La
pistis-fides
como el objeto propio de la retórica[1]
Pistis-fides as the proper object of rhetoric
Gerardo Ramírez Vidal
grvidal18@gmail.com
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Filológicas
Ciudad de México, México
Fecha de
recepción: 16-10-17
Fecha de aceptación: 27-11-17
Ramírez Vidal, G. (2018). La pistis-fides como el objeto
propio de la retórica.
Quadripartita
Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 3(5), 37-48. ISSN:
2448-6485
[37]
Resumen: En su
origen, las palabras pistis, en griego, y fides, en latín, designan una especie de contrato o acuerdo entre las
partes y estrechos vínculos de confianza en las relaciones públicas internas y
externas o entre individuos. Por tanto, significan ya sea “fiabilidad’, en
sentido abstracto, o la “confianza” o “fe” que alguien quiere producir en los
demás y, asimismo, las actitudes, muestras o pruebas que se utilizan para lograr
la confianza o el crédito, como el apretón de manos que sella un acuerdo entre
las partes. Por eso, la mano derecha es el símbolo de la confianza. El poeta Teognis personifica a Pistis como
una gran diosa. Los romanos, quienes se consideraban a sí mismos como el pueblo
de la fides, levantaron un gran templo, cerca del
dedicado a Júpiter Capitolino, en honor de su antigua deidad llamada Fides, protectora
de los juramentos, de las negociaciones y de las relaciones diplomáticas. Sólo
después esas palabras adquieren el sentido religioso de “fe en Dios”. El objeto
y fin de la retórica es la pistis-fides. Para
el Gorgias platónico, la retórica es “artesana de peithô”; para
Aristóteles, la “capacidad de observar tò peithón”.
Todos estos términos provienen de una misma raíz, que significa “confianza”,
“crédito” o “convicción”. El propósito de este artículo es analizar los
diversos sentidos de ambas palabras, que dan a la retórica una riqueza de
connotaciones que van más allá del sentido de persuasión al que la han
limitado, en general, los estudiosos modernos.
Palabras clave: retórica
antigua; finalidad de la retórica; pistis; fides; crédito; confianza.
Abstract: In their origin, the
words pistis,
in Greek, and fides, in Latin,
designate a kind of contract or agreement between the parties and close bonds
of trust in internal and external public relations or between individuals.
Therefore, they indicate both the reliability in the abstract sense —as the
trust or faith that someone wants to produce in others— and, in addition,
attitudes, samples or tests that are used to achieve trust or credit, like the
handshake that seals an agreement between the parties. For this reason, the
right hand is the symbol of trust. The poet Teognis
personifies Pistis as a great goddess. The Romans,
who regarded themselves as the people of the Fides, erected a large [38] temple, near the one
dedicated to Jupiter Capitolino, in honor of an
ancient deity called Fides, protector of oaths, negotiations and diplomatic
relations. It is only afterwards that the words acquire the religious meaning
of “faith in God”. Object and purpose of rhetoric is the pistis-fides. The Platonic Gorgias affirms that
rhetoric is “artisan of peithô”;
for Aristotle, the “ability to observe tò peithón”. All these terms come from the same
root, which means “trust”, “credit” or “conviction”. The purpose of this paper
is to analyze the different meanings of both words, which give rhetoric a
wealth of connotations going beyond the sense of persuasion to which it has been
limited, in general, by modern scholars.
Keywords:
ancient rhetoric; purpose of rhetoric; pistis; fides;
credit; confidence.
1. La controversia
Se conservan muchas definiciones de retórica en los
autores antiguos, en parte gracias a los registros que Quintiliano (Inst. or.,
2.15.2-12, 25-26, y 2.17.22-25)[2] y Sexto Empírico
(Ad. math.,
2.2-9 y 60-71)[3] elaboraron uno para defender y el otro para atacar a
la retórica. En ambas selecciones se observa que muchos autores antiguos, sobre
todo los griegos, consideraban que la finalidad (telos, finis)
de la retórica es la persuasión. Los testimonios parecen corroborarlo. La más
antigua definición parece haber sido “artesana de la persuasión” (Pl., Grg., 453a2-3)[4], que Platón atribuye a Gorgias,
y la más famosa es la de Aristóteles: “sea la retórica la capacidad de observar
la persuasión [39] posible en todo discurso” (Arist.,
Rh., 1355b 2526)[5]. Por su parte, Platón la define como “arte de la
persuasión” (Pl., Phdr., 260d9)[6], e Isócrates como “ciencia
de la persuasión” (Isocr., Fr., 2)[7].
De la misma manera, los autores latinos continuaron
esta tradición y consideraron, en general, que el fin de la retórica era la
persuasión. Por ejemplo, el autor latino del siglo I d. C., Cornelio Celso,
sostenía que el fin de la retórica es “hablar de modo persuasivo sobre asuntos
políticos discutibles” (véase Quint., Inst. or.,
2.15.22)[8]. Para ello los griegos emplean fundamentalmente el
sustantivo πειθώ y el verbo πείθω que los latinos traducían con el sustantivo persuasio y el
verbo persuadeo, respectivamente.
En todas esas definiciones la persuasión se presenta
como la finalidad de la retórica. Sin embargo, en la propia Antigüedad no todos
estaban de acuerdo en ello. Ya en Platón la persuasión fue objeto de sospecha,
pues no se basaba en la verdad sino en la opinión, y podía emplearse para hacer
el mal. Por otra parte, según el filósofo, la enseñanza de Protágoras
consistía en hacer hábiles para hablar bien, y el propio Platón observaba que
la retórica consistía en hablar y escribir como se debe[9]. Por su parte, los estoicos consideraban que el fin
de la retórica era “hablar bien” —eu légein—
aunque no se alcanzara el éxito previsto, pues en ello intervienen condiciones
externas[10]. Sexto Empírico afirmaba que la retórica no tenía un
objeto propio (S.E., Ad. math., 2.73)[11] y rechazaba que la persuasión fuera su finalidad,
pues observaba que puede persuadirse no sólo con el discurso, sino también con
el dinero, la opinión, el placer y la belleza, lo que también afirmaba
Quintiliano más o menos en los mismos términos correspondientes latinos (Inst. or.,
2.15.6)[12].
