Acerca del discurso
figurado y su uso en las declamaciones
latinas sobre tiranos
On figurate speech and its application on Latin declamations about tyrants
Pablo Schwartz
pablosf@usp.br
Universidade de São Paulo
Sao Paulo, Brasil
Fecha de recepción: 16-10-17
Fecha de aceptación: 17-12-17
Schwartz, P. (2017).
Acerca del discurso figurado y su uso en las declamaciones latinas sobre
tiranos.
Quadripartita Ratio: Revista de Retórica y
Argumentación, 3(5), 49-59.
ISSN: 2448-6485
[49]
Resumen: La tiranía es un tópico frecuente en las colecciones
latinas de declamación. La idea de que las declamaciones sobre tiranos tienen
algo de irreal y ridículo es recurrente ya en textos antiguos que refieren a la
declamación. Sin embargo, a través de temas como estos la declamación afirma su
estatuto de ficción y se aproxima a los géneros poéticos. En este artículo me propongo analizar algunos
ejemplos de discurso figurado en declamaciones latinas que contienen referencias
a tiranos. A partir de estos ejemplos y
de comentarios de Quintiliano y de Séneca el Viejo sobre el uso de este
recurso, pretendo estudiar un aspecto de un debate frecuente en las escuelas de
retórica: el de las condiciones adecuadas para el uso del discurso figurado en
las declamaciones. Aunque en las declamaciones se busque el deleite del
público, el estudio de las controuersiae figuratae no debe considerarse ajeno a una teoría
“auténtica” del discurso figurado —véase Ascani
(2006: xxv y 82)—. Considero
que las condicionantes que rigen el uso de este recurso en los contextos
oratorios institucionales también son aplicables al ámbito ficcional de la
declamación. En efecto, la doble enunciación que caracteriza al género
declamatorio (el declamador habla ante el público de la escuela, y el personaje
que encarna se dirige, por ejemplo, a un rey) supone un verosímil que
trasciende la situación de enunciación inmediata del declamador.
Palabras clave: discurso figurado; tiranía; declamación; Quintiliano;
Séneca el Viejo.
Abstract: Tyranny
is a frequent topic in Latin collections of declamation. The idea that
declamations on tyrants are something unreal or ridiculous is recurrent even in
ancient texts that refer to declamation. However, it is through themes like
these that declamation affirms its status of fiction and approaches poetic
genres. In this paper I will analyze some examples of figurate speech in Latin
declamations that contain references to tyrants. By studying these examples and
the comments by Quintilian and Seneca the Elder on the use of such resource, I
intend to investigate an aspect of a frequent discussion in schools of
rhetoric: the conditions to use figurate speech in [50] declamations. Although declamations seek
the audience’s delight, the study of controuersiae figuratae should not
be considered alien to an “authentic” theory of figurate speech (Ascani, 2006: xxv and 82). In my opinion, the things that
condition the use of this resource in institutional contexts of oratory can
also be applied to the fictional realm of declamation. Indeed, the double
enunciation that characterizes declamation —the orator speaks before the school
audience and the character played by him addresses, for example, a king—
implies a kind of verisimilitude that goes beyond the orator’s situation of
immediate enunciation.
Keywords:
figurate speech; tyrants; declamation; Quintilian; Seneca the Elder.
1. Introducción: tiranos y
declamación
El propósito de este artículo es abordar algunas cuestiones sobre el uso
del discurso figurado u oblicuo en
la declamación latina, con especial atención a las declamaciones sobre tiranos.
En primer lugar, presentaré unas breves consideraciones sobre la popularidad de
las declamaciones sobre tiranos en la Antigüedad. Luego, me referiré a algunas
definiciones y usos del discurso figurado, para centrarme finalmente en el
análisis de este recurso en declamaciones que suponen de alguna manera la
presencia de un tirano.
La tiranía es un tópico frecuente en las colecciones
de declamación latina[1]. La idea de
que las declamaciones sobre tiranos tienen mucho de exótico, irreal e incluso
ridículo, es recurrente ya en textos antiguos que refieren a la declamación.
Los tiranos, junto con los piratas, constituyen los personajes más
característicos de un mundo visto como novelesco. A través de personajes como
estos, la declamación afirma su estatuto de ficción y se aproxima a los géneros
discursivos poéticos[2].
Veamos algunos ejemplos. Al comienzo del Satyricon de Petronio, Encolpio menciona a “los tiranos que
escriben edictos en los cuales ordenan que los hijos decapiten a sus padres” (Petr., Sat., 1.3)[3], el cual es
un ejemplo de la irrealidad alienante del sistema educativo retórico[4]. En el Dialogus de oratoribus de Tácito, Mesala
también fustiga en la declamación “una materia que rechaza la realidad” y el
primer ejemplo referido al respecto es el de las “recompensas a los
tiranicidas” (Tac., Dial., 35.4). En
Juvenal la crítica a los “crueles tiranos” en los ejercicios declamatorios
adquiere un tono claramente paródico. Si los tiranos son ejecutados por la
clase entera, en la tediosa repetición del ejercicio el rétor
aparece como la víctima. El mundo ficcional de la declamación y el espacio del
aula en que se produce, se mezclan, según el hábito del poeta satírico, sin
solución de continuidad:
¿Eres profesor de declamación? ¡Qué corazón de hierro
el de Vetio, cuando su clase nutrida liquida a los
crueles tiranos! Pues lo que acaba de leer sentado lo recitará de pie y
repetirá en los mismos términos la misma cantilena. Esta col tan repetida
asesina a los míseros maestros (Juv., Sat., 7.150-154)[5].
