la pragma-dialéctica dio a las falacias trajo consigo
una revolución en el tema. Históricamente, las falacias habían sido concebidas
como argumentos que parecen válidos, pero que realmente no lo son. Lo único que
hacía falta para identificar una falacia era “desenmascararla”. Esta concepción
terminó con Hamblin (1970) cuando mostró que [167]
las falacias no tienen nada que ver con la validez. Desde entonces, los
teóricos de la argumentación lidiaron por encontrar un criterio de demarcación
que pudiese distinguir los buenos argumentos de los malos. Los resultados
podrían calificarse de explicaciones ad
hoc para cada una de las falacias tradicionales. Esto fue así hasta la
llegada de la pragma-dialéctica. Con un solo criterio,
se pudo explicar por qué todas las falacias tradicionales eran malos
argumentos. Y más aún, también se pudo explicar por qué algunos argumentos que
tenían la estructura de una falacia parecían ser legítimos. Los pormenores de
este novedoso tratamiento se explican en el séptimo capítulo.
En el capítulo ocho se pone a
prueba la capacidad analítica de la pragma-dialéctica.
Van Eemeren utiliza su teoría para estudiar la forma
en que se argumenta dentro del terreno político. El concepto clave para llevar
a cabo este análisis es el de maniobrar
estratégico, que básicamente recoge los esfuerzos que un argumentador tiene
que hacer para guardar un equilibrio entre la eficacia y la razonabilidad. La
dificultad del análisis consiste en que cada contexto argumentativo específico
está regulado por ciertas peculiaridades que responden a las necesidades del
mismo. Es a dichas peculiaridades a las que el maniobrar estratégico tiene que ajustarse. De esta forma, el
equilibrio que debe haber entre la eficacia de un discurso y su razonabilidad
se ajusta dependiendo del contexto argumentativo al que pertenece. Como
consecuencia, lo que en un contexto argumentativo es adecuado puede ser
inadecuado en otro. Vistas con lentes pragma-dialécticos,
las discusiones políticas surgen con un nuevo matiz. ¿Cómo se resuelven las
diferencias de opinión en el contexto político? ¿Quiénes son los que pueden y —
más importante todavía— los que no pueden discutir? ¿Cuál es el papel de la
ciudadanía en el contexto argumentativo político? Este tipo de preguntas es el
que se manifiesta luego de la lectura del capítulo.
En el penúltimo capítulo se
discute el caso específico de la falacia conocida como ad hominem abusivo. Básicamente, se intenta responder a la
siguiente pregunta: si la evidencia empírica sugiere que las personas juzgamos
como muy irrazonable el uso de dicha falacia, ¿por qué pasa desapercibida la
mayoría de las veces en la vida cotidiana? En el análisis que dan los autores,
queda expuesta la capacidad explicativa de la pragma-dialéctica,
especialmente porque se puede comparar con el tratamiento que otros enfoques
teóricos dan al mismo problema. Para responder la pregunta, los autores tienen
que tomar en cuenta una estrategia argumentativa distinta: el cuestionamiento
legítimo a los argumentos de autoridad. Señalando las características que
tienen cada una de las estrategias argumentativas, se entiende por qué la
falacia pasa inadvertida en muchas ocasiones.
Finalmente,
en el décimo capítulo, van Eemeren pone las teorías
modernas de la argumentación en relación con sus contrapartes de la Antigüedad.
Sin embargo, no establece dicha relación de manera ortodoxa. La manera ortodoxa
sería declarar que las teorías modernas son las legítimas herederas de una
honorable tradición intelectual. Por el contrario, el autor las analiza como
objetos que estuviesen al mismo nivel. Vistas así, abismales diferencias surgen
entre unas teorías y otras. Procedimientos significativamente distintos,
conceptos que no son equiparables, contextos opuestos, etc. Pero entonces, ¿en
qué sentido se relacionan? La respuesta del autor es sencilla. Las teorías
modernas de la argumentación se relacionan con las antiguas porque ambas son
respuestas a una misma preocupación: la preocupación por ser razonables. De
esta forma, las teorías pueden analizarse como productos intelectuales, cuyas
virtudes y flaquezas dependen de cuán bien o mal cumplen su propósito. Así, los
teóricos modernos de la argumentación pueden aprender de la Antigüedad sin la
necesidad de visitar añejas momias de museo.
Parte dos
Por amor a la brevedad, no
procederé en la segunda parte del libro de la misma forma que lo hice en la
primera. En lugar de describir el contenido de cada capítulo, sólo describiré
dos de ellos. La selección de los capítulos no responde a la importancia que
pudieran tener, sino a la diversidad que en conjunto representan; es decir, mi
intención es dar una idea [168] de cuán diversas son las contribuciones de la
segunda parte del libro.
El capítulo once corresponde a
Lilian Bermejo-Luque. Su reflexión se dirige a una de
las partes más problemáticas de la argumentación en general: la evaluación de
los argumentos. Ella señala que ninguno de los criterios de evaluación de la pragma-dialéctica, ni la validez lógica ni el uso de los
esquemas argumentativos, son suficientes para determinar la fuerza
justificativa que tiene un argumento por sí mismo. Esto se debe a que ambos
criterios dependen, previo a la evaluación, de una
reconstrucción analítica que es indiferente a una teoría de la interpretación.
Esto conduce, afirma la autora, a que distintas reconstrucciones de un mismo
argumento puedan resultar en distintas evaluaciones. Siendo así, un mismo
argumento podría ser evaluado como bueno bajo un análisis, y malo bajo otro
distinto. La crítica de Bermejo-Luque es relevante porque apunta hacia uno de
los temas álgidos de la teoría pragma-dialéctica.
Ésta, como tal, es diáfana en el análisis y evaluación del proceso
argumentativo, pero umbría con respecto a los argumentos concretos. Al final del
capítulo, la autora expone su contribución teórica para mejorar la propuesta pragma-dialéctica. De esta forma, se puede decir que el
capítulo contiene una reflexión teórica pura y dura. Por lo que será de agrado
para aquellos que gozan de los revuelos abstractos.
En el capítulo diecinueve, por
el contrario, no se repara en ninguna disputa teórica, sino que se usa la pragma-dialéctica como herramienta de análisis y
evaluación. La frescura viene dada por el objeto de análisis: las cartas de
amor que Antonieta Rivas Mercado enviaba al ingrato amante. En este ejercicio
práctico se percibe con facilidad la omnipresencia del discurso argumentativo.
Las prácticas argumentativas están tan inmersas en el ser humano, que incluso
en los momentos más fervorosos, los argumentos se nos escapan de entre las
manos. Si bien la reconstrucción analítica de la autora se podría prestar a
discusión entre los estudiosos de la argumentación —¿cuándo
no?—, el ejercicio es sumamente interesante y placentero.
Hasta aquí llega mi descripción
del libro. A modo de conclusión, quisiera señalar tres puntos: 1) el homenaje,
que es el motivo principal del libro, sirve también para difundir una teoría
que entraña una búsqueda de razonabilidad, misma que a veces pareciera perdida
en el contexto que vivimos; 2) el libro, en tanto producto terminado, refleja
un arduo trabajo; quienes hayan leído las obras originales, sabrán que son de
difícil lectura —en muchos pasajes se podría decir que la versión en español es
mejor que la versión original—; 3) la argumentación no debería pensarse como un
objeto exclusivo de aquellos que estudian el lenguaje, sino que debería
interesar también a todos los que quieren dar y tener buenas razones, ya bien
sea para creer o para actuar.
[169]
Bibliografía
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