En torno al discurso epidíctico. El elogio de Fidel Castro al Che Guevara
On epideictic speech. The Fidel Castro praise to Che Guevara
María Alejandra Vitale
alejandravitale@filo.uba.ar
Universidad de Buenos Aires
Instituto de Lingüística, FFyL
Buenos Aires, Argentina
Fecha de
recepción: 16-10-17
Fecha de
aceptación: 15-11-17
Vitale, M. A.
(2017). En torno al discurso epidíctico. El elogio de
Fidel Castro al Che Guevara.
Quadripartita Ratio: Revista
de Retórica y Argumentación, 3(5), 13-22. ISSN: 2448-6485
[13]
Resumen: Este artículo tiene un doble objetivo. Por un lado, se
propone reflexionar sobre la relación entre discurso epidíctico,
argumentación, polémica e ideología; por el otro, analizar esta problemática en
dos discursos epidícticos que Fidel Castro pronunció
en torno al Che Guevara. La relación entre discurso epidíctico,
argumentación y polémica ha sido objeto de interpretaciones contrapuestas. En
particular, si este género oratorio busca o no el cambio pragmático de una
situación, si apoya o no una acción y si es ajeno o no a la polémica. La
función ideológica del discurso epidíctico, en
cambio, ha generado mayor acuerdo. El artículo se refiere primero a estas
cuestiones planteadas sobre el género epidíctico para
luego centrarse en el análisis del discurso que Fidel Castro pronunció el 18 de
octubre de 1967 en la Plaza de la Revolución, de La Habana, con motivo de la
muerte en combate de Ernesto Che Guevara, en contraste con el que formuló, en
Pinar del Río y en ocasión de la inauguración de una fábrica, el 8 de octubre
de 1987, en el acto central del XX aniversario de la ejecución del Che.
Palabras clave: discurso epidíctico; Fidel
Castro; Che Guevara; discurso ideológico.
Abstract: This paper has a
double objective. On the one hand, its goal is to consider the relationship
between epidictic discourse, argumentation, polemic, and ideology; on the other
hand, it aims to analyse this problematic in two
epidictic discourses given by Fidel Castro regarding Che
Guevara. The relationship between epidictic discourse, argumentation, and
polemic has been understood in opposing ways. Specifically, the controversies
are whether this oratorical genre searches a pragmatic change of a situation or
not, whether it supports an action or not, and whether it is alien to polemic
or not. Instead, the ideological function of epidictic discourse has generated
greater agreemen. The paper first addresses these
issues raised about the epidictic genre. It then focuses on the analysis of the
epidictic discourse given by Fidel Castro on October 18th 1967 at
the Plaza de la Revolución in La Habana concerning
the death in battle of Ernesto Che Guevara, in
opposition to the discourse Fidel gave on October 8th 1987 in Pinar
del Río at a factory’s inauguration for the XXth
anniversary of Che’s execution.
Keywords:
epideitic speech; Fidel Castro; Che
Guevara; ideological speech.
[14]
1. Introducción
Este artículo tiene un doble objetivo. Por un lado, se propone
reflexionar sobre la relación entre discurso epidíctico,
argumentación, polémica e ideología; por el otro, analizar esta problemática en
dos discursos epidícticos que Fidel Castro pronunció
en torno al Che Guevara.
La relación entre discurso epidíctico,
argumentación y polémica ha sido objeto de interpretaciones contrapuestas. En
particular, si este género oratorio busca o no el cambio pragmático de una
situación, si apoya o no una acción y si es ajeno o no a la polémica[1]. La función ideológica del discurso epidíctico, en cambio, ha generado mayor acuerdo[2].
Me referiré primero a estas cuestiones planteadas sobre el género epidíctico para luego centrarme en el análisis del discurso
que Fidel Castro pronunció el 18 de octubre de 1967 en la Plaza de la
Revolución, de La Habana, con motivo de la muerte en combate de Ernesto Che
Guevara, en contraste con el que formuló en Pinar del Río y en ocasión de la
inauguración de una fábrica, el 8 de octubre de 1987, en el acto central del XX
aniversario de la ejecución del Che.