Se podría suponer que, al asumir el rol de tiranicida
o justificarlo, el joven declamador incorporaba o hacía propia la defensa de
valores republicanos tradicionales, caros a la sociedad romana, aun después de
asentado el principado[6]. Acusar a
la tiranía, aun imaginaria, sería una forma de defender y ensalzar la libertas
romana, usualmente bajo [51] amenaza en el principado. Pero no es esto lo que
el satírico describe. No es la persona
del tiranicida, encarnada en los sucesivos alumnos que declaman, sino la
repetición de un ritual mecánico: la muerte del tirano es representada casi sin
variaciones y sucesivamente por todos los alumnos. Así se mata al tirano, y de
paso, también al pobre profesor, obligado a soportar estos discursos, cantilena
reiterada, comida indigesta para el espíritu[7]. Este
pasaje entre niveles diferentes, en que quien escribe o representa una ficción
se integra de alguna forma a la acción descrita, es un procedimiento habitual
del poeta[8]. También en
las declamaciones son usuales estos entrecruzamientos, que surgen de la doble
enunciación característica de la declamación[9].
En el universo declamatorio la aparición de tiranos
presenta formas muy variadas. Desde la disputa por las recompensas a los
tiranicidas, hasta las relaciones de parentesco, que se oponen al interés
colectivo o que, por el contrario, a él se someten, renegando sorprendentemente
de los vínculos de sangre, todo puede ocurrir en las tramas de estas
declamaciones. Menciono a título de ejemplo algunos temas de declamaciones sobre
tiranos: el hombre que seduce a la mujer del tirano para tener la ocasión de
matarlo luego (Sen., Contr., 4.7); el padre que mata a
sus dos hijos, tiranos, y pide como recompensa que un tercer hijo sea exiliado
(Quint., Decl. min., 288);
el rico que pagó al pobre para que matase al tirano y disputa con este sobre
quién merece la recompensa (Quint., Decl. min., 345; 382).
En este mundo sorprendente, lleno de falsas
apariencias, todas las paradojas y las formas más diversas de la contradicción son
posibles. A partir de ello también son variadas las formas de argumentar.
Fingir o disimular la intención puede ser una estrategia persuasiva adecuada en
tales circunstancias. Una ley, mencionada en varias declamaciones, determina
que se corten las manos del hijo que haya golpeado a su padre (Quint., Decl. min., 358;
362; 372). Un tirano ordena a los dos hijos de un hombre que golpeen a su
padre. Uno no acepta y se lanza al vacío, mientras que el otro obedece al
tirano. Gracias a esto gana su amistad y posteriormente lo mata. Es acusado por
haber golpeado a su padre, pero es defendido por este (Sen.,
Contr.,
9.4). En la defensa, la acción del hijo se interpreta como fingida y parte de
un plan: fingió obedecer al tirano y golpear a su padre, pero con la finalidad
de obtener la confianza de aquel y poder matarlo. Así, una acción que a simple
vista parecería culpable y punible (golpear al propio padre) se convierte en
una estrategia para alcanzar un resultado heroico (matar al tirano).
2. Quintiliano y el discurso
figurado
En otros casos, las contradicciones y sutilezas exceden el terreno de la
acción y se instalan también en el propio discurso. Es oportuno entonces tratar
acerca del discurso figurado.
Con “discurso figurado” no pretendo referirme a
aquel que hace uso de figuras de retórica, sino a una serie de estrategias
discursivas, discutidas por rétores de la Antigüedad
bajo la denominación de ἐσχηματισμένος λόγος o σχῆμα (en
griego), figuratus sermo, oratio figurata o
simplemente figura (en latín). A pesar
de que el pequeño corpus de textos griegos y latinos sea bastante
diversificado, la mayor parte de las definiciones de discurso figurado
considera como característica determinante de este el ocultamiento de la
intención del hablante. Según una definición que Quintiliano atribuye a Zoilo,
discurso figurado es aquel en que se simula decir una cosa diferente de la que
se dice (Quint., Inst.
or., 9.1.14)[10].
[52]
Además de definir este recurso,
Quintiliano se preocupa por analizar las condiciones de uso tanto en los
contextos discursivos definidos por los géneros de la retórica, como en el
ámbito de la retórica escolar. Nos dice que se trata de un recurso, muy en boga
(Quint., Inst. or., 9.2.65)[11], por medio del
cual aspiramos a que se entienda algo que no llegamos a decir, pero que el
oyente debe descubrir por sí mismo. En palabras de Quintiliano:
Creo que es el momento para abordar un género [de
figura] que es el más utilizado y sobre el cual se esperan mucho mis consideraciones.
En dicho género queremos que se entienda algo que no hemos dicho, gracias a una
especie de sospecha, no algo absolutamente contrario, como en la ironía, sino
algo diferente, que está oculto y que debe ser como descubierto por el oyente (Quint., Inst. or., 9.2.65)[12].