Entre los latinos, la más famosa definición en esa
línea se atribuye a Catón el Censor (Quint., Inst. or.,
12.1.1): “Vir bonus dicendi peritus”. Quintiliano
prefirió seguir a los estoicos Cleantes y Crisipo, quienes definían la retórica como “la ciencia del
bien hablar” (Quint., Inst. or., 2.14.5)[13]. Por ello Quintiliano señala que el arte, tal como él
lo entiende, no depende del resultado: “quien habla tiende a conseguir la
victoria, pero cuando ya haya hablado bien, aunque no venza, ha realizado ya
aquello que compete al arte” (Inst. or., 2.17.23)[14].
Las definiciones modernas, incluso las de los
clasicistas, siguen más la línea moral de los estoicos y de Quintiliano, pues
en su mayoría no toman en consideración el aspecto central de la retórica
antigua: la persuasión. Por ejemplo, para James J. Murphy (1983: 3): “Retórica,
el análisis sistemático del discurso humano con el propósito de ofrecer
preceptos útiles para el discurso futuro”, y para John Poulakos
(1983: 36), “Retórica es el arte que busca capturar en los momentos oportunos
aquello que es apropiado e intenta sugerir lo que es posible”. Rui Miguel Duarte (2013) señala: “Pues hablar de retórica,
es hablar del efecto de la
comunicación verbal”. En algunos casos continúa la orientación antigua: C. Natali (1995: 165-166) señala que “el fin principal de la
retórica es el éxito de persuadir al público”.
Además de las razones morales o moralistas, debido a
la carga negativa de la palabra persuadeo, los
autores modernos, tal vez de manera inconsciente, se alejaron de la idea
dominante en la Antigüedad clásica —aunque sin abandonarla [40] completamente—
con la finalidad de liberarse de los límites que impone esa palabra a la
retórica, de modo que muestran no uno sino diversos fines en esa disciplina,
arte, práctica o teoría.
En resumen, tanto entre autores griegos y romanos como
entre los modernos se ha observado que la retórica tiene para algunos el fin
único de persuadir, mientras que para otros (en particular los modernos), los
fines son otros: elaborar un buen discurso, obtener la victoria y producir
diversos efectos en los destinatarios.
2. Soluciones
A nuestro juicio, no sería posible decir que unos
tienen razón y otros no, aunque esta es la actitud que siguieron tanto
Quintiliano como Sexto Empírico, como ya se ha visto. Pero si los autores le
atribuyen varios fines, ¿cómo podemos darles a todos la razón? Pueden darse
varias respuestas no necesariamente autoexcluyentes:
1. Una primera respuesta es que podría hablarse de
fines simples y complejos. Los primeros consisten en un fin único, como
“elaborar discursos eficaces”, “escribir de manera adecuada” o incluso
“ornamentar el discurso”; los fines complejos pueden constar de varios fines.
Para explicar estos últimos podemos recurrir a la obra
intitulada Intencionalidad, de John
R. Searle (1983), donde el autor explica las
intenciones complejas con el caso de Gavrilo Princip y el asesinato cometido por él del Archiduque
Francisco Fernando en Sarajevo:
Princip
apretó el gatillo.
Disparó la pistola.
Hirió al Archiduque.
Mató al Archiduque.
Asestó un golpe a Austria. Vengó a Serbia.
Explica Searle (1983:
110-111) que Princip “disparó al Archiduque teniendo como medio para ello el apretar
el gatillo e hirió al Archiduque teniendo
como medio para ello el disparar el arma”, y agrega que “las condiciones de
satisfacción de nuestras intenciones van más allá de los movimientos
corporales. Princip movió un solo dedo, pero su
Intencionalidad abarcó al Imperio Austro-Húngaro”.
Como en el caso de Gavrilo Princip, en la retórica los fines pueden enlazarse: la
finalidad de la retórica es hablar bien; hablar bien es el medio para
persuadir; persuadir el medio para obtener la victoria.
Al parecer, Quintiliano había intuido lo
anterior cuando se refiere a tres fines diferentes: (a) la persuasión, (b)
hablar bien, (c) hablar bien con el fin de persuadir[15]. En este
ejemplo los dos primeros fines son simples y el tercero es complejo. Al tercero
se puede enlazar un cuarto que puede ser: (d) vencer en los debates en la
asamblea, (d’) reforzar la fe en la comunidad religiosa, (d’’) informar con
éxito sobre teorías filosóficas, etc.
2. Una segunda solución es distinguir entre fines.
Deberá notarse, en efecto, que no todos los fines se pueden considerar tales.
Por ejemplo, algunos autores antiguos consideraban que “hablar bien” no es un
fin, mientras que para Quintiliano unos fines residían en el acto y otros en el
efecto, y “hablar bien” se refiere al fin en el acto[16]. Puede considerarse al primero “función” (ergon, officium, munus), y al
segundo, “fin” (telos,
finis)[17]. Desgraciadamente los textos antiguos no son consistentes
en el empleo de ambos términos y a menudo se utiliza la noción de función por
la de fin. Se habla de una contaminación entre ambos conceptos —(véase Calboli, 1979: 253-254)—.
También podría distinguirse entre skopós o fin primario, que siempre es alcanzado, y telos o fin
último, que puede no lograrse —(véase Liebersohn, 2010: 139)—, pero también en este caso los
términos son confusos.