2. Discurso epidíctico, argumentación,
polémica e ideología
Se sabe que en su Retórica
Aristóteles considera que el oyente del género epidíctico
ocupa el lugar de un espectador que es a la vez un juez. Según la traducción al
español de Ignacio Granero (1978), el oyente juzga acerca del valor. Se trata
del valor de la potencia oratoria de quien habla, aunque Ruelle
(2010) ha interpretado que es también el valor de la cosa o persona objeto de
elogio o crítica. En la traducción de la
Retórica al español de Quintín Racionero (1999: 197), Aristóteles afirma
que en el género epidíctico “el espectador, por su
parte, juzga sobre la capacidad del orador”. Aristóteles sostiene que la
amplificación es la más apta para el género epidíctico
(Ret.,
1.1368), porque en este género oratorio se consideran las acciones admitidas
por todos —(Granero, 1978)—, de modo que lo que falta
es añadirles grandeza y moralidad. Al considerar lo que es admitido por todos,
o, en palabras de la traducción de Quintín Racionero (1999: 253), “acciones
sobre las que hay acuerdo unánime”, el género epidíctico
queda de modo implícito relacionado con aquello que une a una comunidad y por
ello no genera polémica, dado que lo que puede generar polémica es lo que no es
admitido por todos o aquello sobre lo que no hay unanimidad. Aristóteles
también aclara que hay que tener en cuenta ante quién se hace el elogio,
porque, como decía Sócrates, no es difícil alabar a los atenienses ante los
atenienses, pero conviene decir lo que es considerado honorable por cada
pueblo, como si en realidad fuese tal.
Quintiliano, por su parte, interpreta —en capítulo séptimo del libro 3
de sus Institutiones oratorias— que Aristóteles redujo el
género epidíctico a recrear a los oyentes. Si bien
destaca en este género la importancia del ornatus, mediante el cual el orador hace alarde de su ingenio, y al cual
le es propia la amplificación, para Quintiliano en el género epidíctico se desarrolla una verdadera argumentación,
puesto que plantea que esos alardes del orador sirven a la vez como prueba para
la confirmación y la defensa en el desarrollo de una alabanza.
El autor de las Instituciones
oratorias retoma el consejo de Aristóteles sobre el considerar ante quién
se hace el elogio y precisa que se persuadirá mejor si el orador alaba en un
sujeto aquello que aprueba su auditorio, de modo que el discurso epidíctico ratifica un juicio que ese auditorio ya tiene
antes de oír al orador (Inst. or., 3.7.25) y en este sentido se puede
interpretar que tiende a no generar opiniones contrapuestas.
En cuanto a la posición de Cicerón ante el género epidíctico
(exornatio dicitur), en las Partitiones oratoriae (Cic.,
Part. or., 20.69)
plantea que no hay ningún género que lo iguale en la capacidad de producir una
elocuencia más rica y en ser más útil a la comunidad. Sobre el vínculo del
género epidíctico y la argumentación, se destaca que
Cicerón afirma en dicha obra que en el género epidíctico
lo más importante es la narración y la exposición de los hechos sin ninguna
argumentación (Cic., Part. or., [15] 21.71). Recomienda, en
cambio, el uso de un estilo adecuado para suscitar la emoción y la credibilidad
de lo narrado. En De oratore,
el género epidíctico —pensado sobre todo como oración
fúnebre— es presentado por Antonio como un género fácil en comparación con el
deliberativo y el judicial, porque nadie ignora lo que hay que alabar en una
persona (Cic., De
or., 2.11.44-46 y 16.67-69). Se infiere, así, que
el género epidíctico remite a un consenso dentro de
la comunidad en torno a qué es digno de ser alabado o censurado[3].
