“Argumentando se entiende la gente”
de Michael A. Gilbert
Reseña
Universidad Autónoma de Nayarit
Nayarit, México
Fecha de recepción: 12-05-18
Fecha de aceptación: 13-06-18
González
Delgado Á. A. (2018). “Argumentando se entiende la gente” de Michael A. Gilbert
Quadripartita Ratio: Revista de Retórica y Argumentación, 3(6),
48-51. ISSN: 2448-6485
[48]
Gilbert, Michael (2017). Argumentando se entiende la
gente
(Traducción de Fernando Leal Carretero).
Guadalajara,
México: Universidad de Guadalajara.
(159 pp.)
ISBN:
978-607-742-882-4
Aquella célebre frase de Baltasar Gracián que
dice: “lo bueno, si breve, dos veces bueno” bien podría emplearse para
caracterizar el libro Argumentando se entiende la gente de Michael A.
Gilbert[1], una
obra cuya estructura la conforman tan sólo tres cortos apartados: parte 1, Todo
sobre los argumentos; parte 2, Todo sobre los argumentadores; y
parte 3, Argumentando se en- tiende la gente. Esto, claro está, además
de su Introducción, secciones de Ejercicios y Lecturas recomendadas. El libro
en su totalidad, al menos en su versión en español, ronda 145 páginas [50]
aproximadamente. En eso le va su brevedad. Lo bueno del libro, en cambio, no se
reduce a lo breve de este sino que obedece a otras razones. Una de ellas es la
forma clara con que en este se expresan las descripciones, tesis y
argumentaciones contenidas en él. El lenguaje empleado por su autor es cortés y
ameno, pensado y dirigido para un público que se aproxima a la teoría de la
argumentación contemporánea desde algunos saberes previos pero igual desde el
desconocimiento total (suponiendo que eso sea posible) de aquellos lectores que
por primera vez se acercan al tema de la argumentación.
Ahora bien, en cuanto
a su contenido y no sólo a su forma, existen también razones para sostener una
valoración positiva del libro mismo. Por ejemplo, mostrar la necesidad de
complementar o, mejor, ir más allá de las meras técnicas que se suelen aprender
en un curso de pensamiento o razona- miento crítico; técnicas que, por lo
común, suelen enfocarse en los argumentos entendidos como pro- ductos y no
tanto como prácticas dinámicas entre personas. Argumentando se entiende la
gente busca atender entonces lo que ocurre entre personas reales cuando
argumentan, en situaciones reales de argumentación; no sólo se pretende llevar
a cabo un análisis al respecto, sino con base en ello propiciar el desarrollo
de habilidades argumentativas.
Otra de
las razones para
valorar el libro tal como lo hemos hecho es que su autor logra sintetizar una
serie de ideas tanto propias como ajenas, según él mismo lo explica, en torno a
la argumentación misma; ideas aquellas que se vienen formando tiempo atrás pero
que ahora son presentadas refinadas y sintetizadas: principalmente la
distinción entre argumentación clínica y emocional, y argumentación
caótica y argumentación ordenada. Dicha distinción beneficia para
una mejor y mayor comprensión del tipo de dinámica argumental que puede
suscitarse. Aunado a esto, Gilbert incorpora de los pragma-dialécticos
su propuesta de las etapas de una discusión (argumentación). Esto es de
suma importancia, pues —siguiendo a Gilbert— saber en qué etapa de la discusión
(argumentación) nos encontramos nos permite también saber a dónde ir o a dónde
volver y enmendar la situación. Sin embargo, el autor de Argumentando se
entiende la gente pausa —por decirlo así— y advierte que, a pesar de la
distinción hecha atrás y de la inclusión de las
etapas de la argumentación, se debe tener muy presente que la argumentación se
desarrolla desde distintos tipos. En una simplificación horrorosa, según
se señala en el mismo texto, los tres tipos de argumentación que se distinguen
son estos: de investigación, cuya meta es la verdad; de persuasión,
donde la meta es inducir una creencia en alguien; y por último, de
negociación, donde la meta es un acuerdo mutuamente ventajoso. Hasta aquí,
todas estas distinciones, etapas y tipos de argumentación, conforman las consideraciones
que Gilbert hace respecto a los argumentos. Vayamos ahora a la parte de las
personas, de los argumentadores.