Aunque Quintiliano se refiera
críticamente a la moda de decirlo todo por medio del discurso figurado[13], menciona tres
clases de circunstancias que justificarían su utilización. Se refiere, en
primer lugar, a situaciones discursivas en las que puede ser peligroso
expresarse de modo directo; luego, a las ocasiones en que esta actitud podría
revelar falta de tacto o de decoro, y, por último, al uso meramente ornamental
de este recurso, cuyo objetivo es producir el deleite por medio de la variación
y la novedad (Quint., Inst. or., 9.2.66)[14].
De estos tres usos apuntados, Quintiliano afirma que el
primero, cuyo objetivo es la seguridad de quien habla, es muy común en las
escuelas de retórica, a partir de las condiciones de enunciación postuladas por
los temas de algunas declamaciones. Estamos en el ámbito de lo que Quintiliano
llama controuersiae figuratae, es
decir, controversias en que la propia estructura del tema parece exigir el uso
del discurso figurado, dada la imposibilidad (derivada de una prohibición
legal) de expresarse de forma directa. Quintiliano ofrece dos ejemplos: el de
las condiciones postuladas por los tiranos de los ejercicios declamatorios para
abdicar del poder[15] y el de un
senadoconsulto que, después de una guerra civil, prohíbe que se haga referencia
a hechos anteriores que fueron amnistiados por ley (Quint.,
Inst. or.,
9.2.67)[16]. Se trata, en
uno y otro caso, del contexto discursivo impuesto por la propia ficción
declamatoria. La seguridad a la que se alude es la del personaje ficticio, en
general anónimo, que asume la voz discursiva en las declamaciones. Se busca que
la construcción del ethos
de ese personaje sea consistente con el contexto discursivo de la propia
declamación. Si nos dirigimos a un tirano en una declamación, debemos hacerlo
con la prudencia adecuada. De otra forma, el discurso no respetaría las
condiciones mínimas de oportunidad y de verosimilitud.
3. Usos y abusos el
discurso figurado
En este punto, el discurso figurado nos ofrece, según Quintiliano, la
posibilidad de ser francos sin correr riesgos. Como se sabe, Quintiliano
defiende que las declamaciones traten de asemejarse tanto como sea posible a la
práctica oratoria, de forma que, si las declamaciones deben imitar la realidad
del foro, las restricciones impuestas al declamador deben [53] ser semejantes a
las que sufre el orador forense en un tribunal de justicia (Quint.,
Inst. or.,
9.2.67)[17]. Quintiliano muestra tener plena
conciencia de que las situaciones discursivas —en la escuela de retórica y en
el foro— son diferentes, ya que el decorum exigido en el contexto declamatorio en que se habla
contra un tirano determina que el personaje evite los riesgos, sin dejar de
proferir de alguna forma su verdad ofensiva, lo que resultaría más complicado
en otros contextos discursivos[18]. Parece claro, a
partir de estos ejemplos, que Quintiliano coloca dentro de la órbita del
discurso figurado recursos diferentes. En la definición inicial, cuyo contexto
no es el de la retórica escolar, el orador manipula al destinatario del
discurso, para que este crea haber llegado por medios propios a una conclusión
a la que fue en realidad inducido. Ya en los ejemplos que atribuye al ámbito
retórico escolar, se trata de eludir una prohibición de expresión directa, por
medio de insinuaciones. En este caso la intención del declamador debe ser
advertida por el oyente.
Entre los ejemplos de uso de discurso figurado en
controversias[19], Quintiliano
dice que en algunos casos no sólo llegan a ser desagradables (asperas figuras) sino abiertamente
perjudiciales, contrarias a aquello que se pretende defender. Cita el siguiente
ejemplo:
Que el acusado de aspirar a la
tiranía sea torturado, para que indique sus cómplices: que el acusador solicite
(como recompensa) lo que quiera. Un hombre hizo condenar a su propio padre.
Solicita (como recompensa) que este no sea torturado: el padre se opone (Quint., Inst. or., 9.2.81)[20].
Al analizar esta declamación, Quintiliano
muestra la tendencia al discurso figurado entre los declamadores como una moda
difícil de resistir. Afirma que ninguno de los que al declamar asumía la parte
del padre logró contenerse (“nemo se tenuit”) de usar el discurso figurado contra el hijo,
sugiriendo que en la tortura el padre nombraría al hijo como cómplice (Quint., Inst. or., 9.2.82)[21]. Quintiliano
considera que se trata de una estrategia necia, porque si los jueces
entendieran la figura, optarían por que él no fuese torturado o, aunque lo
fuese, no le otorgarían credibilidad a su testimonio. Si la intención del padre
fuese esta, sugerir que el hijo era cómplice —concluye el rétor—,
habría que disimularla para que obtuviera éxito[22]. Destaca que
sería posible justificar la oposición del padre, es decir, la demanda para ser
torturado, por otros buenos motivos: por su deseo de que se mantenga la
aplicación de la ley; o porque no quiera deberle nada a su acusador; o porque,
en medio de la tortura pretenda demostrar que es inocente. Quintiliano afirma
que si tuviera que escoger, esta última sería la mejor línea de argumentación (Inst. or., 9.2.83).