En su libro La rhétorique
de l’éloge dans le monde gréco-romain, Laurent Pernot
(1993: 29) comenta la sistematización por parte de Aristóteles de los tres
géneros oratorios, el deliberativo, el judicial y el epidíctico,
y afirma que el elogio (y la censura) ingresan como la tercera parte de la
clasificación, en una simetría más aparente que real, pues el oyente —plantea Pernot— no juzga si el objeto elogiado posee o no
determinada virtud o cualidad, sino que es un espectador o examinador del
talento del hablante: es una especie de juez que dictamina sobre la calidad del
discurso y no interviene para escoger entre posiciones antagónicas[4].
En un artículo previo donde comentó los topoi del elogio enumerados por Menandro el Rétor, Pernot (1986: 51) planteó que el elogio fue un rito social
de celebración de todos los poderes que controlan la vida social. Volviendo
sobre este aspecto, en su libro La Rhétorique dans l’Antiquité afirma que, en la sociedad de la época
imperial, el discurso epidíctico fue un rito social
que sostenía los valores de la colectividad, proclamaba y cultivaba el
consenso, la adhesión de todos a concepciones y modelos reconocidos. En este
sentido, Pernot (2013: 211) propone que el elogio
afirmaba una unanimidad que podía ser una mera fachada que sofocaba las
oposiciones y servía de sostén a la ideología dominante. En su último libro
publicado en 2015, dedicado al género epidíctico, Questioning the Stakes of Ancient Praise, Pernot (2015: 100)
destaca nuevamente que, a diferencia del género deliberativo y del judicial, el
epidícitco no busca obtener ningún voto ni ninguna
decisión; como propósito global, le atribuye la consolidación del orden social.
Al mismo tiempo, señala que tanto Aristóteles como Quintiliano postulan una
similitud entre el género epidíctico y el
deliberativo, en tanto en este se aconseja para el futuro lo que en el género epidíctico es elogiado respecto del pasado. Asimismo, Pernot sostiene que el género epidíctico
tiene una dimensión exhortativa, porque presenta un modelo de virtud e incita a
imitarla.
En relación con ello, Lausberg (1975: 24)
afirma que, a diferencia de lo que acontece con el género judicial y
deliberativo, que pretenden un cambio de la situación que hay que realizar
pragmáticamente, el orador del género epidíctico
desea corroborar la situación considerada como constante, valorándola.
Asimismo, agrega que la alternativa de la parte entre alabanza y censura se
realiza en una discusión mucho más raramente que las alternativas entre
acusación y defensa o entre consejo y disuasión. Una asamblea solemne, que
permite que un orador encargado de ello alabe a una persona, evitará que un
segundo orador tome la palabra para censurar a la misma persona.
Perelman
y Olbrechts-Tyteca (1950, 1989) han considerado,
asimismo, como característica fundamental del epidíctico
la comunión sobre valores admitidos y la ausencia de polémica. El Traité de l’argumentation
(1989: 67) afirma que, en este género, el orador procura crear una comunión en
torno a ciertos valores reconocidos por el auditorio y por ello es practicado
preferentemente por aquellos que, en una sociedad, defienden los valores
tradicionales, los valores que constituyen el objeto de la educación y no los
valores revolucionarios, los valores nuevos que suscitan polémicas y
controversias. Pero es sabido que Perelman
y Olbrechts-Tyteca se oponen a la concepción del epidíctico como un mero espectáculo —desligado de la
acción— que se acerca a la literatura y afirman que constituye una parte
esencial del arte de persuadir. En efecto, la argumentación del discurso epidíctico se propone acrecentar la adhesión a ciertos
valores, de los que quizás no se duda cuando se [16] los analiza aisladamente,
pero que podrían no prevalecer sobre otros valores que entrarían en conflicto
entre ellos. Justamente por este motivo el género epidíctico
fortalece la predisposición a determinada acción. En Logique et rhétorique, Perelman
y Olbrechts-Tyteca (1950) señalan que los géneros
deliberativo y judicial suponían un adversario y por lo tanto un combate,
dirigido a obtener una decisión sobre una cuestión controvertida, y en ellos el
uso de la retórica se justificaba por la incertidumbre y por la ignorancia.