3. Una tercera solución, la cual nos interesa desarrollar
aquí, es que, en el campo de la retórica, [41] la noción griega de pistis (πίστις) y la correspondiente latina de fides constituyen la finalidad de
la retórica, aunque pueden tener otros empleos (por ejemplo, el de
“argumento”). Aunque aparecen poco mencionadas en las definiciones citadas,
ambas nociones tienen una gran importancia como fin o telos de retórica. Baste señalar
que, en Aristóteles, la retórica se orienta a la obtención de la pistis por parte
del hablante y, como veremos, Cicerón la emplea de manera clara para referirse
a la convicción o confianza. Asimismo, la noción de pistis puede descubrirse en
Aristóteles, cuando afirma que lo propio de la retórica es “ver lo convincente
y lo que parece convincente” (Arist., Rh., 1355b15)[18]. En este caso se emplea la palabra to pithanón (τὸ πιθανόν), que se traduce de diverisas
maneras: “lo creíble” y, sobre todo, “lo que es persuasivo”, pero parece más
adecuado el sentido de “convincente”[19], que es precisamente el sentido de pistis, palabra
que tiene diversos sentidos que pueden dar una idea de la multiplicidad de los
fines de la retórica, demostrar lo cual es también un propósito de esta
exposición.
a. La raíz de pistis
Para mostrar la multiplicidad de los fines resulta muy adecuado partir
del argumento etimológico. Pistis está emparentada al término latino fides, y ambas derivan de la raíz indoeuropea
*bheidh-, con
alternancia vocálica en *bhidh- y *bhoid-, cuyo sentido originario es “crédito” y
“garantía” o bien “confianza” y “fidelidad”. Tanto *bheidh- como *bhidh- dan origen a dos subconjuntos de
términos que se diferencian en general con bastante claridad, que en seguida se
van a exponer.
a’. *bhidh-, “confianza”
De la raíz en grado cero proviene la palabra pistis (πίστις), un nombre de acción que significa “fe”, “confianza”
o “crédito”, que no aparece en Homero y sólo una vez en Hesíodo,
en una expresión sentenciosa: “confianzas y desconfianzas pierden a los
hombres” (Hes., Op., 372)[20], aunque tal vez sea un pasaje espurio. También
aparece en Teognis[21] y en los trágicos, pero es poco frecuente en la prosa
del siglo V. Por ejemplo, en Andócides aparece dos
veces y en Antifonte cuatro (Pantelia,
1999).
En cuanto a sus connotaciones, en su origen no indica
la “fe” o “confianza” que el sujeto deposita en alguien que es confiable (“yo
confío en X”). En el Nuevo Testamento este sentido es básico: es la “fe” en
Cristo, que no es una fe verosímil, sino una convicción. En época clásica la pistis es la
confianza o convicción que el sujeto pretende inspirar en su público o su
interlocutor; mediante actos orales o no, el sujeto pretende hacerse confiable
al otro. Según Gorgias, “la vida no es vida para
quien está privado de la confianza” (Gorg., Palam., 21)[22], no queriendo decir que eso suceda cuando el sujeto
no confía en los demás, sino cuando los demás no tienen confianza en él.
Esa palabra se comprende mejor si se sustituye con el
término “crédito”, “garantía”. Así, tener o dar una pistis es tener o dar una
“garantía”. Por ejemplo, en la Grecia arcaica, los nobles se vinculaban dentro
de los grupos mediante una pistis, que podría
ser un simple apretón de manos o un acto que constituía una prueba. En la Ilíada (6.233), se observa cómo Glauco y
Diomedes se dan la mano y se prometen fidelidad, aunque en este caso se emplea
el verbo πιστώσαντο[23]. Esta costumbre aristocrática pervivirá en el siglo V
entre las facciones antidemocráticas. Eufileto y sus
camaradas se dieron mutuamente una prueba o prenda de fidelidad o pistis, que
consistió en mutilar las estatuas de Hermes, en [42] 415 (Andoc.,
1.67)[24]. El mismo Andócides cuenta
que un tal Dioclides llegó a un acuerdo con algunos
de los responsables de la mutilación, para no denunciarlos, y en la Acrópolis
sellaron ambas partes el acuerdo dándose mutuamente una pistis, una prueba de fidelidad (Andoc., 1.43)
que podría ser un juramento o darse un apretón de manos. Así, la pistis es tanto
el medio (el apretón de manos, la prueba) como el fin o resultado.
El adjetivo pistós (πιστός), que también deriva de la raíz *bhidh-, permite entender lo
anterior. Con esa palabra se califica a personas, animales o cosas en un doble
sentido, ya sea “que dan confianza” o bien “que tienen confianza en alguien o
en algo”. Es decir, puede significar tanto “confiable” como “confiado”. Así,
por ejemplo, un juramento pistós es un juramento en el que se puede tener confianza;
asimismo un hombre pistós
es alguien que inspira confianza, y por lo tanto “digno de fe” o “de crédito”,
“creíble”, “confiable” o “seguro”.
Por otra parte, la connotación en sentido opuesto, la de alguien que
confía o cree en otro, aunque se encuentra ya en la tragedia, se extenderá en
la literatura cristiana: ὁ πιστός es el
“creyente”, el crisόtiano. El neutro
sustantivado τὸ πιστόν se refiere
al “crédito”, a la “garantía” que se ofrece para tener esa confianza[25]. Así, en
los textos de época clásica, τὰ πιστά son las
muestras de crédito: “dar y recibir garantías” de algo, de donde pasó a
significar también “acuerdo”, “alianza”.
De esta manera, la pistis es sobre todo la confianza
o convicción o crédito que el hablante logra crear en el destinatario, y logra
su cometido mediante un apretón de manos, juramentos, regalos o palabras. Tales
sentidos se observan también en las relaciones comerciales, donde la pistis, entendida
como confianza mutua —(véase Faraguna, 1912: 363)—, es
indispensable en la sociedad para el intercambio de bienes y el desarrollo económico;
también significa “crédito”, en sentido económico, con base en el “dinero” o
“capital”, como cuando Demóstenes define pistis o “crédito”, como “el
mejor capital para hacer negocio” (Dem., 36.44)[26]. Los banqueros deben gozar de buena reputación o confianza
y tener crédito o solvencia económica —(véase Faraguna, 1912: 366)— y ambas cualidades se designan con la
palabra pistis.