No habría, pues, en este caso necesidad de introducir
el discurso figurado, alegando explícitamente una cosa cuando se pretende otra,
ya que se ofrecen buenas soluciones más simples y verosímiles. Lo que se aplica
al ejemplo anterior vale también para el caso extremo de las declamaciones en
que alguien demanda la propia muerte. Sería un error, afirma Quintiliano,
incluso en una declamación, pensar que alguien pide la propia muerte, cuando no
es esto lo que desea. Veamos el análisis de dicha situación y el ejemplo
propuesto para ilustrarla:
En esta clase de controversias se da el error
frecuente de pensar que algunos dicen una cosa y quieren otra diferente,
principalmente en los temas en que alguien pide que le sea permitido morir,
como en esta controversia: “Un hombre había dado muestras [54] de heroísmo en
una oportunidad y en otra guerra pidió ser liberado del servicio militar en
virtud de una ley que eximía a los quincuagenarios. Su hijo se opone; es
obligado a ir al combate y deserta. El hijo, que se destacara con acciones
heroicas en esa batalla, solicita (como recompensa) que se perdone la vida de
su padre. El padre se opone”. No es que quiera morir, dicen los declamadores,
sino tornar a su hijo objeto de odio (Quint., Inst. or., 9.2.85)[23].
Nuevamente Quintiliano rechaza el uso del
discurso figurado en esta controversia, afirmando que los declamadores parecen
tener tanto miedo como si fuesen ellos los que van a morir y no el personaje de
la declamación. Argumenta que olvidan, además, numerosos ejemplos de suicidio,
así como los motivos que un héroe y desertor puede tener para morir, pues en
última instancia sería absurdo que alguien que quiere continuar viviendo
pidiese la propia muerte (Quint., Inst. or.,
9.2.86-87). Al identificarse de forma indebida con sus personajes, los
declamadores confunden niveles que deberían permanecer separados[24]. Si el contexto
de la declamación remite a un ambiente heroico, la opción por la propia muerte
es altamente verosímil.
Sin embargo, es posible que en algunas situaciones la
demanda por parte del héroe de la propia muerte sea interpretada como un caso
de discurso figurado, en que lo que se pretende es diferente de lo que se dice
explícitamente. Me refiero a una de las Declamationes minores[25], que presenta a
un héroe que dice querer ser entregado a un enemigo para ser sacrificado. El
tema de la declamación es presentado del siguiente modo:
El tiranicida que quiere ser entregado: Había tiranos
en dos ciudades vecinas. Como alguien matara al tirano en una de ellas, el
tirano de la ciudad vecina pidió que se lo entregaran y amenazó con declarar la
guerra si no lo hacían. El mismo (tiranicida) hace una propuesta para ser
entregado (Decl. min., 253)[26].
En otro trabajo (Schwartz,
2016: 275-277) analizo más detenidamente aspectos de este texto, que me parece
uno de los raros ejemplos de discurso figurado que abarca toda una declamación.
El objetivo parece contrario a aquello que declara la letra del ejercicio. El
héroe que propone su propio sacrificio para salvar a la ciudad, que acaba de
librar de una tiranía, más allá de las apariencias de heroísmo desinteresado,
parece colocar a la ciudad ante una situación inadmisible: condenar
cobardemente al héroe que la ha rescatado de la tiranía. De esta forma la serie
de argumentos presentados por el personaje para justificar su sacrificio no
dejan de mostrar la responsabilidad colectiva, ante una situación como la que
se presenta[27]. Si después de
librarse de una tiranía, gracias al tiranicida, aceptasen la propuesta de este
y lo sacrificasen al tirano vecino, revelarían que no son dignos de la libertad
conquistada, actuarían de modo cobarde y desagradecido ante quien ha arriesgado
ya su vida por ellos. Reprocharles su anterior cobardía, como prueba de que no
se rebelarán ante el tirano extranjero, aparece como un camino indirecto para
despertar su orgullo e impulsarlos a la acción. Dice el tiranicida que pide
para ser sacrificado:
Si la ciudad tuviera tantas fuerzas como para
emprender una guerra y quebrar el ímpetu del tirano, no hubiésemos sido
esclavos por tanto tiempo, no hubiera sido un único hombre el que mató al [55] más cruel de los
tiranos, gracias a una estratagema (Quint., Decl. min., 253.3)[28].
Volvamos ahora al análisis de Quintiliano. A pesar de
sus críticas al uso innecesario del discurso figurado, cuando este responde a
una simple moda o a una pretensión vana de demostrar habilidad oratoria,
escogiendo un camino aparentemente más difícil (Quint.,
Decl. min., 253.19), cita ejemplos de
controversias en que la necesidad del discurso figurado se impone, a partir de
las especificaciones delimitadas por el propio tema. Quintiliano ofrece un
ejemplo y su justificación:
Sin embargo, no niego que haya controversias
figuradas, como es esta: “Un acusado de parricidio que había matado a su
hermano parecía que habría de ser condenado: su padre da testimonio a su favor,
diciendo que él había actuado obedeciendo sus órdenes; una vez absuelto lo
deshereda” (Quint., Inst. or., 9.2.88)[29].
En efecto, parece claro que el padre
quiere salvar a su hijo de la pena capital, pero no lo considera libre de
culpa. No puede pronunciarse directamente contra él, porque ha dado testimonio
eximiendo al hijo de responsabilidad en el crimen, y si dijera algo al respecto
entraría en contradicción (Quint., Inst. or.,
9.2.88)[30]. El acto de
desheredarlo aparece como un discurso figurado, una forma de insinuar que el
hijo era, a pesar de todo, culpable. El declamador que asuma la defensa de la
posición del padre se ve, pues, en la difícil tarea de justificar la decisión,
sin explicitar la responsabilidad del hijo en la muerte de su hermano.