¿Cómo comprender —se preguntan— el género epidíctico,
referido a cosas ciertas, incuestionables, y que ningún adversario rechaza? Los
antiguos —ellos sostienen— consideraban que el epidíctico
se refería a los juicios de valor a los cuales las personas se adhieren con
intensidad variable. Luego, siempre es importante confirmar esa adhesión,
recrear una comunión sobre el valor admitido. Asimismo, destacan que esa
comunión, aun cuando no determina una elección inmediata, determina todas las
elecciones virtuales. Por ello conceden que el orador epidíctico
entabla un combate pero contra objeciones futuras, en un esfuerzo para mantener
el lugar de ciertos juicios de valor en determinada jerarquía o, eventualmente,
conferirles un estatuto superior.
El género epidíctico sigue vivo en la
actualidad en ceremonias como las oraciones fúnebres, las fiestas
matrimoniales, las presentaciones de conferencistas, los actos escolares y las
conmemoraciones de acontecimientos que conmueven a una comunidad. Pero, como
plantea Bruce McComiskey (2002: 89), los géneros
retóricos son construcciones históricas generadas por exigencias de situaciones
socioculturales, políticas y económicas particulares. En este sentido, Bradford
Vivian (2006: 3) ha estudiado lo que llama “epidíctico
neoliberal” y su función ideológica al analizar la conmemoración pública del
primer aniversario de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos. La
ceremonia consistió en la lectura, por parte del gobernador y el alcalde de
Nueva York y el gobernador de Nueva Jersey, de textos canónicos de Lincoln,
Jefferson y Roosevelt (el único discurso original fue el muy breve pronunciado
por Bush, que a su vez repitió términos formularios del discurso de Roosevelt),
lo que tendió a despolitizar y deshistorizar el
acontecimiento acorde a una democracia neoliberal donde el sector político
controla poco y debate aún menos.
Sin embargo, McComiskey (2002: 92) considera
que la retórica epidíctica no siempre representa los
valores dominantes puesto que en ciertos contextos la posibilidad de promover
valores subversivos siempre existe. En este sentido, recuerda la retórica epidíctica practicada por los sofistas, que, como el Elogio a Helena, podía cuestionar los
valores dominantes. Por otra parte, de modo desafiante, afirma que el discurso
aristotélico de la alabanza y la censura, generadas en concordancia con las
ideologías de la clase dominante y la adhesión acrítica de las audiencias, ya
no es el modo retórico predominante.
3. Fidel Castro y el elogio del Che Guevara
Sobre la base de las consideraciones anteriores en torno al género epidíctico, voy a centrarme ahora en el discurso que
pronunció Fidel Castro en la Plaza de la Revolución de La Habana el 18 de
octubre de 1967, con motivo de la muerte del Che Guevara.
Me interesa destacar, por un lado, la manera en que construye como
modelo al Che en el presente y esto en relación con la dimensión argumentativa
e ideológica del discurso de Castro, cuya oratoria, según la investigadora
italiana Paola Gorla (2014), se caracteriza por un
marcado clasicismo.
En efecto, el discurso retoma los topoi y el estilo propios del
género epidíctico. En la alabanza del Che, Castro se
basa en especial en el topos
del modo de ser y en el de las acciones (Pernot,
1993; 2015). Sobre el modo de ser del Che, afirma:
Che era una de esas personas a quien todos le tomaban
afecto inmediatamente, por su sencillez, por su carácter, por su naturalidad,
por su compañerismo, por su personalidad, aun cuando todavía no se le conocían
las demás virtudes que lo caracterizaron (Castro, 2014: 167).