Según la
postura de Gilbert, no se debe perder la atención hacia las personas que
argumentan. Eso es fundamental para comprender el proceso y la compleja
dinámica de aquello que llamamos argumentación. En Argumentando se entiende
la gente, se recuperan dos conceptos clave de la teoría gilbertiana:
argumentación multimodal y coalescencia. El primero hace referencia
a una tesis que señala que la argumentación no se reduce a un único modo de
darse, sino, por lo menos, a cuatro modos distintos: lógico, emocional,
visceral y kisceral. La argumentación en
su modo lógico se caracteriza por ser lineal, fácilmente moldeable (o
traducida formalmente), y darse por premisas y conclusión sencillas de
identificar. La argumentación emocional, en cambio, está caracterizada
principalmente por el énfasis que se da a las emociones por encima de lo que se
dice. En este modo, tanto el tono de voz como la expresión corporal son los
aspectos más relevantes, no así las palabras que se enuncian. El tercer modo es
el visceral, que no debe tomarse como un sub-modo del anterior, pues,
aunque en el español comúnmente nos referimos a las discusiones viscerales como
sinónimos de emocionales, Gilbert lo entiende de manera distinta; para él lo
visceral hace referencia [50] a lo físico, a todo lo que rodea de manera
relevante (e incidente) al argumento, a la circunstancia o escenario en que se
da el mismo. Por último, el modo kisceral comprende
todo aquello que concierne a lo intuitivo, a lo espiritual o la fe. Para este
modo argumental en particular se requiere más explicación o bien un ejemplo. El
término proviene de la palabra japonés ki, que
significa energía. Se relaciona a aquellas creencias desde las cuales
argumentamos y que no tienen que ver —al menos no directamente— con los otros
modos. Cuando, por ejemplo, Sofía dice a Lionel que ella no acudirá a esa
fiesta puesto que el lugar donde se llevará a cabo le causa un mal
presentimiento así como el hecho de que algunas de las personas que ahí
estarán presentes le generan malas vibras, Lionel puede responderle que
está loca y no hay razón para creer eso. Sin embargo, el hecho es que Sofía sí
proporcionó sus razones, su argumento, sólo que no fue en un modo lógico sino kisceral. Sofía recurrió a presentimientos y aludió
a cierta energía, o vibras, para justificar que no irá a la fiesta. En
esto, dice Gilbert, puedes estar de acuerdo o no pero el asunto no es —al menos
no por el momento— eso, sino que hemos de reconocer la existencia de dicho modo
argumental y entenderlo tal cual es.
Esos
cuatro modos argumentales muestran, además del hecho de que la argumentación no
es monomodal, que a partir del reconocimiento de los
mismos se puede avanzar o mejorar los procesos argumentales hasta poder lograr coalescencia,
es decir, comenzar con un acuerdo y avanzar hasta toparse con un desacuerdo,
luego fijarse dónde se está y examinar con mucho cuidado cómo evitarlo o
disolverlo. Vale citar aquí literalmente las palabras con las que Gilbert
explica su concepción de coalescencia, que es para él: “…la localización de
valores, creencias y fines compartidos, con lo cual puedes tratar de fusionar
tus intereses con los de tu contraparte y construir sobre cosas básicas sobre
las que hay acuerdo” (Gilbert, 2017: 74). Esto, supone Gilbert, nos lleva a
plantear una difícil pero necesaria regla si pretendemos lograr dicha
coalescencia: “Sé más heurístico que tu contraparte.” Y así con esta regla
—quizá la regla principal de la coalescencia— se da pauta para la última parte
del libro.
En el
tercer y último apartado se persigue conectar satisfactoriamente lo estudiado
en los apartados previos. Se explicitan algunas otras reglas de la
argumentación coalescente y, luego de todo lo esbozado y analizado por Gilbert,
se llega así al terreno práctico, al proceso en acción. Pero todo esto es
antecedido por un ejercicio de clarificación acerca de los conceptos heurística,
ethos y auditorio. Describamos brevemente
dicha clarificación.