En este caso, el dinero es lo que da crédito a una persona en el ámbito
económico.
Ahora, volvamos a la palabra to pithanón. Se podrá observar que
Aristóteles emplea esa palabra en otros pasajes de su Retórica, en particular en la definición de esta (1355b25-26).
Quintiliano, en su traducción de la definición aristotélica, emplea la palaba
latina persuasibile, que la mayoría de los estudiosos ha
seguido. Sin embargo, es preferible emplear una de las connotaciones comunes de
pistis: “confianza”, “credibilidad”,
“convicción”, como lo hace Quintín Racionero: “una facultad de teorizar lo que
es adecuado en cada caso para convencer”
(Aristóteles, 1999). En otro pasaje, dice Aristóteles, que la función de la
retórica no es persuadir (πεῖσαι ἔργον αὐτῆς), sino ver “los medios de convicción más pertinentes”
en cada caso (tà hypárkhonta pithanà, τὰ ὑπάρχοντα πιθανά). Recientemente, Megan Foley (1913: 142) interpretó tà hypárkhonta pithanà como “probabilidades, plausibilidades, persuasibilidades que existen antes de que la obra de
persuasión empiece”[27].
[43]
a’’. *bheidh-, “persuasión”
Hasta aquí hemos visto que los derivados de la raíz con vocalismo cero,
como pistis
y pithanón, entre otros, presentan las nociones de
“fe”, “creencia” o “convicción”, pero no ofrecen la noción de “persuasión”,
que, en cambio, se encuentra en la serie de palabras derivadas de la raíz *bheidh-, con
vocalismo e[28]. De esa raíz proviene un numeroso grupo de términos en
griego, en primer lugar, el verbo medio-pasivo peithomai (πείθομαι), que tiene
una clara connotación originaria de “tener confianza”, “ser persuadido” y
“obedecer”[29]. También de la raíz en e proviene el transitivo activo peíthô (πείθω), que es secundario, y tiene el sentido de
“persuadir”, por cualquier medio, ya sea mediante el razonamiento, las
plegarias, el dinero o la fuerza, como indica Pierre Chantraine,
haciéndose eco de las fuentes antiguas[30]. De ahí proviene también el sustantivo abstracto peithô (πειθώ), “persuasión”, que se dis
tingue del verbo por el acento agudo y que se emplea también para designar a la
diosa Persuasión, además de los adjetivos
peithós (πειθός) y peistikós (πειστικός)[31], “persuasivo”. Se podrá observar que el significado
de este último es muy diferente del adjetivo pistikós, que significa “fiel”,
“fiable”, según Liddell, Scott y jones (1968). En la Retórica a Alejandro, la palabra peithô aparece
sólo una vez hacia el final, en un pasaje considerado espurio. En cambio, la
palabra pistis
predomina en esa obra.
En consecuencia, para Aristóteles, lo propio de la
retórica no es la persuasión sino la fe, la confianza, o el crédito, como
aparece claro al comienzo del libro II de la Retórica, donde se afirma, por ejemplo, que es muy importante, para
alcanzar la pistis, cómo se presente el orador, etcétera (Arist., Rh., 1377b25 ss.).
Se acostumbra traducir pistis
como “persuasión”, es decir, como si fuera sinónimo de peithô, tal vez llevados por la tradición platónica, pero ya se ha dicho
que la pistis
es más “confianza”, “crédito” y “convicción” que “persuasión”. Cuando se pierde
la pistis, se pierde también la facultad de
persuadir, tal como sucedió a Casandra, la profetiza verídica, quien, por haber
violado un juramento, perdió la facultad de persuadir y sus palabras no tenían
ya ningún poder sobre los demás (Detienne, 1983: 69).
La pistis
es condición de peithô,
pero no al contrario.
b. Fides
La palabra griega pistis
(πίστις) corresponde etiomológicamente
a la latina fides. También en su sentido son semejantes.
En época arcaica Pistis era una gran diosa de la
confianza y la credibilidad[32], diferente de Peithô, deidad augusta de la seducción y del
engaño. La diosa Pistis, según Marcel Detienne (1983: 68-75), “era rigurosamente paralela a la
diosa Fides, de los romanos”, desde la época del
rey Numa, sucesor de Rómulo, quien había levantado un
santuario en honor de Fides (Liv.,
1.21.3), divinidad de origen sabino, protectora del juramento —con el que a
veces se llega a confundir—, de las negociaciones y de las relaciones
diplomáticas, lo que muestra la importancia que para aquel rey tenía el respeto
mutuo a los acuerdos, los pactos y las alianzas bajo juramento entre [44] los
pueblos[33]. Los romanos volvieron a levantar un templo a esa
deidad, uno de los más antiguos de Roma, cerca del dedicado a Júpiter
capitolino. La deidad tenía su propio ritual que se celebraba en el Capitolio
el 1 de octubre y tenía sus propios ministros, los Feciales, encargados de
declarar la guerra y hacer la paz. Se representaba su imagen en monedas romanas
desde época republicana y sobre todo en la imperial[34].
No son extrañas estas manifestaciones. En el mundo
romano, la fides
tuvo una importancia tan grande que los romanos se autorrepresentaban
a sí mismos como el pueblo de la fides[35]. En su origen, fides, como pistis, resalta la inviolabilidad de la
palabra dada, y un apretón de manos es suficiente para darse mutua confianza.
Por eso en Roma, las manos agarradas simbolizan la fides. Esta palabra se refiere,
por tanto, a un comportamiento moral de respeto a un acuerdo y en este sentido
garantiza los estrechos vínculos de confianza que deben existir ya sea entre
los ciudadanos en todos los ámbitos de su vida privada y pública, como en las
relaciones públicas internas de la comunidad o externas entre los pueblos. La fides es más una
especie de contrato, un acuerdo entre las partes. Por ello la palabra fides se vincula
a foedus,
que en su forma arcaica era fidus, “pacto” o “alianza”[36].