La anáfora y el paralelismo, que se identifican en la cita, recorren
todo el discurso, lo mismo que la amplificación y la hipérbole, figura
característica [17] del epidíctico según Pernot (2015: 59). Pero, ¿cuáles son las virtudes que
Castro destaca del Che? Por un lado, la piedad, el coraje y la inteligencia. De
esta manera, apelando al topos de las
acciones que son prueba de las virtudes, narra cómo el Che, en cuanto médico de
la tropa revolucionaria, prestaba asistencia no sólo a los compañeros heridos
sino también a los soldados enemigos y resalta que, cuando en una batalla fue
necesario que alguien se quedara con los heridos, el Che lo hizo y les salvó la
vida. En cuanto al coraje, Castro destaca en varias oportunidades la valentía
del Che, “su disposición inmediata, instantánea, a ofrecerse para realizar la
misión más peligrosa” y se refiere a lo que denomina con tono hiperbólico sus
“hazañas” y “proezas”. Sobre su inteligencia, la relaciona con la maestría del
Che en el arte de la lucha revolucionaria, con su capacidad para emprender con
seguridad cualquier tarea, entre ellas el trabajo voluntario, que fue creado
por el guerrillero argentino. Asimismo, la inteligencia es vinculada con su cultura
y con sus escritos, de los que Fidel no duda de que “pasarán a la posteridad
como documentos clásicos del pensamiento revolucionario” y en relación con los
que afirma: “Escribía con la virtuosidad de un
clásico de la lengua” (Castro, 2014: 174).
Sin embargo, algo llama la atención por lo inesperado de la crítica ante
el combatiente muerto. En tres oportunidades, Fidel Castro menciona una
característica del Che que es lo opuesto a la virtud del coraje, el vicio de la
temeridad, es decir, el exceso de coraje. En
efecto, Castro sostiene:
1) “Si como guerrillero tenía un talón de Aquiles, ese
talón de Aquiles era su excesiva agresividad, era su absoluto desprecio al
peligro”.
2) “No poseemos suficientes elementos de juicio para
poder hacer alguna deducción acerca de todas las circunstancias que precedieron
ese combate, acerca de hasta qué grado pudo haber actuado de una manera
excesivamente agresiva, pero — repetimos— si como guerrillero tenía un talón de
Aquiles, ese talón de Aquiles era su excesiva agresividad, su absoluto
desprecio por el peligro”.
3) “Y ese golpe de suerte, ese golpe de fortuna no
sabemos hasta qué grado ayudado por esa característica a que nos referíamos
antes de agresividad excesiva, de absoluto desprecio por el peligro”.
Paola Gorla (2010: 538; 2014: 67) interpreta
que la identificación del Che Guevara con Aquiles permite a Castro mostrar una
debilidad propia a la humanidad del Che para pasar luego a su mitificación. La
palabra “excesiva” se inscribiría en esta misma estrategia porque remite a la
desmesura o hybris
del héroe antiguo. El proceso de mitificación se construye así con la
afirmación de Castro de que el Che cayó “como hombre mortal” pero que sus
ideas, sus tácticas, sus concepciones guerrilleras, sus tesis no fueron
derrotadas sino que serían ejemplo para que “millones de manos, inspiradas en
su ejemplo”, empuñaran las armas.
Sin embargo, considero que las afirmaciones citadas de Castro son
convergentes con su estrategia de priorizar otro tipo de virtudes del Che para
construirlo como modelo a imitar en el presente de 1967. En efecto, Castro
afirma, utilizando el argumento del fin y los medios (Perelman
y Olbrechts-Tyteca, 1989: 422-429):
Che era un jefe militar extraordinariamente capaz.
Pero cuando nosotros recordamos al Che, cuando nosotros pensamos en el Che, no
estamos pensando fundamentalmente en sus virtudes militares. ¡No! La guerra es
un medio y no un fin, la guerra es un instrumento de los revolucionarios. ¡Lo
importante es la revolución, lo importante es la causa revolucionaria, las
ideas revolucionarias, los objetivos revolucionarios, los sentimientos
revolucionarios, las virtudes revolucionarias […] Che reunía como
revolucionario las virtudes que pueden definirse como la más cabal expresión de
las virtudes de un revolucionario, hombre íntegro a carta cabal, hombre de
honradez suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana,
hombre a quien en su conducta no se le puede encontrar una sola mancha.
Constituyó por sus virtudes lo que puede llamarse un verdadero modelo de
revolucionario (Castro, 2014: 173-174).