Se
mencionó en otro apartado previo que, entre los tipos de diálogo
(argumentación) existentes, uno de ellos es el de investigación; ese mismo
puede ser considerado heurístico, pues es aquel donde se ejerce la
cooperación en su mayor grado posible. Que este diálogo o argumentación se dé
obedece a múltiples factores: historial personal entre las partes
argumentantes, lo que esté en juego, estados de ánimo, relaciones de género y
de poder, el escenario o contexto, entre otros. Estos factores deberán
detectarse por la persona que pretenda llevar a cabo una argumentación como la
que se viene describiendo. El autor de Argumentando se entiende la gente presenta
algunos ejemplos donde se observa cómo puede suscitarse un diálogo heurístico.
Aquí compartimos el más breve de ellos: “Si mi jefe acaba de volver de reunirse
con su jefe y se le ve alterado, y entonces me mira con ojos de ‘¿y ahora
qué?’, ciertamente voy a dejar mi petición de asueto para un mejor momento”
(Gilbert, 2017: 92). Pensemos que en realidad no se dio diálogo ni
argumentación alguna. Aunque eso es cierto, en efecto corresponde a lo que se
ha descrito anteriormente, pues no existían aquellas condiciones mínimas para
que se pudiera dar dicha argumentación. El sujeto del ejemplo tomó en
consideración el contexto además del estado de ánimo de su interlocutor y, con
base en eso, consideró no apropiado tocar el tema. El sujeto atendió a factores
que posibilitan o no el desarrollo de un diálogo heurístico.
El
segundo concepto que Gilbert retoma y clarifica es el de ethos,
un concepto de suma relevancia para su teoría de la argumentación. Aunque
tradicionalmente el ethos se refiere a
la reputación o [51] carácter de las personas, Gilbert lo usa para hablar de la
honestidad, confiabilidad e historia personal entre las personas argumentantes.
Estos componentes, por decirlo de alguna manera, impactan o inciden en la
manera en que se da el trato interpersonal. Así, si de argumentación se está
hablando, el ethos no puede no ser
considerado.
El
último concepto de mayor relevancia que conforma la parte teórica del último
apartado es el de auditorio. Este concepto, aunque no es introducido a
los estudios de la argumentación por Gilbert, sí es recuperado para su teoría
propia. Hablar de un auditorio es hablar en realidad de puntos en común o
zonas de contacto; se refiere a las creencias compartidas, a aquello que
se tiene en común entre las personas argumentantes. Sin dichos puntos o zonas,
sin ese mínimo de ideas y valores en común, no existe ni podría darse tampoco
una plataforma desde la cual empezar a dialogar, discutir o argumentar. Según
la propuesta gilbertiana lo extraño sería discutir
con personas con las que no tenemos algo en común, pues en realidad siempre
estamos dialogando o argumentando con personas cercanas a nosotros, con
personas con las que sí tenemos puntos en común o zonas de contacto. Nuestras
creencias y valores compartidos posibilitan la comunicación interpersonal a la
que antes nos referimos.
Enunciados y clarificados esos tres conceptos, Gilbert presenta para
finalizar un esbozo de proceso argumentativo, procesos reales, de facto.
Muestra así la aplicación de su teoría y concluye enunciando una serie de
reglas además de lo que bien podemos llamar ideales para un buen
argumentador:
1.
Sé
razonable
2.
No
seas dogmático
3.
Escucha
bien
4.
Sé
empático
Entre
buenos argumentadores siempre quisiéramos encontrar una mutua atención, ser
escuchados con cuidado, intercambiar ideas con personas razonables, de mente
abierta y empáticas. Todo esto se resume en lo que Gilbert llama la “Regla de
oro de la argumentación: Discute con alguien de la misma manera que te
gustaría discutir contigo” (Gilbert, 2017: 115).
Iniciamos esta reseña indicando que Argumentando se entiende la gente es
una obra bien valorada, buena, tanto por su contenido como por su brevedad. Eso
es algo con lo que las personas que lean el libro podrán estar de acuerdo o
discrepar, pero sin duda, al margen de su juicio, el libro ampliará su
percepción en torno a esa práctica humana común que llamamos argumentación.
[1] Publicado en 2014 en su versión original en
inglés por Broadviwe, y en 2017 traducido al español
por Fernando Leal Carretero y publicado por la Universidad de Guadalajara.