Sin embargo, hay una gran diferencia entre la pistis de los
griegos y la fides
de los romanos. Entre estos últimos, la fides se daba fundamentalmente entre desiguales: entre
vencedor y vencido, entre patrón y cliente, entre acreedor y deudor, entre
magistrado y ciudadano. El cliente debe a su patrón respeto y obediencia y
éste, a su vez, está obligado a proteger a su cliente de agresiones de terceros
(Adamietz, 1996: col. 269). Roma impone la fides, esto es,
su poder, su superioridad; el pueblo
vencido acepta la fides,
la lealtad a los vencedores y estos
aseguran la protección de los
vencidos. Así, la fides
significa tanto poder y protección como lealtad, conforme a los roles que desempeñen las partes.
En cambio, entre los griegos la relación era
fundamentalmente igualitaria, era un compromiso de fidelidad a la palabra dada
o al convenio establecido, ya sea entre los miembros de la nobleza o bien entre
los ciudadanos. La mano se da entre iguales. Por eso, no siempre era fácil
traducir una palabra con la otra (Momigliano, 1987:
283).
La palabra latina fides tiene otra connotación que Chantraine (1983: 74-76) ha estudiado muy bien. Dice este
autor (1983: 75) que “el sentido de la palabra fidēs se relaciona de forma
inexacta en nuestros diccionarios, de forma tan errónea que ni siquiera se
puede comprender la construcción de los primeros empleos”, y puede darse el
caso de que se le atribuya un sentido contrario. Por ejemplo, fides est mihi no significa “tengo confianza [en alguien]”, sino
lo contrario, “[alguien] tiene confianza en mí” que es lo mismo que “yo inspiro
confianza [en alguien]”. Un segundo ejemplo es la expresión fidem habere alicui
que no significa “tener confianza en alguien”, sino más bien “atribuir a
alguien la confianza que le pertenece” (Chantraine,
1983: 74). Por último, la expresión fidem facere orationi (Cic., De inv.,
27) significa “crear mediante un discurso la fides” (Chantraine,
1983: 75), y de ahí, “dar garantía” o “probar”.
Hasta aquí hemos visto que la palabra fides cubre un
amplio rango de connotaciones: “poder”, “obediencia”, “crédito”, “garantía”,
“confianza”, etc. El problema de cuál es el sentido originario de fides se resuelve
en parte si se está de acuerdo en que la palabra adquiere diversos matices en
los diferentes contextos en los que se encuentra y de acuerdo con la finalidad (telos)
discursiva, lo que sería una teoría
económica de la fides,
esto es, que el sentido se adecua al campo específico en el que se aplica. En
el ámbito de la retórica tiene el sentido primario de “confianza”, al que se
agrega la connotación secundaria de “persuasión”.
[45]
3. La fides en la retórica latina
Hemos visto que en el ámbito de la retórica latina la
palabra griega peithô
se traduce como persuasio,
y que los autores latinos emplean con frecuencia este término para referirse a
la finalidad de la retórica. Sin embargo, ya se ha dicho que no hay unanimidad.
Quintiliano cita esas definiciones y la finalidad de la retórica para
criticarlas; el autor de la Retórica a Herenio no se ocupa del asunto. Es cierto que en el Acerca de la invención de Cicerón el fin
de la retórica es “persuadir con el discurso”[37]. En cambio,
Divisiones oratorias es el manual de
la fides, pues aparece veinticuatro veces frente
a dos de persuadere.
Es central la confianza y la credibilidad de parte de los jueces, además del
mover las pasiones (Cic., De part., 5):
C.F. Entonces, puesto que la invención es la primera [acción] del
orador, ¿qué buscará?
C.P. Que encuentre de qué modo produzca
credibilidad en quienes quiera persuadir y de qué modo conmueva sus ánimos.
C.F. ¿Con qué cosas produce
credibilidad?
C.P. Con argumentos […] C.F. ¿Qué es un argumento?
C.P. Lo probable encontrado para producir
credibilidad.
C.F. Quoniam igitur invenire primum est
oratoris, quid quaeret?
C.P. Ut inveniat quemadmodum fidem faciat eis quibus volet
persuadere et
quemadmodum motum eorum animis afferat.
C.F. Quibus rebus fides fit?
C.P. Argumentis […]
C.F. Quid est
argumentum?
C.P. Probabile inventum ad faciendam fidem.
Podrá observarse que el fidem facere antecede al persuadere. Más adelante, Cicerón
define la fides
como “opinión firme”, firma opinio (De part., 9) y añade que el fin de la propositio es la credibilidad (De part., 9);
además, hace una distinción, pues indica que las partes del discurso llamadas
narración y confirmación, al igual que la amplificación, tienen como función
producir credibilidad, es decir, fides, mediante el
discurso, mientras que el principio y el fin del discurso se orientan a la
conmoción de los ánimos (De part., 27). Cuando Cicerón emplea fides en la confirmación y la
refutación, lo hace en el sentido preciso de pistis.
En cuanto a Quintiliano, podrá llamar la atención que
emplee persuadere
como finalidad de la retórica, donde podría esperarse “ad faciendam
fidem”. Pero ya hemos dicho que él registra esa
finalidad para rechazarla, pues considera que el fin es hablar bien, bene dicere, y
que el bene dicere
puede llevar a la persuasión, pero ello ya no es objeto de la retórica, como no
lo es tampoco el éxito, que son fines
extrínsecos al arte.
Además de los sentidos indicados, fides presenta numerosas
connotaciones, como auctoritas, testimonium, argumentum, documentum[38], que dificultan su comprensión en otra lengua.