[18]
Como he comentado al principio sobre el género epidíctico,
este tiene para Perelman y Olbrechts-Tyteca
una función argumentativa, en cuanto ratifica ciertos valores dentro de una
jerarquía y predispone o no a favor de cierta acción. En el contexto de
enunciación del discurso de Fidel Castro, no son las virtudes militares del
Che, su proyecto de hacer la revolución en Bolivia, que no se adecuaba del todo
con la línea de sovietización de Cuba y la propia postura del partido comunista
de Bolivia, sino las nombradas virtudes revolucionarias que lo construyen como
ejemplo a seguir para el pueblo cubano.
El carácter ejemplar del combatiente muerto se expresa en la frase: “¡Y
el ejemplo del Che debe ser un modelo para nuestro pueblo, el ejemplo del Che
debe ser el modelo ideal para nuestro pueblo!”; y en la exhortación, referida a
los combatientes revolucionarios, los militantes, los niños, en “que sean como
el Che” (Castro, 2014: 177).
En este sentido, resulta significativo que cuando Castro se basa en el topos de las circunstancias de la
muerte, característico también del género epidíctico
(Pernot, 1993; 2015), si bien califica la muerte de
Guevara de “heroica y gloriosa”, en dos oportunidades se refiere al combate del
Che en Bolivia (país que nombra una sola vez) como un combate más, sin
destacar, como sería esperable en el género epidíctico,
su carácter ejemplar o singular: “Y así, en un combate, ¡en uno de los tantos
combates que libró! perdió la vida” […] en un combate como tantos combates”
(Castro, 2014: 170 y 172).
En esta línea de interpretación, resulta también pertinente considerar
que Castro afirma, con referencia al Che: “Y muchas fueron las veces en que fue
necesario actuar para impedir que en acciones de menor trascendencia perdiera
la vida” (Castro, 2014: 170), lo cual es convergente con la crítica a la
temeridad del Che.
La comunión sobre los valores admitidos y la función ideológica que
entraña el género epidíctico, entonces, se
manifiestan en el discurso epidíctico de Fidel Castro
de 1967 en la construcción del Che como modelo de revolucionario virtuoso que
debe ser imitado por el pueblo, encuadrado bajo la guía del Partido Comunista
Cubano, pero no tanto en su faceta militar. De allí que Fidel Castro disocie la
noción de revolucionario comunista al afirmar: “Y como revolucionario
comunista, verdaderamente comunista, tenía una infinita fe en los valores
morales, tenía una infinita fe en la conciencia de los hombres” (Castro, 2014:
175), de modo que el verdadero comunismo queda relacionado con los valores
morales y la fe en la conciencia de los hombres, en los que el Che es ejemplo y
modelo a seguir.
Contrasto ahora el discurso de Fidel Castro del 18 de octubre de 1967
con el que pronunció casi veinte años después, el 8 de octubre de 1987, en el
acto central por el XX aniversario de la caída en combate del Che Guevara, y en
ocasión de la inauguración de una fábrica que llevaría su nombre en Pinar del
Río.
Si bien se repiten en este discurso las características del género epidíctico, la dimensión deliberativa predomina globalmente
en comparación con la alocución de 1967, puesto que Fidel Castro se centra en
la descripción de la crisis económica que vive Cuba y en las propuestas para
resolverla y es en función de esta finalidad que se inserta el elogio del Che.
El mismo Castro, al inicio del discurso y mediante el argumento de la
definición (Perelman y Olbrechst-Tyteca,
1989), precisa el sentido del término “proceso de rectificación”, que se estaba
desarrollando en Cuba desde 1986, el año anterior al discurso, y cuyo nombre
completo fue Proceso de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas. Este
proceso consistió en modificaciones del orden económico para poder sobrellevar
la crisis del bloque soviético sin renunciar a los principios revolucionarios.
El proceso buscó combatir la ineficiencia económica y el burocratismo e
introducir un mayor grado de austeridad, y según Rodríguez Beruff
(1995) incluyó experimentos con el mercado.