Si en esta controversia es el tema el que lleva a la
necesidad del discurso figurado, otras veces es la propia ley aludida en el
ejercicio (Quint., Inst. or., 9.2.67), la que impide la
expresión directa, obligando a recurrir a una forma de insinuación, que puede
ser fácilmente descubierta tanto por el destinatario ficcional del discurso
como por el público de la declamación. Así, en el breve extracto de una declamación
de Séneca el Viejo tenemos el siguiente ejemplo de un tirano, que se presenta
como candidato después de una amnistía:
Un tirano renunció al poder amparándose en una
amnistía según la cual quien le recriminara la tiranía sería castigado con la
muerte. Se presentó a una magistratura y otro candidato habló en contra de él (Sen., Contr., 5.8)[31].
Su discurso comienza de esta forma: “Como
candidato prometo que en el año que ejerza mi cargo ninguna mujer será violada,
nadie será asesinado, ningún templo saqueado” (Sen., Contr., 5.8)[32].
La prohibición de denunciar hechos del
pasado es respetada, pero mediante el procedimiento de prometer lo que no hará
el candidato pone de relieve, sin mencionarlo explícitamente, lo que su
oponente ha hecho cuando era tirano.
Quintiliano también recomienda este procedimiento de
la insinuación cuando, en un juicio real, no tenemos pruebas, pero queremos
atacar a nuestro adversario. En la medida en que no denunciamos explícitamente,
tampoco podemos ser rebatidos. El discurso figurado funciona como un arma que,
al no poder ser detectada, tampoco puede ser combatida. Veamos la forma en que
plantea esta estrategia:
Algunas cosas que no pueden probarse, es mejor que
sean diseminadas a través de una figura. Pues [56] a veces este dardo oculto queda
adherido, y, por el hecho mismo de que no aparece, no puede ser extraído; pero
si alguien dijera lo mismo abiertamente, sería posible la defensa y habría que
presentar pruebas (Quint., Inst. or., 9.2.75)[33].
La analogía con un proyectil invisible, y tanto más
actuante por el hecho de serlo, expresa el objetivo ideal de aquel que emplea
el discurso figurado: obtener un efecto en el público previsto para el
discurso, sin que la defensa sea posible, en la medida en que el ataque no es
explícito.
4. Discurso figurado en la
escuela y en otros contextos
Los riesgos de hacer uso del discurso figurado ante una persona poderosa
y ser descubierto son también objeto de reflexión por parte de los rétores. La primera suasoria de Séneca el Viejo ofrece un
ejemplo interesante del análisis de estrategias que incluyen el uso del
discurso figurado ante un rey o un tirano. En ella se nos presenta a Alejandro
Magno, que debe deliberar si surcar o no el Océano (Sen.,
Suas., 1)[34], visto entonces
como límite del mundo conocido. La idea de que el Océano impone un límite
natural a las posibilidades humanas se coloca como problema que debe enfrentar
un hombre que representa el poder humano en grado superlativo. Al pretender
atravesar el Océano, Alejandro violaría los límites naturales por atreverse a
una acción insensata, que supera las posibilidades humanas. Así, los
testimonios aportados por Séneca son unánimes en la tentativa de disuadir al
soberano.
En la visión del rétor Cestio Pío[35] la ambición
sobrehumana que revela el proyecto de atravesar el Océano denuncia las
características de un tirano[36]. Se trata
entonces de considerar cómo dirigirse a un personaje de esta condición. Las
reflexiones de Cestio en esta suasoria revelan
interesantes puntos de contacto con los comentarios de Quintiliano sobre el
discurso figurado y su uso en las escuelas de retórica. Me detendré en la diuisio[37] de la suasoria
propuesta por Cestio. Este destaca en primer lugar la
condición regia del personaje a quien se pretende aconsejar y ciertas
potenciales dificultades de ejercer la persuasión, que derivan de ello. Cestio discurre entonces sobre cómo debe aconsejarse a un
rey:
Decía Cestio que esta clase
de suasorias debía declamarse de forma diferente, ya que se trataba más de
adular que de persuadir. Que no había que expresar la propia opinión del mismo
modo en una ciudad libre que ante reyes, y que a estos, aun cuando se trate de
consejos que los beneficien, hay que persuadirlos de un modo que los deleite. [Agregó]
que aun entre los propios reyes había diferencias, que algunos toleraban menos
la verdad, y otros más. Es sabido que Alejandro se ubica entre los más
soberbios, con una vanidad que supera la medida de un espíritu mortal. Sin
entrar en otros argumentos, la propia suasoria demuestra su arrogancia: él no
cabe en un mundo que le pertenece. Por eso, decía [Cestio]
que no había que decirle nada al rey, a no ser con el mayor de los respetos,
para que no ocurriera lo mismo que le ocurrió a su preceptor, primo de
Aristóteles[38], a quien mató
por haber proferido un gracejo de inoportuna franqueza (Sen.,
Suas., 1.5)[39].
[57]
Desde el comienzo de la diuisio Cestio llama la atención sobre el carácter peculiar de una
suasoria en que se aconseja a un tirano. La observación es, en efecto,
pertinente, pues, a diferencia del contexto usual en el género deliberativo, en
que se trata de persuadir a iguales, aquí la condición social del oyente, muy
superior a la de quien pretende aconsejar, determina en buena medida las
características del discurso[40]. Al testimoniar
una herida de Alejandro, el imprudente preceptor, referido en la narrativa de Cestio Pío, se habría declarado sorprendido por el hecho de
que del rey, quien se jactaba de su naturaleza divina, manara sangre y no icor,
el fluido que corre por las venas de los dioses (Sen., Suas., 1.5)[41]. Cestio destaca que Alejandro vengó con su propia lanza esta
broma (Sen., Suas., 1.5)[42].