Traducir pistis
por fides o
en sentido inverso resultaba poco claro. Es probable entonces que Quintiliano
hubiera preferido precisar los sentidos con otras palabras. Así sucede, por
ejemplo, con el término empleado para referirse a los argumentos. Dice el
autor: “Los griegos llaman a todos estos [argumentos] pistis, que, aunque podemos
traducirla de modo apropiado como fides, sin embargo, la denominaremos de modo más libre como probatio” (Quint., Inst. or., 5.10.8)[39]. De tal manera, cuando leamos en Quintiliano el término
retórico probatio
deberemos pensar en pistis,
y lo mismo sucede con la palabra argumentum, persuasio y otros términos técnicos latinos englobados
en la fides
retórica.
De cualquier modo, Quintiliano presenta en algunos
pasajes el empleo de fides
como finalidad. Por ejemplo, cuando afirma “confiemos en los sumos oradores que
reciben los poemas de los antiguos o para
dar credibilidad a sus discursos o para [46] ornamentar su elocuencia” (Quint., Inst. or., 1.8.10-12)[40] o bien, el juez “cree que es más fácil aquello que es
placentero al oído y es conducido a la
confianza por el deleite” (Quint., Inst. or.,
4.2.119)[41]. En ambos casos, la fides es la finalidad del orador.
4. Conclusiones
De lo anterior podemos concluir lo siguiente:
a. En la retórica antigua la tendencia mayoritaria
consideraba como finalidad de la retórica la persuasión, según los registros de
Sexto Empírico y Quintiliano, aunque ambos se oponían a esa idea, porque no
sólo las palabras persuaden, sino también el dinero, el placer o la belleza.
Además, el conocimiento de la retórica no garantiza el éxito. Por ello, el
primero consideraba que la retórica no existía, pues no tenía una finalidad
propia, mientras que el segundo creía que la finalidad de la retórica no era
persuadir sino hablar bien. Los estudiosos modernos han seguido este último
camino y pocas veces mencionan que la finalidad de la retórica sea la
persuasión.
b. El problema de la persuasión retórica puede explicarse
de tres maneras: (a) los fines pueden ser simples o compuestos; (b) no existía
una precisión terminológica, pues a veces la persuasión era considerada como
una función (ergon,
officium) y otras como una finalidad (telos, finis), de modo que se puede distinguir una finalidad
en el acto y otra en el efecto, que podríamos llamar intrínseca y extrínseca.
c. La tercera razón —que aquí se ha desarrollado— es que pistis y fides indican la
finalidad de la retórica, pero la amplitud de connotaciones de ambas palabras
impide delimitar esa finalidad de manera precisa. El grupo de palabras a la que
pertenece pistis
se puede dividir en dos subgrupos: el primero, en pist- (pistis, pistós, pisteuô,
etcétera) indican, de manera primaria, “fe”, “confianza”, “convicción” o
“garantía”; el segundo, en *peith- (peithô, verbo, y peithô sustantivo, además de otras palabras) indican
“persuasión”. Podrá observarse que Aristóteles y Anaxímenes
de Lámpsaco utilizan el primer subgrupo de palabras.
Ello indica que la finalidad de la retórica en ambos autores es la “confianza”,
no la persuasión.
d. La palabra fides tuvo una enorme importancia en el mundo latino, con
una gran riqueza de empleos: religioso, político y económico. A primera vista
parece que tuvo escasa importancia en el campo de la retórica. Sin embargo, una
atenta observación muestra que palabras como probatio, argumentum o persuasio en realidad precisan
algunas connotaciones de fides.
Los diferentes vocablos parecen referirse a diversos aspectos de ella.
Por tanto, si la interpretación anterior es válida,
estaremos entonces reencauzando la orientación de la retórica antigua: las dos
palabras, pistis
y fides, y sus derivados (τὸ πιθανόν, πειθώ y πείθειν y probatio)
encierran un amplio rango de connotaciones que indican diversos fines, como
producir fe, confianza, crédito o convicción, de manera que la persuasión o es
sólo una de las posibles finalidades de la retórica o un subproducto de la pistis-fides. Entendida la finalidad de la retórica
de esta manera, y despojada de las connotaciones negativas que vehicula el
término “persuasión”, el arte de la palabra podrá devenir en un instrumento más
amplio y útil para la hermenéutica, la argumentación y la filosofía.
[47]
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[1] La versión original de este
artículo fue presentada en las III Jornadas Latinoamericanas de Investigación
en Estudios Retóricos, celebradas en la Facultad de Ciencias Humanas, de la Universidad
Nacional de Villa María (Córdoba, Argentina), el 22 de junio de 2015.
[2] En el parágrafo 2 se ofrecen
algunas definiciones y el 3 se dedica a refutar que el fin de la retórica sea
la persuasión o el hablar con el fin de persuadir (§3: “in persuadendo
aut in dicendo apte ad persuadendum”), pues no se persuade sólo con las palabras,
sino también con el dinero, el favor, la autoridad, el crédito, el aspecto,
etc. Agrega en seguida otras múltiples definiciones, hasta el parágrafo 36,
decidiéndose por la definición estoica, según la cual la retórica es la ciencia
de hablar bien (§38: “scientia bene dicendi”), definición en la cual se encuentra también su
finalidad.