Castro precisa entonces que “rectificación significa [...] buscar
soluciones nuevas a problemas viejos, rectificar muchas tendencias negativas
que venían desarrollándose [...], hacer un uso más correcto del sistema y de
los mecanismos con que contamos ahora” (Castro, 2014: 194). Al referirse al
proceso de rectificación, Castro usa una metáfora mediante la cual compara el
sistema de dirección y planificación de la [19] economía cubana con “un
caballo, un penco, cojo, con muchas mataduras” sobre el que exclama: “¡Tomemos
las riendas!” (Castro, 2014: 194).
En este sentido, el elogio del Che Guevara está en función de
construirlo como un modelo a seguir en el camino en el que debe avanzar ese caballo,
es decir, el sistema de dirección y planificación de la economía de Cuba. De
esta manera, al igual que sucedía en el discurso de 1967, no son las virtudes
militares como combatiente guerrillero las que Fidel prioriza al alabarlo. En
efecto, al recordar la campaña del Che en Bolivia afirma:
Se trató, incluso, de
dilatar un poco el momento; le dieron otras tareas que habrían de enriquecer su
experiencia guerrillera y se trataba de crear el mínimo de condiciones para que
él no tuviera que pasar la etapa más difícil, de los primeros días en la
organización de un movimiento guerrillero, algo que nosotros conocíamos
perfectamente bien por nuestra propia experiencia. [...] Tal vez habría sido
mejor, con vistas a los objetivos que se perseguían, que se hubiese cumplido
ese mismo principio, y él se hubiese incorporado más adelante. No había,
realmente, tanta necesidad de que él hiciera toda la tarea desde el principio.
Pero él estaba impaciente, realmente, impaciente (Castro, 2014: 184-185).
Como se desprende de la cita, la experiencia guerrillera del Che es
presentada por Fidel Castro como perfectible y él mismo construye su ethos (Amossy, 2010; Maingueneau, 2002,
2014) con mayor saber que Guevara en la organización de un movimiento
guerrillero.
Fidel vuelve sobre sus propias palabras de hace casi veinte años y
afirma sobre el Che: “Como habíamos pronosticado aquel 18 de octubre, hace
veinte años, se convirtió en un símbolo de todas las personas oprimidas, de
todas las personas explotadas“ (Castro, 2014: 186).
¿Pero cuáles son las virtudes elogiadas del Che en 1987 que lo presentan como
modelo a seguir? Por un lado, a partir del topos del modo de ser, se trata
de su espíritu de trabajo, el cumplimiento del deber, la solidaridad, la
austeridad, la no contradicción entre el decir y el hacer, entre muchas otras
que Castro nombra. Pero considerando la finalidad argumentativa global del
discurso y el espacio textual que le dedica, Castro hace hincapié en el
pensamiento económico del Che. Destaca así que en esencia el Che se opuso
radicalmente a utilizar y desarrollar las leyes y las categorías económicas del
capitalismo en la construcción del socialismo. Y llama a su auditorio a conocer
ese pensamiento y a leer un libro publicado en aquel momento que había ganado
el Premio Casa de las Américas, titulado El
pensamiento económico del Che. De allí que Castro utilice otra figura
retórica característica —como recuerda Pernot (2015:
57-59)— del género epidíctico,
en especial en la oración fúnebre: el apóstrofe, que consiste en cambiar la
audiencia normal en una segunda audiencia. En efecto, Castro, usando la
amplificación, también muy presente en este discurso, afirma:
Porque si estuviéramos
conversando con el Che y le dijéramos: “Mira, nos ha pasado todo esto” —todas
esas cosas que yo estuve reflejando anteriormente, qué nos pasó con las
construcciones, en la agricultura y en la industria, con los surtidos, con la
calidad, con todo eso— el Che habría dicho: “Yo lo dije, ¡yo lo dije!”; el Che
habría dicho: “yo lo advertí, les está pasando lo que yo creía que les iba a
pasar” (Castro, 2014: 197).