Al calificar la manifestación del
personaje como una broma (urbanitas),
el episodio analizado es explícitamente vinculado al campo semántico del humor.
La referencia previa en el mismo texto a un
gracejo de inoportuna franqueza (“sales intempestive
liberos”) como explicación o causa de que el rey lo
hubiera matado, confirma esta atribución[43].
El episodio se presenta como un ejemplo de las graves
consecuencias que se siguen al uso inapropiado de los recursos humorísticos. En
la continuación de la narrativa atribuida a Cestio se
citan otros dos ejemplos del potencial riesgo de estas bromas mal encubiertas.
En la primera de ellas se alude a una carta de Casio
a Cicerón, en que se habla de la necedad del joven Pompeyo, motivo de burlas
por parte de ambos (Sen., Suas.,
1.5)[44], y de la
posibilidad de que este vengase la ofensa con la espada (Sen.,
Suas., 1.5)[45]. Por ello Cestio recomienda prudencia en el uso de estos recursos
ante personajes poderosos. Cuando la intención oculta tras el elogio aparente
es descubierta, la víctima del discurso figurado puede vengarse de quienes se
burlaron de él, como habría ocurrido en un episodio en que los atenienses
hicieron uso de este procedimiento para denigrar al arrogante triunviro Marco
Antonio:
Ante cualquier rey hay que evitar bromas como
esta. Por eso añadía [Cestio] que ante Alejandro
convenía expresar la opinión, de modo que su espíritu se suavizase gracias a
una abundante adulación, sin dejar de conservar, sin embargo, cierta
moderación, de modo que pareciera veneración y no burla, y que no pasara lo que
les pasó a los atenienses, cuando sus lisonjas públicas no sólo fueron
descubiertas sino también castigadas (Sen., Suas., 1.6)[46].
A continuación, en el discurso atribuido
a Cestio, vertido como discurso indirecto, se narran
las peripecias de un peculiar embate discursivo entre el poderoso triunviro y
el pueblo anónimo de Atenas, que está obligado a rendirle homenajes a quien
considera un ridículo pedante. Tras elogios aparentes los atenienses ríen de la
arrogancia de Antonio, que pretendía ser llamado Liber[47], pero el triunviro descubre la ofensa oculta en el
aparente elogio y encuentra una forma de vengarse del insulto, [58] imponiendo
una pesada multa a los atenienses (Sen., Suas., 1.6-8).
En su análisis de las condiciones de uso
del discurso figurado, Quintiliano, que se muestra escéptico ante las
posibilidades de uso del recurso en la esfera judicial, admite, sin embargo,
que existe un tipo de situación semejante a la de hablar contra los tiranos en
la escuela: “Los asuntos reales nunca tuvieron hasta ahora tal necesidad de
silencio, sino otra, semejante a esta, pero mucho más difícil de realizar,
cuando se oponen [a nosotros] personajes poderosos, sin cuya crítica no puede
sostenerse la causa” (Quint., Inst. or., 9.2.68)[48].
La necesidad de moderación en el uso del recurso
atiende exactamente a la necesidad apuntada en el análisis de Cestio: que el empleo de la figura no sea evidente, para
que no se pierda su eficacia: “Por tal motivo esto debe hacerse con bastante
moderación y circunspección, ya que no importa de qué modo ofendes, y una
figura descubierta pierde aquello mismo que la convierte en figura” (Quint., Inst. or.,
9.2.69)[49].
Conclusiones
Bajo la denominación de “discurso figurado” y “figura” se reúnen
fenómenos de naturaleza diversa. En algunos casos se trata de ocultar la
intención ante el receptor del discurso, para que el trabajo de persuasión
ocurra inadvertidamente. En otros casos, se trata de eludir la inconveniencia
de una expresión directa y desagradable, por medio de una especie de rodeo, que
preserva al orador de una actitud que puede ser vista como inconveniente, sin
evitar que su intención discursiva sea descubierta. Finalmente, y especialmente
en los contextos declamatorios, el uso del discurso figurado puede asemejarse a
un tour de force,
en que el declamador hace gala de su habilidad oratoria optando por una forma
indirecta de persuadir, aparentemente más difícil (Desbordes, 1993: 81).
A pesar de esta posibilidad de un uso
meramente ornamental, virtuosista o gratuito del
discurso figurado, se nota en los textos que tratan sobre declamación una
preocupación por aproximar ambos mundos: el de la retórica institucional real,
forense y deliberativa, y el ámbito de la retórica escolar. Así, la prudencia
requerida por Cestio y por Quintiliano en el uso del
discurso figurado en las declamaciones se justifica por medio de ejemplos y
análisis que no se reducen a ese mundo artificial, y que incorporan al estudio
del mismo, contextos discursivos propios de la retórica institucional.
[59]
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[1] También
lo es en la declamación griega. Véase, por ejemplo, Tomassi
(2015).
[2] Véase,
por ejemplo, Berti (2007: 100) y Pernot (2007: 217).