[3] En los parágrafos 2-9, Sexto Empírico presenta
tres definiciones de retórica: 1) Primero registra la atribuida a Gorgias: ῥητορική ἐστι πειθοῦς δημιουργὸς διὰ λόγων, ἐν αὐτοῖς τοῖς λόγοις τὸ κῦρος ἔχουσα, πειστική, οὐ διδασκαλική (§2, en referencia a Pl., Grg., 453a, 454a y 455a). Refuta que
la persuasión se dé sólo mediante discursos, pues también se alcanza mediante
el dinero, la fama, el placer y la belleza, y refuta también que la retórica
sea la única que logra persuadir mediante la palabra, pues lo mismo logran
otras disciplinas como la medicina. 2) En seguida incluye la definición del
platónico Jenócrates y de los filósofos estoicos,
quienes afirmaban que ῥητορικὴν ὑπάρχειν ἐπιστήμην τοῦ εὖ λέγειν, aunque el primero toma ἐπιστήμη en sentido de τέχνη y los
segundos en el de βεβαίας ἔχειν καταλέψεις, ἐν σοφῷ μόνῳ φυομήνην, es decir, “tener aprehensiones firmes,
produciéndose [la ἐπιστήμη] sólo en el hombre sabio” (§6), y en seguida
se refiere a las diferencias entre retórica y dialéctica. 3) Por último, retoma
una definición de las Artes retóricas
de Aristóteles más simple que las anteriores: τέχνην λόγων, “arte de palabras”, sin considerar la célebre
definición aristotélica (véase la nota 5 de este artículo). A la objeción de
que el arte de la medicina también es el arte del discurso médico, la respuesta
consiste en afirmar que el arte médico dirige su discurso a un fin, que es el
de la salud; la retórica, en cambio, es el arte de la palabras solamente. En
los parágrafos 60-71 se discute precisamente la causa final o telos de la
retórica. Sexto Empírico niega que la retórica tenga un fin, de manera que la
retórica no es un arte y, en consecuencia, no existe. La mayoría de los autores
antiguos establece como finalidad de la retórica persuadir (πείθειν) o la persuasión (πειθώ, τὸ πιθανόν). Su
refutación se da en torno a los tres sentidos de τὸ πιθανόν, que son
los siguientes: 1) lo que es plenamente verdadero, que aprobamos debido a la
impresión de verdad que se le da; 2) lo que es falso, pero aprobamos por la
misma impresión de verdad que se le da (los que los rétores
llaman verosímil o eikós);
3) la verdad y la falsedad en común (§63). En torno a estos tres modos se
ofrece una larga discusión que pretende demostrar que la retórica no tiene como
fin τὸ πιθανόν, pues no persuade de lo que es evidentemente
verdadero o falso y tampoco de lo falso, pues no existe un arte de lo falso
(excepto que la retórica no sea un arte) y tampoco persuade de lo que es en
común verdadero y falso, por las mismas razones anteriores (§§64-71). Luego
pasa en revista otros posibles fines de la retórica (descubrir las palabras
apropiadas, producir opinión en los jueces o lo útil), que no son del interés
de este trabajo.
[4] πειθοῦς δημιουργός, que Quintiliano (Inst. or., 2.15.10) atribuye a Isócrates,
y Sexto Empírico (Ad. math.,
2.2 y 61) tanto a Gorgias como a Jenócrates.
[5] ἔστω δὴ ἡ ῥητορικὴ δύναμις περὶ ἕκαστον τοῦ θεωρῆσαι τὸ ἐνδεχόμενον πιθανόν.
[6] πείθειν τέχνῃ, expresión que se encuentra en un pasaje
donde quien habla es la retórica
personificada.
[7] ἐπιστήμην πειθοῦς (en S.E.,
Ad math., 2.62). En 60-62, Sexto Empírico incluye
definiciones de otros autores, donde aparece siempre la persuasión (πείθειν, πειθώ, etc.).
[8] “Dicere persuasibiliter in dubia civile materia”.
[9] En relación con Protágoras,
véase Pl., Prot.,
312d7: ἐπιστάτην τοῦ ποιῆσαι δεινὸν λέγειν. El pasaje de Platón es Phdr., 258d4-5: καλῶς λέγειν τε καὶ γράφειν. El adverbio no significa “bellamente”.
[10] Véase Cic., De fin., 3.6.22 (= SVF 3.18), donde
Cicerón presenta el ejemplo del arquero que hace todo lo posible por dar en el
blanco, y esto para él es el sumo bien, aunque no sea coronado por el éxito.
Véase Natali (1995: 174).
[11] οὐκ ἄρα τὸ πείθειν ῥητορικῆς ἐστι τέλος. S.E., Ad.
math., 2.2: πολλά ἐστι τὰ πειθὼ τοῖς ἀνθρώποις ἐνεργαζόμενα χωρὶς λόγου, καθάπερ πλοῦτος καὶ δόξα καὶ ἡδονὴ καὶ κάλλος.
[12] “Verum et pecunia persuadet et gratia et auctoritas
[…]”. Véase Liebersohn (2010: 152).
[13] “Ea est scientia bene dicendi”. “Finitio rhetoricen esse bene dicendi scientiam” (Quint., Inst. or., 2.15.34). Véase Natali
(1996: 171).
[14] “Tendit quidem ad victoriam qui dicit, sed cum bene dixit,
etiam si non vincat, id quod arte continetur effecit”.
[15] Véase Quint., Inst. or., 2.15.3: “Hi fere aut in persuadendo, aut in dicendo apposite ad persuadendum positum orandi munus sunt arbitrati”.
[16] Véase Quint., Inst. or.,
2.17.25: “Nam est ars ea, ut paulum
clarius ostendemus, in actu posita non in effectu”.Véase Liebersohn
(2010: 139-140), quien ve aquí una distinción entre telos y skopós.
[17] A veces, una función y un fin pueden
coincidir. Por ejemplo, en el caso de la vista, la visión es ambas cosas:
función y fin.
Véase Arist.,
Metaph., 1050a25.
[18] τῆς αὐτῆς τό τε πιθανὸν καὶ τὸ φαινόμενον ἰδεῖν πιθανόν. La traducción es de Racionero, en Aristóteles (1999). Otras traducciones son: “It is further evident that it belongs to Rhetoric to discover the real and apparent means of persuasion” (Freese); “Inoltre è evidente che è proprio de la retorica scoprire ciò che è persuasivo e ciò che è solo apparentemente persuasivo” (Plebe, en la Biblioteca Universale Laterza).
[19] La primera es de Antonio Tovar, la segunda de Montanari (Mondadori).
[20] πίστεις καὶ ἀπιστίαι ὤλεσαν ἄνδρας.
