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Uno de los espectáculos más gozosos del último medio siglo ha sido el inicialmente lento, pero siempre creciente resurgimiento de dos de las más antiguas disciplinas que nos heredaron los griegos, la retórica y la dialéctica. Estas dos disciplinas fueron, junto con la gramática, la base de la educación creada en la Edad Media de entre las cenizas de la destrucción del Imperio Romano; y sobre esta base se construyeron todos los sistemas educativos de estirpe europeo-occidental. Es alarmante constatar una y otra vez que es precisamente esta base la que se ha venido minando a lo largo del último siglo; pero no todo son malas noticias, sino que anima y consuela ver que, al menos en el terreno de la investigación, las cosas pintan cada vez mejor.
De las tres disciplinas del triuium medieval, la gramática ha corrido con la mayor suerte, ya que se ha reconstituido como lingüística comparada primero, y como lingüística general después. Nadie podrá negar que el desarrollo de la gramática, bajo esta nueva figura, es imparable y ejemplar.
La dialéctica, como consecuencia del extraordinario maltrato que sufrió a manos de los iniciadores de la modernidad, sobre todo Francis Bacon y René Descartes, dio en dividirse en ars inueniendi (o arte de descubrir nuevas verdades) y ars iudicandi (o arte de juzgar si una argumentación es correcta). Los caballeros arriba mencionados favorecían ars inueniendi, si bien nunca lograron crear una disciplina susceptible de crecer y cumplir la misión que ellos mismos le asignaran. En cambio, fue ars iudicandi la que pudo crecer gracias a las necesidades y preocupaciones de algunos matemáticos del siglo XIX. Así surgió la lógica formal, simbólica o matemática, la cual ha terminado por imponerse, a pesar de que no permite juzgar sino las argumentaciones matemáticas, las cuales son un subconjunto infinitesimal de las argumentaciones que interesan a los seres humanos (incluyendo a los matemáticos cuando no están funcionando como tales). El resto de los mortales, sin embargo, podemos aprender sin duda cosas esenciales de la lógica formal, pero su aplicabilidad a nuestras discusiones, disputas, debates y desacuerdos ordinarios es muy limitada. Aquí es donde el surgimiento de la nueva dialéctica, bajo la especie de una “teoría de la argumentación”, viene en nuestro auxilio.
En cuanto a la retórica, su destino ha sido el más triste. Al desprenderse de la dialéctica y por tanto de la argumentación como tal, se fue poco a poco convirtiendo en un mero depósito de adornos y filigranas al servicio de vendedores sin escrúpulos y políticos manipuladores. Su nombre, por siglos cubierto de gloria, fue arrastrado por el fango y perdió el respeto de la gente. Gracias al redescubrimiento de la antigua conexión con la dialéctica y la argumentación, vemos que comienza a sacudirse la ignominia, si bien le costará mucho más que a la dialéctica recobrar plenamente su buena reputación.
La revista Quadripartita Ratio (QR) parte de que no es posible estudiar la argumentación sin ayuda de la retórica ni es posible contribuir al renacimiento de la retórica si no es a través del estudio de la argumentación. Es por eso que QR se concibe a sí misma como una revista de argumentación y retórica, y no simplemente como una revista de argumentación o como una revista de retórica. Hacemos pues pública profesión de fe de que solo juntas pueden la retórica y el estudio de la argumentación desarrollar su potencial al máximo; que se necesitan la una a la otra; que se complementan mutuamente.
El nombre mismo de la revista es una herencia de Quintiliano, uno de los grandes maestros de retórica y argumentación. En varios puntos de sus célebres Institutiones oratoriae (como quien dice “lecciones de retórica”) alude el autor latino a la distinción que sus predecesores griegos habían hecho respecto a las operaciones por las cuales es posible convertir un texto en otro: añadir, quitar, substituir y reacomodar. Estas cuatro operaciones las reunió Quintiliano compendiosamente con la frase quadripartita ratio (que podríamos traducir como “método cuatripartita”). Pensamos que era un título propicio para encabezar la misión que nos proponemos con esta revista por una sencilla razón: cada vez que identificamos, analizamos y evaluamos las argumentaciones de otros —y otro tanto cuando buscamos nuestras propias argumentaciones, cuando las construimos y revisamos para exponerlas—, lo que hacemos es siempre y necesariamente utilizar estas mismas cuatro operaciones.
De esta manera, el título de la revista anticipa y simboliza lo que su subtítulo hace perfectamente explícito: la colaboración entre argumentación y retórica. Hacemos un llamado a todos los profesores, investigadores y estudiantes interesados para que participen en esta aventura y contribuyan artículos, notas o reseñas sobre estos temas, que son tan necesarios a nuestras naciones como descuidados por nuestros maltrechos sistemas educativos. Los resultados de evaluaciones internacionales muestran que la educación básica no está teniendo los efectos que se quieren y esperan de ella. La intervención para mejorar la situación tiene por fuerza que pasar por las antiguas disciplinas humanas. La lingüística, heredera de la gramática antigua, va por muy buen camino; pero depende de nosotros ahora que ni los estudios sobre argumentación (herederos de la dialéctica antigua) ni la retórica se queden atrás.