[3] “[…] tyrannos edicta scribentes, quibus imperent filiis ut patrum suorum capita
praecidant”. Aquí, como en todos los casos en que no
se señala el traductor, la traducción es mía.
[4] Véase
también como ejemplo de ese tema Sen., Contr., 9.4.
[5] Traducción
de Manuel Balasch (1991: 265-266): “Declamare doces? O ferrea pectora
Vetti / cum perimit saevos classis numerosa tyrannos./ Nam quicumque modo sedens legerat, haec eadem stans
/ perferet atque eadem cantabit versibus isdem./ Occidit miseros crambe
repetita magistros”.
[6] Véase Tabbacco (1985: 14-25) sobre el contraste entre tiranía y
valores republicanos en las declamaciones, y también (1985: 82-86) sobre
cuestiones morales vinculadas a la tiranía.
[7] Véase
también Quint., Inst. or., 2.4.28,
en que se explicita un fastidio de los docentes análogo al de la reiteración de
alimentos.
[8] Véase
por ejemplo, Juv., Sat., 1.162-164.
[9] El
declamador asume el rol de un personaje que, en la ficción declamatoria,
intenta persuadir a un interlocutor, pero al mismo tiempo se dirige a un
auditorio, escolar o de otra naturaleza, para quien ejecuta la declamación.
Sobre esta característica de la declamación, véase Franchet
D’Espèrey (2016: 57).
[10] Como
nuestro objeto de estudio aquí se centra en el campo de la declamación latina,
nos detendremos en las consideraciones teóricas de Quintiliano, que da
particular atención a ese ámbito. Sin embargo, parte de las preocupaciones
teóricas del rétor latino encuentran desarrollos
paralelos en pequeños fragmentos de obras teóricas de rétores
griegos y latinos, que no analizaremos aquí. Para un análisis de conjunto de
dichos textos remitimos a Ascani (2006). Sobre el
tratamiento del discurso figurado específicamente en Quintiliano, véase Franchet d’Espèrey (2016).
[11] “Est [sc. figura] qua nunc utimur plurimum”.
[12] “Iam enim ad id genus quod et frequentissimum est et expectari maxime credo ueniendum est, in quo per quandam suspicionem quod non dicimus accipi uolumus, non utique contrarium ut in εἰρονεíα, sed aliud latens et auditori quasi inueniendum”.
[13] Véase Quint., Inst. or., 9.2.77, donde se critica a aquellos que usan el
discurso figurado en las controversias, aun cuando no sea necesario. Luego
caracteriza esta propensión como refugio de la debilidad. Véase Inst. or.,
9.2.78: “haec deuerticula
et anfractus suffugia sunt infirmitatis”.
[14] “Eius triplex usus
est: unus si dicere palam parum
tutum est, alter si non decet, tertius qui uenustatis modo gratia adhibetur et ipsa nouitate ac uarietate
magis quam si relatio sit recta delectat”. Esta tercera posibilidad de uso no está presente
en la exposición de Demetrio (De elocut., 287290), que sólo considera dos
justificaciones para el uso del recurso: decoro (εὐπρέπεια) o seguridad (ἀσφάλεια).
[15] El tirano
abdica del poder con la condición de que no pueda ser acusado por sus actos
pasados.
[16] Un
ejemplo de esta prohibición aparece en Sen., Contr., 5.8, a la
que me referiré más adelante.
[17] Quint., Inst. or., 9.2.67: “Quod in foro non expedit illic non liceat”. “Lo que no conviene en el foro que no sea lícito allí
[en las escuelas]”.
[18] Quint., Inst. or., 9.2.67: “Sed schematum condicio non eadem est: quamlibet enim apertum, quod modo et aliter intellegi possit, in illos tyrannos bene dixeris, quia periculum tantum, non etiam offensa uitatur”.
[19] Los
ejercicios declamatorios aplicados a un contexto forense recibían el nombre de
“controversias”, mientras que aquellos que referían a un contexto deliberativo
eran llamados “suasorias”.
[20] “Tyrannidis adfectatae damnatus torqueatur, ut conscious indicet: accusator eius optet quod uolet. Patrem quidam damnauit, optat ne is torqueatur: pater ei contra dicit”.
[21] “Nemo se tenuit, agens pro patre, quin figuras in filium faceret, tamquam illum conscium in tormentis nominaturus”.
[22] Quint., Inst. or., 9.2.83 : “dissimulet ergo ut efficiat”.
[23] “Est ille in hoc genere frequens error, ut putent aliquid quosdam dicere, aliud uelle, praecipue cum in themate est aliquem ut sibi mori liceat postulare, ut in illa controuersia: ‘Qui aliquando fortiter fecerat et alio bello petierat ut militia uacaret e lege, quod quinquagenarius esset, aduersante filio ire in aciem coactus deseruit. Filius qui fortiter eodem proelio fecerat, incolumitatem eius optat; contra dicit pater’. Non enim, inquiunt mori uult, sed inuidiam filio facere”.
[24] Aquí es
el propio rétor quien llama la atención para la doble
enunciación característica de las declamaciones. Lo que no parece verosímil
para la persona del declamador puede ser apropiado para el personaje que
encarna.
[25] Atribuidas
a Quintiliano.
[26] “Tyrannicida uolens dedi: In duabus ciuitatibus uicinis tyranni erant. In altera cum quidam tyrannum occidisset, alter uicinae ciuitatis tyrannus petit eum in deditionem et bellum minatus est nisi darent. Fert ipse rogationem
ut dedatur”.