[21] Véase, por ejemplo, Theog.,
831: πίστει χρήματ’ ὄλεσσα, ἀπιστίῃ δ’ ἐσάωσα, “por confianza perdí mis bienes, por
desconfianza los salvaguardé”.
[22] βίος δὲ οὐ βιωτὸς πίστεως ἐστερημένῳ.
[23] Hom., Il., 6.233: χεῖράς τ’ ἀλλήλων λαβέτην καὶ πιστώσαντο, “se dieron la mano y se aseguraron lealtad”.
[24] Véase Faraguna (1912: 357).
[25] En la Odisea
se encuentra sólo en dos pasajes, uno en singular, para referirse al camarada
fiel (Od.,
15.539) y otro en plural, para indicar, en voz de Agamemnón
en el Hades, que “ya no hay fidelidad en las mujeres”, las mujeres no tienen
crédito, no se puede confiar en ellas (Od., 11.456).
[26] πίστις ἀφορμὴ τῶν πασῶν ἐστι μεγίστη πρὸς χρηματισμόν.
[27] Dos pasajes del Poema de Parménides resultan
del mayor interés: (a) Parm., 8.12: οὐδέ ποτ’ ἐκ μὴ ὄντος ἐφήσει πίστιος ἰσχύς / γίγνεσθαί τι παρ’ αὐτό, “ni jamás permitirá que del no ente la fuerza
de la confianza surja junto a él [= al no ente]” —véase Kirk-Raven (1987: 359): “ni la fuerza de la convicción permitirá jamás que de lo no ente nazca
algo además de ello”—; (b) Parm., 1.30: ἠδὲ βροτῶν δόξας, ταῖς οὐκ ἔνι πίστις ἀληθής, “las opiniones de los mortales en las que no
hay verdadera confianza”. Es verdad
que πίστιος ἰσχύς podría traducirse también como “fuerza de la
prueba”, “fuerza de la argumentación”, pues se piensa que la pistis es aquí
fuertemente racional —véase Cerri (1999: 224) en su
comentario a este pasaje—. Sin embargo, la “fuerza de la convicción” sí
permitiría que naciera del no ente algo fuera del ente. Pero en las opiniones
no hay confianza o garantía verdadera (Parm., 1.30).
[28] Véase la diferencia en Doxopatr., In Aphth.,
2.120.2: Τέλος δὲ τῆς ῥητορικῆς οὐ τὸ πεῖσαι ἀλλὰ τὸ πιθανῶς εἰπεῖν. “El fin de la retórica no es persuadir, sino hablar de modo
convincente”.
[29] Por ejemplo, en Od., 1.414 Telémaco asegura a Eurímaco que οὔτ᾽οὖν ἀνγγελιῃ ἔτι πείθομαι, “ya no confío en noticia alguna”, acerca del
posible retorno de su padre, mientras que en 2.106 y 24.141, se dice que
Penélope durante tres años ἔπειθεν Ἀχαιοὺς, “persuadía a los aqueos” tejiendo de día y
deshilando de noche la gran tela, y en otros pasajes de la misma obra se emplea
la fórmula “persuadir mi ánimo”, ἐμὸν θυμὸν ἔπειθε (Od.,
7.258, 9.33 y 23.337). Así también Eumeo tiene un
“ánimo desconfiado” (Od., 14.391: θυμὸν ἄπιστος) y Odiseo no logra convencerlo (Od., 14.392: οὐδέ σε πείθω).
[30] Véase Chantraine
(1968-1980) en la entrada Πείθομαι. Antipho., 5.94: Τὸ δὲ τοὺς κατηγόρους διαβάλλειν οὐδέν ἐστι θαυμαστόν. Τούτων γὰρ ἔργον τοῦτο, ὑμῶν δὲ τὸ μὴ πείθεσθαι τὰ μὴ δίκαια. Τοῦτο μὲν γὰρ ἐμοὶ πειθομένοις ὑμῖν μεταμελῆσαι ἔστιν, καὶ τούτου φάρμακον τὸ αὖθις κολάσαι, τοῦ δὲ τούτοις πειθομένους ἐξεργάσασθαι ἃ οὗτοι βούλονται οὐκ ἔστιν ἴασις, “no es extraño en absoluto que mis acusadores
me calumnien, pues ése es su oficio, pero el vuestro es no obedecer lo que es injusto, pues, por un lado, si vosotros me
hacéis caso, podréis reenviar el
asunto y su remedio será castigarme en un segundo momento, pero no hay remedio si hacéis caso a éstos y lleváis a cabo
lo que ellos quieren”.
[31] Otro derivado más es el sustantivo muy poco
frecuente πεῖσα que significa “obediencia”, y que aparece una
sola vez en la Odisea (20.23).
[32] Theogn., 1137: Πίστις, μεγάλη θεός.
[33] Véase Buono-Core
(2013).
[34] Sobre estas y otras tradiciones, véase Momigliano (1987: 281)
[35] Véase Momigliano
(1987: 281) y Adamietz, Haspel
y Kemmann (1996: 268) “Fides
bezeichnet eine der zentralen Vorstellungen im Selbsverständnis der Römer”.
[36] Estos empleos de las palabras en cuestión son
los más comunes, a los que se limitan el Daremberg y Saglio (1873) en la entrada Fides, y la Real-Encyclopedie de Pauly y Wissowa (1940) en la entrada Pistis.
[37] Cic., De inv., 1.6: “finis
persuadere dictione”.
[38] Véase Thesaurus Linguae Latinae, vol. 6.1 (1912-1926: col. 671) en la entrada Fides.
[39] “Haec omnia generaliter pistis appellant, quod etiam si pro-
pria interpretatione dicere fidem possumus,
apertius tamen probationem interpretabimur”.
[40] “Denique credamus summis oratoribus, qui veterum poemata vel ad fidem causam
vel ad ornamentum eloquaentiae adsumunt”.
[41] “Credit facilius quae audienti iucunda sunt et volup-
tate ad fidem ducitur”.