La palabra del Che funciona así como un argumento de autoridad que
apuntala las apreciaciones de Fidel Castro sobre el rumbo de la economía
cubana, sobre ese caballo que metaforiza el sistema de dirección y
planificación de la economía.
En consonancia con esto, se observa una reformulación en cuanto al
enemigo de la comunidad revolucionaria cubana. En 1967 el enemigo está en el
extranjero y es nombrado como “los enemigos”, “los que cantan victoria” (ante
la muerte del Che) y “los imperialistas”; en 1987, el enemigo también está en
el exterior y Fidel lo nombra como “amos imperiales”, “el imperialismo”, “el
imperio”; pero ahora, en cambio, se ubica también en el interior de esa
comunidad, desvirtuando su carácter revolucionario. De este modo, Castro se refiere
a los “capitalistas de [20] pacotilla” y “los tecnócratas”, quienes se están
apartando del modelo representado por el Che y están conduciendo el caballo por
un camino que lo aleja de “un verdadero socialismo, como etapa previa y de
tránsito hacia el comunismo” (Castro, 2014: 191).
De este modo, el cierre del discurso de 1987 incluye la presentación
—amplificada— del Che como modelo, con el sentido comentado, para el pueblo
cubano:
¡Y si un día escogimos el camino de la Revolución, de
la Revolución socialista, el camino del comunismo, de la construcción del
comunismo, hoy estamos más orgullosos de haber escogido ese camino, porque solo
ese camino es capaz de crear hombres como el Che, es capaz de forjar un pueblo
de millones de hombres y mujeres capaces de ser como el Che! (Castro, 2014:
205).
4. Conclusiones
Para concluir, quisiera entonces remarcar que en los discursos epidícticos comentados de Fidel Castro sobre el Che Guevara
se constata que no se reducen a buscar que el auditorio evalúe las cualidades
oratorias del orador y que el elogio tiene una dimensión argumentativa e
ideológica, que —vimos— está anclada en condiciones socio-históricas
determinadas. El ornatus, característico del discurso epidíctico, funciona asimismo como una prueba no sólo de
aquello que es alabado sino también de la línea persuasiva de dichos discursos.
En ambas alocuciones Castro construye la ejemplaridad del Che como digno
de ser imitado en el presente a los fines de consolidar ciertos valores en
torno a la revolución y a las exigencias de la coyuntura y de la línea
ideológica que busca promover.
Los acontecimientos pasados de la vida del Che son así seleccionados y
amplificados con miras a la construcción de una memoria pública (Casey, 2004) que inspire hechos políticos presentes con
vistas a ser repetidos en el futuro. En efecto, tal como platearon los
tratadistas antiguos, en el género epidíctico se
alaba en el pasado lo que se promueve políticamente para el futuro.
Aristóteles dijo que el género epidíctico
elogia aquello que es admitido por todos o que genera unanimidad. Sin embargo,
en particular en el discurso epidíctico de 1987 de
Fidel Castro en torno al Che Guevara se puede advertir que su elogio se inscribe
en un campo de tensiones entre posicionamiento diversos, con hincapié en la
economía, al interior de la comunidad cubana.
Por último, cabe destacar un aspecto sobre el que no he ahondado en este
trabajo pero que merece una atención futura, y es el hecho de que el elogio del
Che por parte de Fidel Castro también funciona como ratificación del valor de
su propio liderazgo revolucionario, de la construcción de su propio ethos de líder
sabio y experimentado, que es capaz de señalar los errores que el Che como
combatiente no pudo o supo advertir en relación con su campaña guerrillera en
Bolivia.
[21]
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[1] Véase Lausberg
(1975), McComiskey (2002), Perelman
y Olbrechts-Tyteca (1950 y 1989) y Pernot (1986, 1993, 2013).
[2] Véase Campbell y Jamieson
(2008), Kiewe (2004), Pernot
(2015) y Vivian (2006).
[3] Para un estudio sobre el género epidíctico en De oratore, véase Romeo (2012).
[4] En este sentido, Pernot
sigue la posición de Aristóteles sobre el género epidíctico.