[27] El tema
de esta declamación recuerda la propuesta de Pericles a la asamblea de Atenas:
ser entregado a los lacedemonios, a cambio de la paz. Es mencionado por Pseudohermógenes como un ejemplo de controversia figurada.
Véase Hermog., Inv.,
204-207.
[28] “Si
tantas uires haberet ciuitas ut bella suscipere, ut frangere impetus tyranni posset, non tam diu seruissemus,
non illum cruentissimum dominum unus ex insidiis occidisset”.
[29] “Non tamen nego esse
controuersias huius modi figuratas, ut est illa: ‘Reus parricidii quod fratrem occidisset
damnatum iri uidebatur; pater pro testimonio
dixit eum se iubente fecisse; absolutum abdicat’”.
[30] “Nam neque in totum filio parcit, nec quod priore iudicio adfirmauit mutare palam potest, et, ut non durat ultra poenam abdicationis, ita abdicat tamen”.
[31] “Tyrannus dominationem sub abolitione deposuit, ut, si quis obiecisset tyrannidem, capite puniretur. Petit magistratum; competitor contradicit”.
[32] “Candidatus ‹pro›
anno meo spondeo: nulla rapietur, nullus occidetur, nullum spoliabitur templum”. Traducción de Adiego Lajara (2005: 334-335).
[33] “Quaedam etiam quae probare non possis figura potius spargenda sunt. Haeret enim nonnumquam telum illud occultum, et hoc ipso quod non apparet eximi non potest; at si idem dicas palam, et defenditur et probandum est”.
[34] “Deliberat Alexander, an Oceanum naviget”.
[35] Traté
de este personaje en un artículo de reciente publicación (Schwartz,
2015).
[36] Véase
especialmente Sen., Suas., 1.5 (traducido más abajo):
“ipsa suasoria insolentiam eius coarguit; orbis illum suus
non capit”. El abordaje del rétor
Albucio Silo también sugería la arrogancia del rey.
Véase Suas.,
1.3: “O quantum magnitudo tua
rerum quoque naturam supergressa est: Alexander orbi magnus est, Alexandro orbis angustus est”.
[37] Término
técnico utilizado en el ámbito retórico escolar, que refiere al análisis de los
argumentos a ser presentados en una declamación. Véase Bardon
(1940: 68 y ss.), Bonner (1949: 56-57) y Fairweather (1981: 152-155).
[38] Véase Sen., Suas., 1.5: Sin
embargo, la víctima de un episodio de características semejantes no sería Calístenes, el primo de Aristóteles, sino Clito, amigo de Alejandro. Véase Curtius
Rufus, 8.1.45 y Plut., Alex., 50-51.
[39] “Aiebat Cestius hoc genus suasoriarum aliter declamandum, ‹cum magis adulandum› esset quam suadendum.
Non eodem modo in libera ciuitate
dicendam sententiam quo apud reges, quibus
etiam quae prosunt ita tamen,
ut delectent, suadenda sunt. Et inter reges ipsos esse discrimen: quosdam minus aut
magis ueritatem pati; Alexandrum ex iis esse, quos
superbissimos et supra mortalis
animi modum inflatos accepimus. Denique, ut alia dimittantur argumenta, ipsa
suasoria insolentiam eius coarguit: orbis illum suus non capit. Itaque nihil dicendum aiebat nisi cum summa ueneratione regis, ne accideret idem
quod praeceptori eius, amitino Aristotelis,
accidit, quem occidit propter intempestiue liberos sales”.
[40] En
Roma, sin embargo, a partir del establecimiento del principado, una oratoria
cuyo objetivo es aconsejar al príncipe encuentra su lugar. Véase por ejemplo,
Tac., Dial., 7.1, que nos habla de la
importancia atribuida a discursos en defensa de procuradores o libertos,
realizada ante el príncipe.
[41] El
pasaje remite a un verso de la Ilíada. Véase Hom., I., 5.340.
[42] “Ille se ab hac urbanitate lancea uindicauit”.
[43] Ambos
términos, sales y urbanitas, son
usuales en todas las reflexiones de autores latinos sobre el humor. Véase
especialmente Cic., De orat., 2.216-291 y Quint., Inst. or., 6.3.
[44] “Multum iocatur de stultitia Cn. Pompei adulescentis”.
[45] Se refiere a Cic., Ad fam., 15.19.4.
[46] “In omnibus regibus haec urbanitas
extimescenda est. Aiebat itaque
apud Alexandrum esse
dicendam sententiam, ut multa adulatione animus eius permulceretur, seruandum tamen
aliquem modum, ne non ueneratio ‹uideretur sed irrisio› et accideret tale
aliquid, quale accidit Atheniensibus, cum publicae eorum blanditiae non tantum
deprehensae sed castigatae sunt”.
[47] Uno de los nombres asociados al dios Baco. La
afición por el vino de Marco Antonio era proverbial.
[48] “Vera negotia numquam adhuc habuerunt hanc silentii necessitatem, sed aliam huic similem uerum multo ad agendum difficiliorem, cum personae potentes obstant, sine quarum reprensione teneri causa non possit”.
[49] “Ideoque hoc parcius et circumspectius faciendum est, quia nihil interest quo modo offendas, et aperta figura perdit hoc ipsum quod figura est”.